VIII

5.3K 311 57
                                        

Saco mi celular de mi bolsillo y marco el número de mi hermano. Marcaría el de mi mamá, pero por el momento preferiría ahorrarme las explicaciones a por qué estoy varada en una gasolinera con los amigos de Oliver. Sé que es muy probable que él también se moleste, sobre todo cuando se entere de cómo es que terminé aquí, mas solo será cuestión de segundos visto que mi hermano puede llegar a ser muy comprensivo.

Para mi desgracia, no contesta. Insisto tres veces con la llamada y sin embargo no obtengo ninguna respuesta. Me doy cuenta entonces de que lo más probable es que esté estudiando, pues siempre apaga su celular cuando estudia con el fin de no distraerse.

Un escalofrío me recorre la piel cuando siento una mano apoyarse en mi hombro. Me volteo para encontrarme con el rostro encantador de Joseph.

—¿Ahora qué quieren? ¿Llevarme a la comisaría? —espeto. A pesar de que el estado de ansiedad todavía me consume el cuerpo, no hay rastro de nervios en mi voz, sino de firmeza.

—Eva puede llegar a ser grosera de vez en cuando, pero por favor no creas que todos nosotros somos como ella.

—¿Y cómo son entonces? —inquiero con tono de burla.

—Muy diferentes de lo que todo el que no nos conoce piensa, incluyéndote.

—No fue la impresión que tuve —afirmo con fastidio.

—Pues no todo es cuestión de impresiones, ¿sabes? —insiste—. Todas las personas se apresuran tanto en juzgarnos a primera vista, sin conocernos, y tan solo porque formamos parte de la élite económica de la ciudad. No estoy tratando de justificar lo que dijo Eva porque la verdad es que fue irrefutablemente grosera, pero no nos pongas a todos una etiqueta de forma automática en base a eso, por favor. He estado tratando de ser amable contigo desde que llegaste, ¿sabes? Y no porque quiera quedar bien, sino porque, independientemente de mi estatus económico y de todos los prejuicios a los que me someten, no carezco ni de ética, ni de moral y muchísimo menos de empatía.

No tengo palabras ante lo que acaba de decir. No me queda más que un contacto visual intenso e invasor con el moreno, que pronto se percata de que me han impactado sus palabras. En ese momento, percibo la culpabilidad en su mirada. Por consiguiente, decide retomar la palabra:

—Disculpa el sermón, me alteré un tanto. En realidad, había venido acá para disculparme por el comportamiento de Eva desde un principio y recién me doy cuenta de que hasta ahora no lo he hecho. Lo siento, de veras. —Da un muy pequeño paso hacia mí y me da una ligera palmada en el hombro, apenado—. La verdad es que Eva, así como otros de nuestros amigos, pueden ser algo tóxicos a veces. Acosadora o no, nos hace falta un poco de gente como tú y tu hermano de vez en cuando. Bastante seguido, de hecho. Espero que aceptes que te lleve a tu casa.

Cuando Joseph termina de hablar y estoy a nanosegundos de responder, me doy cuenta de que los demás integrantes del grupo están caminando hacia nosotros y Alexander, primero en la fila, está prácticamente al costado de Joseph.

—No te preocupes, Joseph. Eso no hará falta —escucho decir a Alexander—. Yo la llevo.

Toda la ansiedad que tengo acumulada explota en mi expresión facial. Mis ojos se abren como los de un lémur y mi quijada queda guindando de mis pómulos.

—Es mi acosadora después de todo, ¿no? —Me sentiría ofendida pero lo dice con una sonrisa juguetona que, así tenga que hacerlo o no, me lo impide.

Eva nos alcanza y se une a la conversación:

—¿Dices que la vas a llevar tú, Alex? —lo interroga con un tono que demuestra su indignación y que por ende me provoca placer—. Pero si te llevas uno de los autos vamos estar todos apachurrados en un mismo carro.

Al otro lado de la calleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora