XXVI

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Es viernes en la tarde. Julie y yo estamos saliendo de la escuela después de un día pesado, como de costumbre. Nos encontramos de camino a mi casa dado que, para celebrar que hayamos pasado un examen de química que nos aterró durante semanas, queremos hacer una noche de chicas.

—Ya sé que siempre digo que soy una completa basura en química —comienzo a decir—, porque de verdad que lo soy, pero el examen no estuvo tan terrible como pensaba...

—¿Que no estuvo tan terrible? ¿Estás loca? Respondí a las tres primeras preguntas jurando que había entendido todo perfectamente para después descubrir que esas tres preguntas fueron las únicas que no dejé en blanco en todo ese maldito examen de 15 preguntas. Durante los 50 minutos que me quedaron y que se suponía que tenía que usar para responder a las 12 preguntas restantes, me quedé mirando el bigote del señor Norton tan fijamente que comencé a alucinar y por un momento te juro que creí ver a duende rojo debajo de todos los pelos.

Me río de las ocurrencias de Julie: —¡Pero si casi todo el examen tenía que ver con las fórmulas que más repasamos!

—Sí pero tú sabes cómo soy, todo me entra por un oído y se me sale por el otro sin que pueda darme cuenta... —me dice apenada.

—Bueno, pero el próximo examen de hecho te va mejor y de todos modos no es como si fueras a estudiar algo que tenga que ver con química.

—Lo sé, tampoco es como si me importaran mucho mis notas y mucho menos en ciencias, pero mis padres me van a matar si vuelvo a reprobar un examen de química este semestre.

Julie y yo ya nos estamos acercando al porche de mi casa así que voy sacando las llaves.

—¿Qué tanto crees que se molesten? —le pregunto mientras abro la puerta principal de mi casa, con miedo de que sus padres me impidan ver a mi mejor amiga después de la escuela.

—Lo suficiente como para prohibirme salir hasta después de las vacaciones de navidad.

Automáticamente pongo cara de pánico, mientras dejo mi mochila al costado de la puerta, cerca del ropero en el que colgamos nuestros abrigos.

—Oye pero... Si te fue tan bien en el examen de química, tal vez tú me podrías hacer tutoría, ¿no? —me pregunta Julie entusiasmada.

¡Pff! Julie, te dije que el examen no estuvo tan terrible en el sentido de que estoy casi segura de que pasé, pero eso no fue más que cuestión de suerte. No estoy ni cerca de tener el nivel que hace falta para ser tutor de química, probablemente tengo los tres cuartos de las lagunas que tienes tú.

—Yo no tendría problema en hacerle tutoría —interviene Oliver. De repente, me doy cuenta de que todo este tiempo estuvo escuchando sentado en el sofá—. No me becaron en el Emerson por nada, eh.

—¡Julie! ¡Es perfecto! Oliver estudia tanto que su vida social es incluso más nula que la mía, de hecho tiene el nivel para ayudarte.

—¡Ey, ey! Calma, Ella. Que les estoy haciendo un favor —se ofende Oliver.

—¿En serio estarías dispuesto a hacerme ese favor? —pregunta Julie con emoción.

—Claro. Se me dan muy bien las ciencias, además de que estás en el año de abajo y el programa de su año es bastante simple.

—Habla por ti mismo... —susurro.

—Bueno, ¿te parece bien entonces, Julie? —le pregunta mi hermano.

—¡Me parece perfecto! —exclama ella por su parte emocionadísima y corre a darle un abrazo a mi hermano.

Cuando Julie suelta a Oliver, se quedan mirándose unos segundos a los ojos en silencio. Parecen estar contemplándose. Por un momento, me da la impresión de que se miran con ternura... hasta que regresan a la realidad.

Al otro lado de la calleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora