XXIII

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Las matemáticas siempre han sido mi peor enemigo. No es solo el hecho de que sea una absoluta mierda en ellas, sino que además no tengo ni siquiera el más mínimo interés en aprenderlas. A muy temprana edad, me di cuenta de que lo que fuera que haría de adulta como trabajo no tendría nada que ver con las matemáticas. Por lo tanto, nunca me he molestado en prestar siquiera un poco de atención en clase de matemáticas. Eso lo digo sin mencionar que mis únicos dos amigos en el mundo no tienen matemáticas conmigo, así que siempre lo llevo.

Es por este motivo que, al sonar la campana al final de la hora de matemáticas, después de haberme pasado sesenta benditos minutos soñando despierta, suelto un grito de felicidad en mi interior. No hay nada que más me guste en el mundo que la sensación que me provoca el final de la hora de matemáticas de once de la mañana a doce de la tarde los viernes.

En el pasillo, me encuentro con Julie y con Logan, que acaban de tener química. En lo que nos dirigimos al comedor de la escuela, se nos une Christopher. Por supuesto que Logan y yo ponemos los ojos en blanco, Julie pasa cada vez más tiempo con Christopher, menos tiempo con nosotros y por eso mismo es que Christopher nos cae cada vez peor.

Las lentejas de hoy lucen especialmente repugnantes, pero después de años en la preparatoria Hawk Ridge no te queda ninguna opción además de acostumbrarte, así que no pienso mucho en eso antes de tratar de agarrar la cuchara para servirme. No obstante, justo cuando lo hago, una mano se precipita en mi camino abruptamente para agarrar la cuchara y servirse antes que yo.

Miro hacia mi derecha y por supuesto que me encuentro con los ojos verde esmeralda de Benjamin, que se está sirviendo las lentejas en mi lugar.

—¿Todo bien? —pregunto. Normalmente estaría un poco más enfadada ante un comportamiento así de maleducado, pero después de lo de ayer, después de haberlo visto en su forma más vulnerable, no puedo permitirme tratarlo como lo haría normalmente.

—Sí, todo bien. ¿Y tú, Jenkins? —me pregunta de vuelta arrogantemente.

—Bien, gracias...

Ignoro nuestro pequeño intercambio para agarrar la cuchara para el arroz y compensar el hecho de que no me estoy sirviendo mis lentejas ahorrándome tiempo. Sin embargo, otra vez, Benjamin se apresura en arrancarla de mi vista.

—Benjamin —le reclamo—, ¿qué se supone que estás haciendo?

—Sirviéndome —me responde desconcertado—. ¿Acaso parece que estoy haciendo otra cosa?

Ignoro lo que me dice porque me doy cuenta de que su objetivo es molestarme y la verdad es que no estoy en ánimos para eso. De hecho, nunca lo estoy. Me sirvo rápidamente puré para poder largarme y alejarme de Benjamin. Me acerco al lugar en el que están las máquinas para servir jugo y agarro un vaso para servirme jugo de naranja, pero mientras me estoy sirviendo viene Benjamin y, precipitadamente, empuja mi mano hacia un lado para servirse él, haciendo que derrame jugo en toda mi manga blanca.

¡Oye! ¡No te pases! ¿¡Cuál es tu problema!? —le grito.

—¿Mi problema? ¿De qué hablas? Si solo me estoy sirviendo jugo.

—¡Oye, ya basta! ¡Déjame tranquila! Si apenas ayer estabas sollozan—

Benjamin pone su mano en mi boca para hacerme callar y que así no pueda terminar mi oración. Normalmente le gritaría incluso más fuerte por hacer eso, pero como sé que el de ayer fue un momento vulnerable que probablemente lo avergüenza, no le digo nada.

—Está bien, Benjamin. Me voy a comer.

Me volteo para dirigirme a la mesa con mis amigos, cuando de repente siento unas gotas de un líquido caerme en la espalda, como un splash. Ignoro el líquido y sigo mi camino hacia donde están Logan y Julie, pero vuelvo a sentir mi espalda mojada.

Al otro lado de la calleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora