XXV

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—¡Alexander! ¿¡Qué coño crees que haces aquí!?

El guapísimo Alexander Blumenberg se encuentra sentado en el pequeño asiento que está frente a mi ventana en todo su esplendor.

¿¡Estás bromeando!? ¡No puedes aparecerte así como así en mi habitación sin pedirme permiso! Meterte así en mi cuarto es una completa falta de respeto a mi privaci—

Los latidos de mi corazón retoman su ritmo habitual en cuanto me percato del arreglo floral dispuesto a los lados de mi cama, sobre la cual está acomodada una gigantesca caja de chocolates. No solo eso, sino que también me doy cuenta de que Alexander está en terno e incluso logro percibir el delicioso y agridulce olor a colonia masculina que inunda toda la habitación.

—Alexander... ¿Qué...? —comienzo a decir, pero el estupor impide que las palabras salgan de mi boca.

—Sí, así es, parece que no puedo parar de hacer el ridículo —me responde fríamente.

Es en ese momento que me doy cuenta de que el semblante de Alexander refleja una profunda frustración. A pesar de la lindísima sorpresa, Alexander se ve casi... afligido.

—¿De qué estás hablando...?

—Me paso el fin de semana entero maquinando cómo te puedo sorprender de la forma más bonita... Le pregunto a Verónica, a Monika, incluso a Agnes qué sería lo más tierno que podría hacer por una chica que me importe, hago el esfuerzo de hacer algo que en circunstancias normales consideraría excesivamente cursi y hasta vomitivo para compensar la escena que te armé el otro día... Pero nada es suficiente.

—¿De dónde sacas que nada es suficiente? —pregunto confundida.

—Te he estado esperando desde las seis de la tarde, emocionadísimo. Se sentía como si tuviera un globo inflado en el pecho desde hacía años y por fin fuera a reventar, pero me encuentro con que estabas demasiado ocupada con el mismo mocoso que estaba llorando en tu porsche el otro día.

¿¡Benjamin!? ¡Alexander, no! ¡No me digas que estás así por Ben!

—¡Lo peor es que debí haberlo sabido! En cuanto te confesé que me gustabas, incluso a pesar de lo ebrio que estaba, supe que algo iba a salir mal. Siempre tiene que haber algo que salga mal. ¡Y claro que tenía que ser otro chico!

Alexander está comenzando a hiperventilar mientras se lleva las manos a la frente, a lo largo de la cual caen gruesas gotas de sudor. Su frustración hace que se formen arrugas en todo su perfecto rostro.

—¡Alexander! ¡Cálmate! ¡No es para nada lo que crees!

—¡No es lo que creo, Isabella! ¡Es lo que he visto con mis propios ojos! —me grita.

—¡Es que lo que has visto no es lo que crees! No tienes idea de cuánta risa me da que pienses que Benjamin y yo estamos en algo románticamente —le explico, acercándomele para sostener su rostro angelical entre mis manos. Me sumerjo tan profundamente en esos ojos celestiales que por un momento se me olvida proseguir—. Benjamin es un viejo amigo de la familia, sus padres eran amigos de mis padres... hasta que su madre falleció. Desde entonces, no nos veíamos con él y con su papá. Ben ha tenido varios... problemas emocionales —uso ese término para englobar su comportamiento mujeriego, sus juegos sentimentales y la satisfacción que le produce el sufrimiento de los demás (¿les suena a psicopatía?)— desde la muerte de su madre. Hace poco mis padres retomaron contacto con su padre y creo que le vino nostalgia, así que la última vez que nos viste me acompañó a mi casa y hoy me pidió que saliéramos un rato en honor a los viejos tiempos, pero como amigos, nada más.

Al otro lado de la calleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora