XXX

3K 209 39
                                    

Hoy es el día de mi primera cita oficial con Alexander.

A pesar de que le insistí una infinidad de veces que me dijera adónde vamos a ir, Alexander no quiso especificar. Lo único que se dignó en decirme fue que me vistiera de forma elegante para que por lo menos pudiera cumplir con el código de vestimenta. Claro que esa pista fue suficiente para que se me ocurrieran un montón de posibilidades de lugares a los que ir... Pero, por el momento, mi trabajo es concentrarme en qué vestido ponerme.

Una vez, en internet, leí que los hombres se sienten más atraídos hacia ti si te vistes de rojo. Por consiguiente, escojo un vestido rojo apretado que me llega hasta la rodilla y que me hace lucir como si tuviera más curvas de las que tengo en realidad. Para que mis labios combinen con el vestido, opto por un lápiz de labios rojo, que además hace que mis ojos grises se vean más azules.

Por un momento, dudo acerca de ponerme tacones para no lucir demasiado alta. Sin embargo, enseguida recuerdo que Alexander mide 1.96 y que la altura con él nunca será un problema.

Me miro en el espejo una vez que termino de arreglarme y quedo impresionada con mi trabajo. No puedo creer que logré lucir así sin la ayuda de Julie.

En cuanto agarro mi teléfono para ver la hora, me llega un mensaje de Alexander diciéndome que ya llegó.

«Ya llegué».

Mi corazón se salta un latido.

En efecto, miro por mi ventana y su camioneta está estacionada afuera. Son las siete en punto, ni un minuto más, ni un minuto menos; la puntualidad alemana de veras no es un mito.

Bajo rápidamente las escaleras —no sin antes tropezarme en las escaleras porque no sé caminar con tacones— y abro la puerta principal de la casa para encontrarme con Alexander parado en el porche. Por un momento, me cuesta respirar.

No puedo creer que después de años de fantasear con él, Alexander Blumenberg se encuentra parado en mi porche, esperándome para llevarme a una cita con él.

Alexander se puso una camisa negra que contrasta con el claro color rubio de su cabello. No puedo evitar notar una muy delgada cadena amarrada a su cuello, que se esconde debajo del cuello de su camisa. En cuanto abro la puerta, todo el aire se inunda con el olor de su colonia. Se ve increíblemente apuesto.

Wao —dice cuando me ve, mirándome de arriba abajo—. ¿Ya llegamos al punto en el que puedo decirte que tienes un culaso?

Me río ante la pregunta de Alexander y le doy un golpe en el hombro.

La respuesta, en circunstancias normales, sería no. Sin embargo, no quiero tener que decirlo porque la verdad es que me gusta que me diga que tengo un culaso. No me cae mal sentirme deseada.

Alexander me acompaña hasta la puerta de su camioneta, la abre y me deja pasar. Por su torpeza desplazándose, me doy cuenta de que es la primera vez que se ve en esta clase de situación. Casi me da la impresión de que practicó nada más para abrirme la puerta.

Cuando da la vuelta al carro para ir del lado del asiento de conductor, se le cae el celular a Alexander y por ende se agacha para recogerlo.

En ese momento, se le baja un poco el pantalón y reconozco unos calzoncillos Calvin Klein.

Yo sé a qué huelen esos calzoncillos...

—¿Lista? —me pregunta una vez que se sienta en el asiento de conductor, interrumpiendo mis pensamientos.

—Lista —respondo. Me cuesta creer que el momento presente es mi vida y no un sueño.


Después de treinta minutos en el auto, me comienza a dar muchísima curiosidad el sitio al que vamos a ir. Vivimos en los suburbios de la ciudad de Nueva York, o sea que, contrariamente a la situación dentro de la misma ciudad, a menos que salgamos del área local como para ir al club, todo nos queda bastante cerca y nunca hay nada de tráfico. 

Al otro lado de la calleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora