Capítulo 7

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Ethan suspiró cuando vio la camioneta de Kyle alejarse. El principal motivo por el cual había ido a la cafetería aquella tarde, era para ver a Josy. Pero lamentablemente ella había tenido que irse justo en ese momento.

Ethan chasqueó la lengua y se levantó después de terminarse su café. Aún era temprano para él. La peor parte de su día era tener que fingir que formaba parte de la humanidad. Su momento favorito llegaba cuando el sol se ocultaba y él tenía el placer de transformarse en lo que los humanos llamaban «El Demonio Enmascarado». Se rio por lo bajo.

Si ellos supieran que la persona que está detrás de esa máscara realmente es un demonio —pensó él atravesando la puerta.

Cuando el aire chocó contra su rostro, Ethan, no pudo evitar entrecerrar los ojos. Tomó su celular y pidió un taxi que en tan sólo un par de minutos estaba frente a él. Él subió y permaneció en silencio tras haberle dicho al taxista el destino al que se dirigía.

—Gracias —soltó despectivo cuando el taxi se detuvo delante del portón.

¿Qué diablos? —se preguntó a sí mismo cuando se dio cuenta de lo que había dicho—. Josy, es tu culpa.

Bufó y se bajó del auto. Se metió las manos en los bolsillos y caminó adentrándose en el enorme cementerio. El sol comenzaba a ocultarse y ya estaba por llegar la hora que durante el día tanto había esperado Ethan.

Pero primero, continuó caminando a paso ligero por unos quince minutos. De repente, se detuvo frente a una tumba que permanecía perfectamente cuidada después de los veinticuatro años que tenía de antigüedad. Tumba que él mismo había conservado en ese estado. En aquel agujero, yacían su madre y su abuela, descansando una junto a la otra. Recuperando todo el injusto tiempo que habían pasado separadas por culpa suya.

—Ojalá un día puedan perdonar a este demonio desgraciado que sólo les trajo miseria a sus vidas —recitó él arrodillándose delante de la tumba—. Las enterré juntas para disculparme por mi egoísmo. Por mi falta de respeto hacia una madre dedicada y dulce, y hacia su joven hija que apenas comenzaba a vivir. Me llevé sus vidas. Yo, un ser que no puede morir por más que lo intente. Julia... Madre —se corrigió—. He visto el día en que nos conocimos una y otra vez, cada vez que cierro los ojos. Me pregunto cómo pudiste amar tanto al demonio que absorbió tu vida con cada patada que le daba a tu vientre. Te sentí fluir dentro de mí aquella vez que me entregaste el vino de tu cuerpo. Fue tan cálida la sensación que me otorgaste esos pequeños minutos. Perdona a este maldito asesino, que te hundió en la pena eterna. Sé que no importa que haya recostado a tu madre a tu lado. Porque sus almas nunca podrán estar juntas nuevamente. Porque pecaste al traerme al mundo. Y eso te ha dejado deambulando en el limbo. Abuela, los primeros años de mi vida fueron completamente pertenecientes a ti. Me disculpo también contigo por absorber tu vitalidad, que estaba entrelazada con la depresión que te había causado al ser el asesino de tu hija. No entiendo tampoco cómo pudiste amarme tarto como decías hacerlo.

15 de enero de 1999.

—¡Abuela! —sonrió el pequeño corriendo hacia la mujer—. ¡Hoy es mi cumpleaños!

—Así es, Ethan —respondió ella enternecida—. Estás cumpliendo cinco años ya. ¡Cómo has crecido, pequeño! —la mujer envolvió al pequeño niño entre sus brazos—. Comeremos pastel. ¿te parece?

—¡Pastel! —exclamó contento.

Seis meses después.

Ethan sollozó ante el impacto de la caída. También, se asustó cuando sintió el sabor metálico inundarle la boca.

—¡Abuela! —gritó asustado cuando, al escupir la sangre, uno de sus dientes se había caído—. ¡Abuela, ayúdame! —Ethan empezó a llorar. No sabía qué le había ocurrido.

El pequeño muchachito era tan distraído que ni siquiera se había dado cuenta que uno de sus dientes frontales se había aflojado dos días atrás. Pero, aun así, seguía sin ser el momento para que éste se cayera. Sucedió cuando Ethan se tropezó jugando en el jardín. Un golpe de boca había sido suficiente para tumbar bruscamente el diente de leche del niño. La mujer salió apresurada de la casa. Temiendo que el padre de Ethan hubiese ido a buscarle. Sin embargo, el susto se lo llevó cuando vio un chorro de sangre correr por las comisuras de su pequeña boca. Pero, al acercarse, y mirarlo bien, notó que él sostenía aterrado un dientecito de leche que la hizo tener que taparse la boca con las manos para contener la pequeña risilla. Aunque también le daba pena, Ethan no tenía permitido ir a la escuela, mucho menos salir de casa. Apenas estaba enseñándole a leer para que así pudiera estudiar con ayuda de los cientos de libros de texto que la mujer había ido coleccionando con el paso de los años. Ethan no sabía que era normal que a un niño se le aflojaran los dientes y luego fueran reemplazados por unos nuevos.

—Pequeño Ethan —la mujer se puso en cuclillas y acarició la cabeza del niño que aún lloraba—. No estés asustado...

—¡Pero mira! —Ethan le tendió su mano—. He perdido un diente.

—Lo sé —sonrió—. A los niños de tu edad se les caen los dientes. Pero otros nuevos te saldrán. Más fuertes —Ethan la miró aliviado.

—¿Lo prometes? —preguntó él. La señora sintió y secó sus lágrimas.

—Vamos a lavarte. Te has golpeado fuerte...

Ella, tomó la mano de Ethan y lo encaminó hacia dentro. Mirándolo momentáneamente de reojo, y sin poder creer que la manita que sostenía, pertenecía al mismísimo hijo de Satanás.

FLAMES [LIBRO I: THE DEVIL LOVES TOO] (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora