XVII

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—¡No jodas! —exclama Logan cuando le termino de contar la historia de cómo perdí mi virginidad con Alexander en la fiesta de Halloween de sus amigos.

Ya pasó una semana desde lo ocurrido. Logan nos invitó a mí y a Julie —por supuesto que no a Christopher— al Club Mortimer Adler a pasar el día dado que me rehusé a explicarle el incidente con Alexander en la escuela toda la semana y necesitaba un sitio en donde lo pudiera hacer con calma y privacidad. Claro que esta vez no nos encontramos al frente de las canchas de volleyball y fútbol, sino sentados en una banca frente al lago para evitar más incidentes.

—Desgraciadamente, no jodo —respondo, derrotada.

—¿¡Y no te ha vuelto a hablar desde entonces!?

—¿Tengo cara de que me ha vuelto a hablar desde entonces? —le pregunto de vuelta con sarcasmo.

—Wow... Maldito malparido.

—No lo pude haber dicho mejor —comenta Julie.

—Odio a los hombres —declaro.

—¡Ey! ¡No te las agarres con todos nosotros! —se defiende Logan.

—¡Por favor, Logan! Definitivamente, no todos los hombres son así, pero tú no estás en posición de hablar.

—¿Perdón?

—Ella tiene razón, Logan —interviene Julie—. ¿Cuántas veces te has acostado con una chica y no le has vuelto a hablar?

—¡Ey, ey, ey! ¡Eso es completamente diferente! Para empezar, nunca he desvirgado a una chica sin volverle a hablar porque sé que perder la virginidad para la mayoría de las chicas es un momento relativamente significativo. Además, las chicas con las que me he acostado tienen tanta culpa como yo de que no hayamos vuelto a hablar. No es como si alguna de ellas haya dado señal de querer volver a hablar después de que tuviéramos sexo, y mucho menos como si me hubieran vuelto a hablar.

—Hmm... Supongo que tienes razón. ¿Eso significa que también es mi culpa? —pregunto con un tono del que emana vergüenza.

¡No! —retoma Logan la palabra—. ¡Él fue quien se rehusó a hablarte después de que tuvieran sexo! Eso no se hace. Encima de eso, te dejó largarte devastada y pensando que solo 'tuvieron sexo y ya'. Incluso si todo lo que quería era sexo casual, explicártelo de forma comunicativamente asertiva era lo mínimo que podía hacer.

—Soy una ilusa —afirmo, como si no hubiera escuchado ni una sola palabra de lo que me acaba de decir Logan.

—¡No digas eso! —me grita Julie, dándome un abrazo—. Ven, vamos a comprarte un helado.

—Claro, como si no hubiera engordado ya cinco kilos desde el fin de semana pasado...

—¡Para de ser tan pesimista y cómete el maldito helado que te voy a comprar, por el amor de Cristo!

—Está bien, está bien... —me rindo.

Nos levantamos de la banca en la que estábamos sentados y nos dirigimos hacia la heladería que queda más al centro del club. Cuando llegamos, Julie me pide un helado de fresa y Logan se pide su favorito, helado de avellana.

Me acerco con emoción a la señorita de la heladería cuando me entrega mi helado y es ahí cuando los veo.

Mierda.

En la terraza del restaurante Bellanger, que queda justo atrás de la pequeña heladería en la que estamos, se encuentra todo el clan Blumenberg sentado alrededor de una larga mesa rectangular en toda su gloria.

En la cabeza de la mesa, está sentado Helmut Blumenberg, el padre de familia; viste un elegante saco gris oscuro con una corbata azul marino. A su derecha, se encuentra Marta, su esposa y probablemente la mujer más atractiva que cualquiera haya visto en su vida. Cabe también recalcar que Alexander y Monika son la misma réplica de la señora.

Al otro lado de la calleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora