Abandono el teatro de la escuela con prisa. Nos hemos pasado la mitad del día ensayando el evento de graduación. Se trata de algo realmente aburrido, pero por lo menos nos ahorra algunas clases. Toda excusa es buena para abandonar los salones.
Bostezo. No entiendo cuál es el objetivo de hacer una ceremonia que a ningún alumno le interesa. Son pocos los que tienen un rol importante durante el evento. Mila, por ejemplo, es una cerebrito y por ello dará el discurso en nombre de todos los graduados. Tristán, por su parte, entregará algunas palabras de aliento a todos los que quieran seguir con su pasión por el deporte en el futuro; es su deber como capitán del equipo de fútbol y del de básquet. Por último, Elena cantará el himno en el coro.
Pero ¿y los demás? El resto de nosotros solo debe saber en qué orden ingresar, qué silla tomar sobre el escenario y buscar un modo de no quedarse dormido en medio de los varios discursos sobre comenzar una nueva etapa.
Si bostezas, pareces irrespetuoso. Si miras hacia los lados, se nota que te distraes. Si hablas con otro alumno, estás siendo un irresponsable. Solo podemos sentarnos como estatuas con cara de póker de principio a fin. Bah, hasta que el director lea nuestros nombres y nos haga pasar al frente para recibir un papel enroscado que es un diploma simbólico. ¡Ni siquiera es el real! Ese tarda meses en tramitarse.
Suspiro. Quiero trotar por los pasillos, pero hay demasiadas personas. La peor parte del día ya quedó atrás y ahora me espera un rato en compañía de Matías, de mi chico de las mil gorras.
Sonrío. Doblo en el último pasillo y noto que el clima ha cambiado: llueve.
Me detengo en seco no muy lejos de la entrada y maldigo. No traje paraguas porque en la mañana no se veía ni una sola nube. ¿Qué debería hacer? Si corro hasta el gimnasio se me van a arruinar los rulos. Y si espero, llegaré tarde.
¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición!
Me muerdo el labio y pondero las posibilidades.
—¡Bu!
Me sobresalto cuando dos manos se posan sobre mis hombros. Siento un escalofrío recorrerme la espalda.
Luego, suelto una carcajada.
—¡Te asusté! —bromea Mila. Ella también ríe.
Desde hace tiempo nos hemos tomado la mala costumbre de intentar sorprender al otro cuando lo vemos distraído. Temo que es mi culpa, porque yo fui el primero en tener el gesto con ella. Pero no me arrepiento, siempre me arranca una sonrisa.
—No lo esperaba —admito, todavía riendo.
—Lo sé, por eso es chistoso. —Mila se cubre la boca con ambas manos mientras intenta calmarse—. ¿Qué haces? ¿No tienes que irte a ver a tu chico?
—Shhhhh —pido. Me incomoda que gente que no me conozca en persona pueda escuchar; después de todo, la última persona con la que salí fue con una chica que se graduó el año pasado—. Es que olvidé mi paraguas.
Mila asiente, ella comprende mi preocupación. Aunque sus rulos son más bien una maraña eléctrica, tiene problemas similares a los míos. La gran diferencia es que a ella no le importa demasiado su cabello, dice que se ha rendido hace tiempo.
—Yo sí tengo uno, si quieres, te acompaño hasta la puerta. Puedo tomar el bus no muy lejos del gimnasio. —Se encoje de hombros.
Sé que no ofrece su ayuda solo porque es una buena amiga, sino porque quiere ver a Matías con sus propios ojos. La conozco lo suficiente como para leer sus dobles intenciones, pero su oferta es tentadora.
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El chico de las mil gorras (COMPLETA)
Teen Fiction☆(-ESTA NOVELA transcurre varios meses después de ECDLMG, pero no es una secuela directa y puede leerse por separado-)☆ La mejor parte de cada lunes es que por la tarde voy al gimnasio. Sí, ya sé, cualquier persona en su sano juicio detestaría los...