CAPÍTULO 30 - MARTES

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Hoy no quedan rastros de las ojeras ni del estrés. Tarareo una canción cualquiera mientras estoy en el bus rumbo a mi primer destino del día. Anoche le ofrecí a Mila ayuda con la decoración de su birrete para la graduación; aprovecharé para contarle lo ocurrido con Matías mientras nos ocupamos del diseño. Sé que seguramente yo haga todo el trabajo mientras ella me observa y me da órdenes, pero no me molesta. El viernes será un día especial para ella y la gente prestará atención a su apariencia porque dará el discurso en nombre de todos los graduados. Debe estar nerviosa.

Tomo el teléfono que llevo en el bolsillo y decido escribirle al chico de las mil gorras. Él me mandó un "Buenos días" en la mañana y todavía no le respondí; estaba durmiendo al recibirlo. Le pregunto a qué hora saldrá del trabajo y le explico que estaré en casa de mi mejor amiga. Tal vez podamos vernos aunque sea un rato.

Sospecho que no me escribirá enseguida, creo que hoy es su día más ocupado en el gimnasio.

Para el momento que desciendo del transporte público, soy el único pasajero. La casa de Mila está tan alejada del centro de la ciudad que pocas son las personas que viajan hasta aquí fuera del horario ajetreado. Además, la mayoría de los vecinos tienen sus propios vehículos. Me sorprende que mi mejor amiga no haya intentado tomar clases para aprender a conducir. Estoy seguro de que sus padres le prestarían el coche si ella lo deseara. Tal vez tiene miedo, como yo, a perder el control.

Camino hasta la puerta de su hogar y golpeo varias veces. Sobre mi cabeza, una ventana se abre. Alzo la vista, debo cubrir mi frente con la mano para que el sol no me deje ciego. Mila asoma del segundo piso, con un cepillo de dientes en la mano y la boca llena de espuma. Es una ridícula.

—La puerta trasera está abierta —avisa—. Ya bajo.

Le dedico una sonrisa antes de rodear la construcción. Su hogar es bastante grande y el jardín del fondo es enorme, bordeado por árboles y lleno de flores. Como ella me ha advertido, apenas coloco mi mano sobre la puerta que lleva a la cocina, la madera se mueve. Me quito los zapatos junto al umbral —costumbre que tengo cuando visito otros hogares— y avanzo rumbo a la sala.

Mila está de pie en la parte superior de la escalera. Todavía lleva un camisón sobre el que se ha colocado un abrigo viejo. Su cabello ondulado parece indomable. Estoy acostumbrado a verla despeinada, pero creo que nunca tanto como hoy.

—Iré a cambiarme. Juro que en cinco minutos estaré contigo —se disculpa.

—Tómate tu tiempo.

Mila desaparece en el corredor del segundo piso. Yo regreso a la cocina y me sirvo un vaso de agua. No logro beber siquiera el primer sorbo antes de que ella vuelva a llamarme. ¡¿Cómo demonios pudo arreglarse tan rápido?!

Con el vaso todavía en mi mano, subo la escalera y me dirijo a su habitación, donde ella me espera sentada en el bode de su cama. Enseguida comprendo el truco utilizado por Mila: Se colocó lo primero que encontró y dejó su cabello desordenado. Tiene puestos calcetines rojos con estampado de estrellas que llegan hasta su rodilla, shorts deportivos violetas y blancos que de seguro usa como pijama y una camiseta negra de su hermano con el logo de quién sabe qué banda de rock en verde. Alzo una ceja sin querer cuando la analizo y ella tan solo se encoje de hombros.

Yo no dejaría que nadie me viera tan desprolijo, pero sé que a ella esas cosas no le importan demasiado.

—Llegas temprano —dice ella a modo de saludo. Se pone de pie y me abraza.

—No, llego puntual —refuto—. Me dijiste que a las dos y son las dos con diez minutos.

—Es que estoy acostumbrada a que Eli se tarde como una hora —bromea ella—. Gracias por venir. Compré todo lo que me pareció necesario para el birrete, pero tengo miedo de intentarlo por mi cuenta. Vamos, vamos, te mostraré.

El chico de las mil gorras (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora