Capítulo 6

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15 de enero de 1994

Julia había estado teniendo fiebre desde que había roto fuente. Había empezado a delirar y sus gritos desgarradores impregnaban no solamente la habitación de hospital, sino también los pasillos por donde la gente caminaba aterrada. Alrededor de la camilla, doctores y enfermeras la atendías rigurosamente. Para ellos era la primera vez que veían a una mujer sufrir de aquella manera al dar a luz.

Sus gritos eran tan fuertes que había empezado también a toser sangre por lo irritada que estaba su garganta. Su cuerpo ardía tanto que los doctores temían no sólo por ella, sino por el bebé que salía lentamente de entre sus piernas. La madre de Julia había llamado a un sacerdote también, que recitaba en latín una oración con el fin de sacar todo lo malo que pudiese estar dentro de ella. Pero hasta a él se le estaba haciendo imposible callar el dolor de la mujer.

—¡¿Dónde está?! ¡¿Él está aquí?! —gritó desenfrenada—. ¡¿Dónde está Amon?!

La madre de Julia negó cerrando los ojos. Sus manos sudaban por el nerviosismo. Aquella escena era simplemente caótica. Sus pupilas estaban impregnadas de la imagen de su hija agonizando mientras daba a luz al mismísimo hijo de quien no debía ser nombrado. Y eso la llevó a preguntarse, cómo era que todo eso había ocurrido de aquella manera. No era justo que aquel ser se hubiera personificado para subir al mundo de los vivos. No era justo que su hija se hubiera fijado en él de entre todo el mundo. Y no era justo que aquel demonio hecho hombre, hubiera sembrado en Julia, la semilla del mal.

La mujer lloró al ver a su hija agonizante encima de las sábanas blancas que ahora estaban teñidas de escarlata. Los cabellos castaños de ella estaban alborotados y las puntas también se habían teñido con la sangre que salía se las comisuras de sus labios.

Los doctores tenían ojos aterrorizados. Julia ardía en una temperatura de cuarenta y cinco grados. Y ellos no entendían cómo es que aún estaba viva en aquella tan delicada situación.

Finalmente, el llanto del infante, golpeó las paredes de la habitación. El cuerpo de Julia se desplomó sobre la camilla. Su pecho subía y bajaba velozmente y sus gritos habían cesado. El sacerdote sintió completamente limpio el cuerpo de Julia, que poco a poco iba desvaneciéndose y despidiéndose de la vida. Por otra parte, la maldad que había sentido con aquella fuerza abrumadora, ahora estaba ligada al niño que rápidamente habían puesto en los brazos de la mujer. Para que así al menos, pudiera despedirse de su madre apenas habiéndola sentido por primera vez.

—Pequeñín —susurró ella mirando la carita de la criatura—. Eres tan lindo como imaginaba.

La madre de Julia sentía las lágrimas bajar por su rostro. Pero veía inmóvil la escena de calma luego de la tormenta.

—Papá no está aquí hoy —continuó ella poniendo al niño en su pecho para amamantarle con lo último que le quedaba de vida—. Pero algún día vendrá por ti. Él te ama, aunque no lo creas —el pulso de Julia cada vez era más lento y débil—. Mami también te ama. Mami te ha amado desde que te sintió por primera... vez.

—¡Julia! —la mujer se acercó rápidamente al costado de la camilla y tomó la mano libre de su hija—. No puedes dejarme. Un padre no debe enterrar a sus hijos —sollozó ella y Julia le dedicó una débil sonrisa.

—Es cierto lo que... dices, madre —dijo serena—. Pero no estarás sola. Este pequeño niño va a acompañarte —volvió a sonreír—. Y yo siempre estaré aquí —débilmente, Julia levantó su mano y tocó el pecho de su madre, quien rompió en llanto—. No... llores —acarició su mano.

—¿Cómo puedes pedirme eso? —se quejó la mujer—. Aún eres joven, tienes muchos años por delante —Julia negó.

—Algunos minutos, madre —su voz cada vez era más débil—. Es lo único que me queda —miró al niño—. Sin embargo, este niño será mi nuevo comienzo en este mundo —sonrió—. Te pido por favor que... siempre recuerdes mis sonrisas y mi felicidad. Mis momentos de terquedad también. Te entrego los años que este niño pueda permanecer a tu lado antes de que su padre venga por... él.

La mujer vio de reojo como todas las personas presentes miraban atemorizados la escena. Sin embargo, la mirada que más le había llamado la atención había sido la del sacerdote. Quien miraba al niño con un remolino de sentimientos. Ella sabía el porqué de aquella mirada.

—Madre —susurró Julia cuando ya se había desvaneciéndose por completo—. Te adoro. Por favor cuida de él —la mujer asintió sintiendo como nuevamente sus ojos se cristalizaban.

—Te adoro, hija. Prometo cuidarle —apretó la mano de Julia—. Buen viaje, Julia —la chica sonrió dulcemente y miró por última vez a su pequeño bebé.

—Adiós, Ethan...

Poco a poco, la madre de Julia sintió como elagarre de la mano de su hija cada vez se hacía más y más débil. Hundió su cara en la sábana cuando había escuchado que el bebé había vuelto a llorar en el momento en el que dejó de sentir el corazón de su madre latir. Julia había cerradolos ojos, y jamás volvió a abrirlos.    

FLAMES [LIBRO I: THE DEVIL LOVES TOO] (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora