Narra Nicaury.
He recorrido casi todo el castillo, y la verdad es que cada rincón me ha dejado más impresionada que el anterior. Me topé con una sala de cine que parecía sacada de Hollywood, una biblioteca tan inmensa que me hizo sentir diminuta entre sus estanterías llenas de conocimiento, y varios despachos que seguro guardan siglos de secretos. Hay un sinfín de habitaciones por explorar y un gran salón de fiestas que solo podía imaginar lleno de gente bailando. La cocina, ¡gigante!, sugería que aquí se preparaban banquetes épicos. Definitivamente, este lugar es enorme y hermoso, pero también un poco laberíntico.
Ahora mismo, me encontraba caminando sin rumbo fijo por los largos y silenciosos corredores llenos de habitaciones. El único sonido era el eco de mis propios pasos. De repente, una puerta capturó mi atención: estaba entreabierta, dejando ver apenas una rendija de luz. La curiosidad, una vez más, fue más fuerte que la prudencia. Me acerqué sigilosamente, y al hacerlo, escuché la voz de Josué. Estaba hablando con alguien, pero su tono era diferente, más suave, casi paternal.
—Hazle caso a tu abuela y pórtate bien.— Lo escuché decir. Mi cerebro tardó un segundo en procesar las palabras. ¿Su abuela? ¿Y a quién le estaba hablando así? La sorpresa fue tal que por un momento olvidé la discreción. ¿Quién era esa otra persona a la que Josué le hablaba de forma tan... normal? Esto no encajaba con el príncipe aburrido y trabajador que había conocido. La intriga se apoderó de mí. ¿Estaría escondiendo a alguien aquí? Mis ojos se posaron en la rendija de la puerta, tentada de asomarme, pero el miedo a ser descubierta me detuvo. Por ahora.
—Bien, papá —escuché la vocecita de un niño. Mi corazón dio un brinco. ¿Papá? ¿Un niño? ¡No podía creerlo! Sin pensarlo dos veces, abrí la puerta completamente. Al sentir mi presencia, Josué se giró abruptamente, su rostro una mezcla de sorpresa y enfado, y enseguida escondió al pequeño detrás de él, como si fuera un tesoro que no quería que yo viera.
—Hola. —Dije, intentando sonar lo más despreocupada posible, aunque mi mente ya estaba procesando mil preguntas.
—¿Qué haces aquí? —Preguntó él, con una evidente molestia en su voz, sus ojos clavados en los míos.
—Yo solo... estaba conociendo el castillo. —Respondí, alzando una ceja. —¿Y ese niño hermoso? ¿Quién es? —No pude evitar que la pregunta saliera cargada de curiosidad.
—Su nombre es Dereck y es mi hijo. —Dijo Josué, con un tono algo resignado. El pequeño, que apenas asomaba su cabeza detrás de la pierna de su padre, solo se limitó a bajar su cabecita, avergonzado o quizás asustado.
—¡Ohh, hola, pequeño! Yo soy Nicaury.—Dije, extendiendo mis manos con una sonrisa amable, queriendo romper el hielo.
—Emm... yo tengo que salir a trabajar. —Dijo Josué, de repente, como si se le acabara el tiempo. Se alejó de Dereck con una rapidez que me pareció casi un escape.
—¿Yo me puedo quedar con el niño? —Pregunté, sorprendiéndome a mí misma con la audacia de mi propuesta. Josué pareció pensarlo un momento, su mirada dudó entre el niño y yo, pero después de unos segundos, asintió.
—Está bien. Dereck, haz lo que te dije. —Dijo él, con un tono de voz más suave hacia su hijo. El niño asintió tímidamente. Acto seguido, Josué salió de la habitación sin siquiera despedirse del pequeño. Dereck, al ver que su padre se había ido, comenzó a llorar en silencio, sus pequeños hombros temblando. Mi corazón se estrujó. Definitivamente, había algo más en esta historia.
"—¿Qué pasa, pequeño? —Pregunté, arrodillándome frente a él, intentando que mis ojos estuvieran a la altura de los suyos. Quería transmitirle calma.

ESTÁS LEYENDO
Acepto
RomantizmUn simple - Acepto.- Pronunciado con convicción o quizás con una mezcla de nerviosismo y esperanza, tiene el poder trascendental de redefinir el curso de una vida por completo, abriendo las puertas a un futuro antes inimaginable.