Narra Nicaury
Al entrar a mi habitación, la risa de Rachel me golpeó como una bofetada. Allí estaba, mirándome con burla, y la rabia me hirvió en las venas. No podía asimilar la traición de mi padre, que mi propio hermano y esta… esta arpía lo hubieran apoyado en semejante humillación.
—Tu padre fue muy claro. —Dijo Rachel, su voz cargada de falsa dulzura.— No podrás salir del castillo sin mi compañía y la de un guardia.—
Me dejé caer en la cama, sintiendo el peso de la impotencia.
—Solo mencionó al guardia. —Murmuré, dándole la espalda. La traición dolía más de lo que podía expresar.
—¿Va a dormir otra vez? —Preguntó Rachel, su tono ligeramente burlón, aunque sin la acidez de antes.
Un suspiro cansado se escapó de mis labios. —Sí, Rachel. Tengo un sueño que me pesa en los párpados como plomo. Este día… ha sido agotador.—
Ella asintió lentamente, observándome con una expresión que no pude descifrar completamente. ¿Quizás había un atisbo de comprensión en sus ojos? No lo sabía, y en ese momento, tampoco me importaba demasiado. Solo anhelaba la oscuridad reconfortante del sueño. Me acurruqué bajo las sábanas, buscando la posición más cómoda, y cerré los ojos, permitiendo que la somnolencia me envolviera como una manta cálida. El dulce abandono del sueño no tardó en reclamarme, alejándome, al menos por un instante, de la frustrante realidad de mi encierro.POV. Narrador:
—¡Josué, hijo! ¡Qué bueno que despiertas! —Exclamó una mujer de esbelta figura y elevada estatura. Sus ojos color miel brillaban con afecto mientras su cabello castaño oscuro, recogido parcialmente, enmarcaba un rostro amable.
—Buen día, madre —Respondió el muchacho, incorporándose en la cama. Su voz aún conservaba un ligero eco del sueño.—¿Cómo está el día hoy?—
—Bien, Josué.—Contestó ella, acercándose para acariciarle la mejilla con ternura.
En ese momento, un hombre de mediana edad, vestido con una impecable túnica, se asomó por el umbral. —¿Va a desayunar, Príncipe? —Preguntó con una reverencia implícita en su tono.
—Ahora no, iré al despacho —respondió Josué, apartando las sábanas.—¿Mi padre ya está ahí?—
—Sí, hijo —Confirmó la mujer, con una suave sonrisa. Josué se acercó a ella y depositó un beso en su frente antes de dirigirse al despacho. Al entrar, encontró a su padre inclinado sobre un escritorio repleto de pergaminos y sellos reales. Al percibir su presencia, el rey alzó la vista y una cálida sonrisa iluminó su rostro.
—Hijo, ¿cómo estás? —Preguntó, dejando a un lado los documentos.
—Bien, padre. ¿Y usted? —Respondió Josué, acercándose al escritorio.—Bien, hijo. Oye, ten presente que el jueves de la semana que viene tenemos una reunión importante con Richard, el rey de España. —informó el monarca, retomando brevemente la seriedad de sus asuntos. Josué asintió con atención.
Narra Josué
Me llamo Josué Windor, y a mis veintiséis años, la sombra de la corona ya se cierne sobre mis días. Soy el futuro rey de Inglaterra, un título que resuena con un peso innegable, aunque la realidad de mi presente diste mucho del ejercicio del poder. Hijo único, sí, y debo confesar que esa soledad impuesta por mi linaje nunca me ha pesado. Al contrario, en el silencio de mi estudio y en la concentración de mis deberes, encuentro una paz que dudo hallar en las bulliciosas reuniones de la corte.
Mi reflejo en el espejo me devuelve una imagen familiar: cabello castaño, a menudo peinado con una disciplina que refleja mi carácter; ojos color miel, que suelen observar el mundo con una mezcla de curiosidad y cautela; una estatura que me permite destacar entre la multitud, aunque prefiera mantenerme en los márgenes; y una complexión delgada, producto más de la intensidad de mis lecturas nocturnas que de una constitución débil.

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Acepto
RomanceUn simple - Acepto.- Pronunciado con convicción o quizás con una mezcla de nerviosismo y esperanza, tiene el poder trascendental de redefinir el curso de una vida por completo, abriendo las puertas a un futuro antes inimaginable.