XIX

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—Julie —Aprovecho el momento en el que Gregory se levanta para ayudar a sus amigos a traer las mochilas para llamar a mi amiga de un susurro.

—¿Qué fue?

—Necesito tu ayuda —respondo.

—Dime algo que no sepa.

—Escucha, tienes que ayudarme a mantener la conversación a flote. Cualquier silencio incómodo me llevará a recordar que Alexander se encuentra entre nosotros, y mi objetivo aquí es vivir la vida como si Alexander no existiera ni hubiera existido en algún momento, ¿entendido?

—¿Acaso pretendes que soy una máquina de temas de conversación, Ella? ¡Por algo soy amiga tuya!

—En primer lugar, auch. En segundo lugar, ¡eres increíble socializando! O es eso o estás muy buena, y... —Julie me interrumpe.

—¡Tú también eres preciosa, Ella! ¡Pero siempre estás bajándote la autoestima como si...! —interrumpo yo a Julie a mi vez.

—¡Ya, ya! Gorl pauer, badi positif, blablabla... Ese sermón me lo guardas para después. El caso es que ahora mismo tu amiga necesita ayuda y tú se la vas a brindar.

—¡Pero no ves que te estoy diciendo que...! —la vuelvo a interrumpir.

—¡Si tan mala es mi solución sugiere tú misma una! —El silencio de Julie es mi respuesta—. ¡Entonces incluso si no eres la mejor socializando —hago comillas con los dedos como muestra de burla—, como mi amiga y confidente, vas a servirte de todas las herramientas a tu disposición, ¿de acuerdo?

—Bueno.

—¡No te escucho!

¡Sí, capitán, estamos listos! Bájale una rayita a tu histeria.

—Con todas las herramientas a tu disposición, ¿eh? —Miro el pecho de Julie para mandarle una señal.

—¿Qué?

Vuelvo a mirar los senos de Julie, esta vez de forma más pausada para transmitirle bien mi idea.

—Mira, Ella, ya sé que no estás en un buen lugar emocional pero la homosexualidad me parece una solución demasiado apresu—

—¡No me voy a volver homosexual, por el amor de Dios! Solo te estoy diciendo que te abras un botón. Ya sabes, para rellenar los intervalos de silencio por si acaso...

—¿Acaso me estás prostituyendo? —pregunta mi amiga con un tono que denota su indignación.

—Estoy aprovechando las herramientas a mi disposición.

—Ella, no voy a—

Escucho los pasos y las voces de los chicos a pocos metros detrás mío: —¡Ya están regresando! ¡Apúrate! —comienzo a darle palmadas en los hombros para apresurarla.

—¡Ya, ya! ¡Cálmate! ¡Ya está! —exclama después de obedecerme—. Pero me debes una en grande.

—¡Por favor! Tú me debes mil con todo el tiempo que he aguantado a Christopher.

—¿Por qué siempre tienes que...? —me volteo rápidamente para interrumpir a Julie.

—¡Joseph! ¡Ya hace un tiempo que no te veo! ¿Necesitas ayuda con esas bolsas? ¡Se ven pesadas!

Me acerco a Joseph y agarro una de las bolsas que está cargando para colocarla sobre una de sus sillas de playa.

—¡Ella! ¡Estás muy linda!

Ja, díselo a Alexander.

—¿Cómo has estado? ¿Qué ha sido de tu vida?

—Pues, estoy sobreviviendo, como siempre —bromeo—. ¿Y de la tuya?

Al otro lado de la calleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora