Capítulo 4

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Habían pasado un par de días desde que Josy había conocido a Ethan en la cafetería. Y él, cada noche, justo como en ese momento, se paraba en la azotea del edificio vecino al de la castaña para observar su ventana hasta que las luces de su habitación de apagaban y él, tranquilamente se marchaba.

—Josy, Josy, Josy —susurró recostándose de la barandilla y mirando el estrellado cielo de Los Ángeles—. ¿Qué haré contigo? No me dejas en paz y eso está comenzando a desesperarme.

Cuando Ethan había recuperado los recuerdos de Josy, se sintió incómodo. Sintió la misma incomodidad de la primera vez. Esa misma que precisamente no comprendía en lo absoluto. Jamás, en sus veinticuatro años de vida, había sentido aquella sensación tan extraña.

La existencia de Ethan en el infierno era, en sí misma, desigual. Ethan era el único de los demonios que era hijo de una madre humana. De no ser porque su padre era el mismísimo Rey, la existencia de Ethan no sería permitida. Y habría sido exiliado apenas se supiese su procedencia.

De todos modos, él fue creciendo y creciendo con el mismo patrón que el resto de los demonios: maldad, deshonestidad, crueldad, egoísmo, indiferencia...

Sin embargo, lo que le estaba pasando empezaba a martirizarlo.

—¿Qué estoy haciendo? —suspiró él metiendo sus manos en los bolsillos. Luego, desapareció de ahí.

Eran las tres de la madrugada cuando Josy se había despertado de golpe luego de una pesadilla. Un desagradable sudor frío bajaba desde sus sienes hasta su barbilla. Al observar el reloj, a Josy se le habían puesto los pelos de punta. Pues en más de una oportunidad había escuchado aquello de «Las tres de la madrugada es la hora en donde se reúnen los demonios y las brujas».

Josy sacudió rápidamente la cabeza de un lado a otro, tratando así de desprenderse de aquel pensamiento que no iba a traerle más que desesperación en un momento en el que no la necesitaba realmente. Miró el techo con un nudo en la boca del estómago. De manera fugaz, Josy recordó el rostro de Ethan mirándola con frialdad. Sin embargo, ella aún seguía sin entender por qué su expresión había cambiado de manera tan repentina cuando había escuchado el nombre de ella. Una lúgubre mirada había pintado de manera grisácea el rostro del joven.

La chica se movió varias veces sobre sí misma. Sintiendo una gran inquietud, mucho más grande que la que sentía cuando se había despertado unos minutos atrás. Ahora no solamente estaba aturdida por el mal sueño que la había despertado, sino que también había empezado a sentir una extraña y gélida presencia. Tembló un poco aferrándose a las sábanas que cubrían su cuerpo. Trató arduamente de mirar entre la penumbra cada rincón de su habitación. Finalmente, se detuvo en el área en la que su ventana estaba ubicada. Josy pensó que la luna parecía estar en su máximo esplendor, al mirar un par de rayos azules transparentarse a través de las cortinas.

Pero tras un parpadeo, Josy pudo jurar que había visto la silueta de un hombre. La poca luz que se reflejaba, le dejó ver fugazmente que aquella persona vestía un saco largo y una máscara negra. Un grito ahogado se escapó de su garganta cuando había recordado la imagen que había visto en las noticias algunos días atrás. Rápidamente se sentó y encendió la lámpara que se encontraba en su mesita de noche. Sin embargo, su verdadera sorpresa había llegado justo en el momento en el que se dio la vuelta y no vio absolutamente nada.

Paseó con pánico su mirada por toda la habitación que era débilmente alumbrada por la pequeña lucecilla que ocasionalmente la muchacha usaba para leer en las noches de insomnio.

Se levantó de su cama sintiendo como sus piernas flaqueaban, haciendo que tuviera que sostenerse de las paredes. Salió de la pequeña habitación y recorrió el pasillito encendiendo cada luz. Corrió hacia la puerta y se aseguró de que esta estuviera cerrada con los cuatro seguros. Se preguntó millones de veces qué demonios había ocurrido minutos atrás si todo en su casa estaba cerrado. Terminó convenciéndose de que lo que había visto no había sido más que un espejismo por el aún nerviosismo de la pesadilla que había tenido.

—Estoy volviéndome loca —susurró para sí misma encendiendo la cafetera y subiéndole volumen a la televisión que había prendido antes de revisar la puerta principal.

Josy evidentemente se abstuvo de mirar el noticiero. Por el bien de ella misma sabía que aquella no sería precisamente la mejor idea. Sus piernas aún temblaban un poco y su garganta estaba tan seca como si no hubiese tomado un solo trago de agua en un par de días. La imagen de aquella persona aún venía de vez en cuando y de manera fugaz a su mente. Miraba el reloj cada dos por tres, esperando que se acercara la hora del amanecer.

Pasadas un par de horas, a las cinco, Josy se asomó por la ventana y pudo ver que el cielo iba a empezar a aclararse poco a poco. Un suspiro de alivio se escapó de sus labios y volvió a sentarse en el pequeño sofá para dos que estaba justo al lado de la cocina. Le echó un vistazo nuevamente a la pequeña habitación que la rodeaba. Paredes blancas con un ligero tono amarillento, alguna esquinita con humedad convirtiéndose progresivamente en moho, y un piso de madera un poco vieja, aunque aún bastante estable. Una cocinita anticuada y un pequeño espacio que simulaba la sala de estar, que solamente era adornado por el sofá de segunda mano en el que Josy estaba sentada. Aquello sin contar la minúscula habitación en la que dormía.

Josy rodó los ojos y se recostó entre los cojines. Aquello era todo lo que ella podía costear en ese momento. Pero todavía esperaba prontamente conseguir la manera de salir de aquel horrible lugar. Suspiró y miró el techo. Un conjunto de recuerdos se paseó por su mente. La sonrisa de su madre le acumuló las lágrimas en los ojos.

—Te extraño —susurró ella con un hilo de voz. Puso sus manos encima de su cara, dejando escaparse de los costados las ahora incontrolables lágrimas que habían empapado su rostro—... No debiste irte así, mamá.

La chica no notó la presencia de la misma persona que había visto algunas horas atrás, quien, desconcertado, la miraba desde la cocina, sintiendo como los sollozos de ella le calaba los huesos.Suspiró y se retiró. Le había dado tiempo de llegar e irse sin que la muchacha se diera cuenta.     

FLAMES [LIBRO I: THE DEVIL LOVES TOO] (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora