XXVIII

4.1K 236 77
                                    

Está de más decir que me siento increíblemente culpable por lo que sucedió con Alexander hace unos días. Por un lado, me sorprendí mucho a mí misma comportándome de esa forma con él, sobre todo dado que hizo falta que se largara enojado para darme cuenta de lo injusta que había sido con él. Por otro lado, supongo que es una consecuencia de la falta de interacción con hombres que me ha marcado toda mi vida. Es decir, no estoy para nada acostumbrada a recibir esta clase de atención por parte de los chicos y muchísimo menos de chicos tan hermosos y perfectos como Alexander, entonces supongo que cuando se presentó la ocasión abusé de ella...

En parte, también quería sentirme deseada. Después de todo, durante mucho tiempo Alexander me hizo sentir como una chica cualquiera en su vida. Me sentía como si no valiera nada, como si jamás fuera a ser suficiente para él. Por consiguiente, ahora que Alexander me confesó abiertamente su amor, una parte de mí quiere sacarle cada gota de leche a esa vaca.

Lo bueno es que soy capaz de reconocer mi error y no soy una persona —tan— orgullosa, así que estoy dispuesta a ofrecerle mis disculpas a Alexander.

De hecho, es por ese mismo motivo que me encuentro parada frente a la casa de Alexander o, bueno, en todo caso frente a la reja que marca la entrada, ya que en realidad la mansión Blumenberg se encuentra después de un enorme jardín y por lo tanto apenas se puede divisar desde donde estoy.

Efectivamente, después de haber contemplado mi error durante estos últimos días, me decidí a visitar a Alexander para pedirle perdón. Hoy salí temprano de la escuela así que me pareció que sería el día más conveniente. Además de que sé que los jueves no tiene práctica de fútbol en el Emerson.

Llamo al timbre desde la reja y uno de los tipos gigantescos que me abrieron la puerta la noche de la fiesta en septiembre sale de la cabina que se encuentra al costado de la reja. Acto seguido, comienza a abrir la reja con una llave:

—Usted es la señorita Isabella Jenkins, ¿no es así? —me pregunta con una sonrisa amigable que no había figurado en lo más mínimo en su rostro cuando me abrió la noche de la fiesta.

—Sí... —confirmo, confundido—. ¿Cómo lo sabe?

—Tenemos una foto de usted en la cabina de seguridad. El señor Alexander nos la entregó y nos indicó que siempre la dejáramos pasar, sea la hora que sea. Lo que pasa es que cada vez que alguien toca la puerta, tiene que esperar a que nos comuniquemos con alguno de los Blumenberg para que nos autoricen a dejarlo pasar. Pero ciertas personas vienen a visitarlos regularmente, entonces, para no hacerlos esperar, a veces nos entregan fotos de las personas que están autorizadas a entrar en todo momento, para que las dejemos pasar sistemáticamente.

—Pero si yo nunca he venido a visitar a Alexander. Solo vine a la casa una vez porque había una fiesta, pero eso fue hace más de dos meses.

—Bueno, pues al parecer el señor Alexander ha querido que lo visite desde hace ya un tiempo. Nos entregó su foto en septiembre. De hecho, si mal no recuerdo, nos entregó su foto la noche de una fiesta, puede que haya sido la fiesta a la que se refiere usted.

Wao. ¿Alexander ha estado esperando que lo visite desde hace más de dos meses?

—En todo caso, bienvenida, señorita Isabella.

—Gracias... —comienzo a decir sin terminar mi frase, pidiéndole indirectamente que me diga su nombre.

—Anthony —me responde. Parece emocionado de que me interese en saber su nombre, como si en esta casa se le tratara más como el proveedor de un servicio que como una persona con identidad propia y única—. Un gusto conocerla, señorita.

—Igualmente —respondo amigablemente, estrechándole la mano.

A lo largo del jardín, reconozco el camino adoquinado que recorrí la vez pasada. Se ve muchísimo más encantador con la luz del día, y eso que de por sí se veía precioso la noche de la fiesta. En efecto, la luz del sol hace que las cúpulas de los árboles que cubren el camino formen unas sombras preciosas en el suelo. Siempre me sorprendió que los Blumenberg se instalaran en una casa en los suburbios y no en algún penthouse en Manhattan, pero su espléndido jardín me hace entender el motivo sin problema.

Al otro lado de la calleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora