XVIII

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Es la primera vez que me besa.

Tuvimos sexo y sin embargo esta es la primera vez que Alexander me besa.

Cuando Alexander estampa sus labios contra los míos, puedo sentir mi sentido de la razón salir de mi cuerpo y observarme en tercera persona, juzgándome. Pero es... ¡dios! ¡Se siente increíble! ¿Cómo es que algo que está tan mal puede sentirse tan bien?

Mientras lo estoy besando, cuestiono absolutamente todas las ideas que me había hecho antes, por más racionales que fueran. Tal vez sí debería dejarlo explicarme lo que pasó por su mente, tal vez no presté suficiente atención a su lenguaje corporal y por ahí me dio algún indicio de decencia, tal vez inclusive sí estoy dispuesta a llevar una relación sexual sin compromisos con él...

¿Qué? ¡No! ¡Basta! Incluso si después de todo él no habría hecho nada malo —cosa que dudo—, ya sé cómo me voy a sentir después de esto; ya sé lo doloroso que es sentirme como un juguete sexual; ya sé lo difícil que se me hará no desear algo más, alguna clase de intercambio más humano. Tomo consciencia de que me tengo que detener, y por ende lo hago.

Alexander intensifica su beso sobre mí, la pasión que desprende el mismo me confunde: ¿Cómo se puede besar con tanto sentimiento y sin embargo careciendo del mismo?

Quiero creer que Alexander sí desea algo que vaya más allá, a pesar de que tal vez ni él mismo lo sepa, pero me doy cuenta de que no es mi responsabilidad encargarme de que se dé cuenta y me aparto. Doy un paso hacia atrás y retiro sus manos de mi rostro.

Antes de decir algo, de explicarle por qué me estoy apartando, lo observo; concentro mi atención en esos ojos impactantes y en esa mirada fría pero cargada de emoción que no representan más que mi perdición. Casi parece que está... ¿triste?

—Esa no es ninguna explicación —declaro, después de recuperar la compostura.

—Lo sé —contesta.

—¿Entonces? Adelante, te escucho.

De repente, veo y siento como cualquier clase de emoción empática y humana abandona su cuerpo. Si fuera algo común y corriente, me atrevería inclusive a decir que siento una suerte de brisa gélida recorrer mi cuerpo una vez que hago tal observación.

—Nunca establecimos nada —afirma Alexander.

—¿Perdón? —escupo en estado de shock.

—Nunca dejamos nada claro. Nunca te prometí darte algo después de que tuviéramos sexo, ni establecer alguna clase de relación. Si era tan importante para ti, entonces debiste habérmelo dicho antes de que nos enrolláramos, porque ese problema es tuyo. Pero la responsabilidad recae sobre ti.

—¿Discúlpame?

—A lo largo de todo nuestro encuentro estuve preguntándote si estabas dispuesta a avanzar, si querías que te tocara, si estabas de acuerdo con que continuáramos, incluso si querías follar concretamente. Sin embargo, me has estado echando toda la culpa a mí todo este tiempo porque no puedes cargar con el mero hecho de que la causante de todo tu malestar hayas sido tú misma. Eres responsable de tu vida sexual —termina de decir, dejándome boquiabierta de la indignación.

—¿Me estás bromeando, Alexander? —bufo—. Está bien, no te voy a decir que toda la culpa es tuya y que no estás siquiera un poco en lo correcto porque no es verdad, pero no me vas a hacer cargar a mí con todo. ¿Acaso piensas que puedes andar por ahí usando a toda chica medianamente atractiva como si fuera un maldito juguete sexual? ¡Para eso ándate a una tienda y cómprate un puto juguete o jálatela cuando te aburras!

—¿Y quién dice que por una transacción sexual yo las estoy utilizando a ellas pero ellas no me están utilizando a mí? Después de todo, los dos estamos metiéndonos en el rollo por el rollo. La única diferencia es que a mí no me afecta emocionalmente y a ellas sí, pero los dos nos estamos involucrando en el mismo asunto voluntariamente.

Al otro lado de la calleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora