El fin de semana ha sido de los peores de mi vida hasta ahora. Me la he pasado viendo películas románticas malas de los amores que no estoy viviendo y comiendo comida chatarra. Probablemente he engordado como cinco kilos dado mi metabolismo excepcionalmente lento.
Perder mi virginidad no solo ha engendrado en mí una dolorosa sensación de culpa que me recuerda constantemente el hecho de que haya dejado atrás mi inocencia, sino que resulta incluso más desgarrador tomando en cuenta que dejé que me la quitara un tipo que me escogió completamente al azar, que me vio una vez bailando en una pista de baile y que jamás me volverá a hablar en mi vida porque no tiene ningún interés.
En este instante, me encuentro devorando un pote de helado de vainilla —mi cuarto pote de helado desde el sábado— porque se me acabó el de chocolate. También estoy viendo una película pésima que Julie estaba insistiendo en que viera desde hacía ya unas semanas. He estado ignorándola desde la fiesta. No a ella en particular por ser ella, sino en general a toda la gente que me importa ya que no quiero hablar de lo ocurrido, pero ya viene siendo el momento de hacerlo. Callar no me llevará a ninguna parte, sino todo lo contrario: esconder las heridas las hace incluso más profundas.
Hablando del rey de Roma, me percato de que Julie me está llamando al sentir mi teléfono vibrar sobre mi pierna. Dudo antes de contestar, pero opto por hacerlo.
—¿Qué pasó, Julie?
—¡Ella! ¡No he sabido absolutamente nada de ti desde la fiesta! ¡Te largaste de la nada, por el amor de Dios! Ya me estabas preocupando, pensé que te había ocurrido algo.
—No, estoy bien. ¿Y tú? —pregunto nerviosa.
—¿Y tú? ¿Es en serio, pendeja? ¡Has estado ignorando todos mis mensajes y todas mis llamadas! ¿Pasa algo?
—Bueno...
—¿Bueno? ¡Habla, mierda!
Sintiéndome como una hormiga indefensa al escuchar la voz colérica de Julie, me veo obligada a darle una respuesta: —No me largué de la nada porque sí, yo no hago esas cosas y tú lo sabes.
—¿Entonces qué pasó, Ella?
—Pues... —Me decido por empezar a contarle la historia—. Cuando estaba en la pista de baile, se me acercó Alexander.
—¿¡Alexander!?
—Sí, Alexander. Y comenzamos a bailar.
—¿Qué clase de baile? —me pregunta con un tono que denota picardía.
—La clase que no te puedo narrar de forma explícita porque sería inapropiado.
—Mierda —susurra Julie.
—Sí, en efecto, mierda. Entonces —prosigo—, lo llevamos todo a una habitación que encontramos en el pasillo.
—¡MIERDA! ¡MIERDA! ¡MIERDA! ¿Y qué pasó?
—Lo que cualquiera esperaría que pasara —respondo con un tono de derrota.
—¡Ella! ¡Perdiste tu virginidad con el chico que ha sido tu crush por años! ¡Con el chico más atractivo del milenio, dicho sea de paso! ¡Estoy demasiado feliz por ti!
—No lo estés, no es una buena noticia.
—¿Qué? ¿Como por qué?
—Sí, perdí mi virginidad con el chico que ha sido mi crush por años, pero nada más. Cuando terminamos, le pregunté si solo habíamos tenido sexo y ya y él no se dignó en darme una respuesta. No me habló en todo el resto de la noche y, de hecho, a pesar de que tuvimos sexo, ni siquiera me besó.
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Al otro lado de la calle
RomantiekAlexander Blumenberg es inteligente, talentoso, germánico, millonario e irresistiblemente atractivo. Nunca lo vi como nada más que el amigo de mi hermano (además del protagonista de mis más descabellados sueños), hasta que una serie de sucesos, tant...