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Llego a ella. Un momento estoy tirado en el viejo colchón desnudo y al siguiente estoy en la puerta de la residencia de Kat. La madrugada me recibe con un silencio ensordecedor que todo tiene que ver con la nubosidad de mi pecho. No siento absolutamente nada, tan solo se que debo llegar a ella.

Estas piernas no son mías, pienso, y esos brazos no me pertenecen. No soy más que una cáscara que se mueve y yo no se a donde se dirige. Solo espero que sea hacia ella.

Esperaría que la furia rugiera en mi. Que en mi pecho se concentrara la opresión y que mis manos temblaran. Al menos esperaría que mis lágrimas brotaran, pero nada de eso ocurre. No siento absolutamente nada, no tengo nada en mi control.

Ha pasado antes, ha pasado antes, ha pasado antes.

El pensamiento no me consuela, tan solo me paraliza más.

Mi mano derecha toca la puerta de su habitación, pero no soy yo quien dirige esa acción, porque verdaderamente no estoy aquí. Me fui desde que ellas pusieron sus mugrientas manos sobre mi mugriento cuerpo. Nunca voy a regresar.

Y ella abre la puerta. La primera sensación me choca a través de un recuerdo que nubla mi mente como dipositivas mal armadas e inconexas. Kat llamándome desconsolada a las tres de la mañana porque un idiota intentó propasarse con ella, yo tocando su puerta nervioso y ella recibiendome en un mar de lágrimas. Yo perdiendo la cabeza y ella calmándome, como siempre lo hace.

No dice nada, tan solo abre sus brazos y me estrecha contra ellos. No me muevo.

No me toques. No me toques. Por favor, no me toques.

—¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Qué pasó? —pregunta mientras escudiña mi rostro con sus manos tibias—. ¿Harry?

No tengo voz, quiero decirle, no puedo responderte porque me han quitado la voz.

Kat me hace pasar y cierra la puerta. Noto que ambas camas están vacías, y solo la luz amarilla de su escritorio está encendida. Ella se para frente a mí y me mira. Sus ojos buscan en los míos un rastro de vida y no tengo el corazón para decirle que ya no hay nada tras mis cuencas. Sus lentes descansan sobre la punta de su nariz y me acerco para acomodarselos. Ella no permite que retire mis manos tras sus orejas y coloca las suyas sobre las mías.

¿Cómo es que puede tocarme? ¿Cómo es que no se retuerce bajo el contacto de nuestras manos? ¿Cómo es que no lo hago yo?

Justo cuando estaba apunto de alcanzarla, me han encadenado y sentenciado para siempre.

Lleva puesto un mono de pijama azúl con detalles blancos, y una camiseta de tiritas del mismo color. Su cabello está despeinado y puedo notar alguna basurita en su ojo, se que la he despertado.

—Lo siento—apenas susurro.

—¿Qué pasó? —su voz se agrieta y me mira con esas estrellas brillantes que tiene por pupilas.

Quiero decirle que lamento haberla despertado, pero solo repito—: lo siento.

Y es todo lo que soy capaz de decir. Lo repito tantas veces, obligándome a soltar más palabras, pero es imposible. Todas las emociones me golpean como un rayo de mil voltios y me dejan sin aire mientras le suplico que me perdonen.

—Lo siento, lo siento, lo... —sus manos rasposas. Sus sonrisas torcidas. Sus pinturas esparcidas por todo mi pecho. Sus marcas en mi espalda. Sus bocas sobre mi. Mis manos sobre ellas. Es borroso y turbio, pero lo siento. Lo siento tanto de verdad.

—Shh—sus manos limpian gotas saladas de mi cara que ni siquiera había notado que salían. Los espamos me recorren el cuerpo y mi visión se nubla. Necesito salir, necesito irme—. Ven, siéntate.

Scary Love [HS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora