VI

6.4K 318 128
                                    

El fin de semana siguiente, Logan nos invita a mí y a Julie al Club Mortimer Adler. Se trata de un club bastante lujoso que queda del otro lado del distrito, adonde van a reposarse las familias adineradas de todo Nueva York. El padre de Logan empezó hace un año una empresa de cargo que floreció drásticamente en el transcurso de este año, permitiéndole acercarse cada vez más a formar parte de la élite neoyorquina. Para celebrar, decidió hacerse miembro del club este verano.

Logan ya nos ha invitado a venir un par de veces en estas últimas semanas. Sin embargo, ayer Julie nos dijo que su tío abuelo había muerto, por lo que ella y su familia tuvieron que irse a pasar el día a Brooklyn por el funeral. Por lo tanto, solo estamos Logan y yo.

Cuando llegamos al club, Logan y yo nos dirigimos primero al quiosco a comprar unos helados y enseguida a la cancha de fútbol. Como el club no tiene equipo de fútbol y apenas organiza partidos unas pocas veces al año, las gigantescas gradas de la cancha de fútbol suelen estar vacías, así que siempre vamos allá a comer el helado, pues es de los sitios con menos gente. La cancha de volleyball se ve perfectamente a nuestra izquierda y la de basketball a nuestra derecha.

—Ella, estabas bastante borracha en la fiesta de los del Emerson, ¿no? —me pregunta Logan chupando grotescamente su helado de avellana.

—Sí, ya me comenzaba a olvidar de ese pertinente hecho, muchísimas gracias por recordármelo.

—No lo digo por molestar ni nada por el estilo —me aclara—. La cosa es que yo también lo estaba, y hay un detalle que no logro recordar por nada del mundo. Te iba a preguntar si por casualidad tú sí lo hacías, pero si estabas muy borracha lo más probable es que no sea el caso.

—Dime de qué se trata de todos modos. Tal vez mi organismo todavía no había procesado todo el ron que tomé.

—Bueno... es que incluye detalles de esos que tú incluyes en la categoría de "demasiada información" —me dice haciendo comillas con los dedos y desviando la mirada hacia la izquierda para no hacer contacto visual conmigo—. Solo planeaba decírtelo como último recurso.

—Dímelo, Logan. Tal vez se me ocurra alguna solución que no implique acordarse de nada —le aseguro con una palmada en el hombro.

—Bueno, es que...

—¡Logan, por el amor de dios! ¡Hemos sido amigos por 12 años! —insisto.

—Lo sé, pero...

—¡Escúpelo!

—¡Una chica me lo chupó y no recuerdo quién fue! —escupe en efecto. Yo, por mi parte, regurgito el bocado de helado de fresa que acabé de dar hace tan solo dos segundos—. Ni te atrevas a juzgarme, Isabella.

—Calma, no es que te juzgue. No estoy en posición de hacerlo después de lo que hice en la habitación de Alexander. —Me llevo las manos a las mejillas cuando el recuerdo vuelve a invadir mi cabeza por vigésima vez en la semana—. Me imagino que lo que quieres es averiguar quién fue, lo cual me sorprende, a decir verdad.

—¡Es que fue la mejor mamada que me han dado en mi vida! —declara, a lo que yo escupo más helado al suelo, pero no hago ningún comentario dado que, después de todo, fui yo quien le insistió con que me dijera qué sucedía—. Si lo que quiere es sexo casual, y esa fue la impresión que tuve, entonces yo encantado. Me dijo su nombre pero estaba tan borracho que no me acuerdo.

—A ver... Comencemos por cómo lucía.

—Bueno, tenía el pelo rubio, hasta el cuello y ondulado. Tenía los ojos más azules que he visto en mi vida, no tienes idea de lo claros y brillantes que eran. —Unos ojos del azul más saturado del mundo vienen a mi cabeza y claro que pertenecen al grandioso Alexander Blumenberg.

Al otro lado de la calleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora