CAPÍTULO 33 - VIERNES

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Los graduados llegamos a la escuela poco después del mediodía. Es extraño estar aquí sin que haya clases, con los pasillos vacíos y el murmullo apagado que se concentra solo en gimnasio que es donde nos han reunido.

El director de la escuela nos saluda uno a uno con un apretón de manos y una sonrisa. Mira con prisa que tengamos bien colocada la túnica y el birrete. Son pocos los que han decido decorarlo como mi mejor amiga.

—Me quiero ir a casa —murmura Julián, a mi lado. Bosteza sin disimulo y se frota los ojos—. Ya me gradué, solo quiero la fiesta y las vacaciones, ¿por qué tenemos que volver a la escuela hoy?

Sonrío. Me encojo de hombros a modo de respuesta.

—Tu novia está ansiosa —digo luego.

—Me tuvo al teléfono hasta las cinco de la madrugada porque quería practicar su discurso especial. La pobre está hecha una bola de nervios. —Él también sonríe, su mirada viaja hasta Mila—. Ella está emocionado, supongo que le enorgullece dar el discurso en nombre de todos. Y eso sí que me alegra, es lo único positivo de esta ceremonia.

—Seguro que estará genial lo que vaya a decir —afirmo.

—Yo creo que sí, ella tiene un don con las palabras.

Paseo mis ojos por el sitio. Siento que hoy estamos más unidos que nunca. Hay rostros emocionados y nerviosos, preocupados y aburridos. Muchos pasean por la multitud mientras se toman fotografías con todos los demás, incluso con quienes apenas se relacionaban.

Silvina se aproxima con el teléfono en su mano derecha y una sonrisa tan radiante que cualquiera creería que hoy es el mejor día de su vida. Totto la sigue de cerca, resignado pero feliz.

En una situación normal, yo huiría de la cámara porque detesto que me tomen fotos que no podré "aprobar" antes de que lleguen a las redes sociales. Sin embargo, hoy es un día especial, y mañana será otro. No existe forma de que evite las imágenes no deseadas, ya lo acepté en mi mente.

Estoy listo.

No puedo creer que el día por el que tanto temí haya llegado. La sola idea de que no volveré a recorrer los pasillos de mi escuela me parece extraña e imposible. No logro concebirlo. Nunca más iré a mi casillero en busca de un libro. Nunca más me sentaré a almorzar con amigos entre clases. Nunca más me veré forzado a aprender cosas que no me servirán para nada en el futuro.

Ya extraño la vida escolar, ¿quién lo diría?

Durante todo el secundario deseé que la tortura acabara, que el día de la graduación llegara pronto. Parecía como si el tiempo no quisiese apurarse. Y hoy, que por fin digo adiós a la vida de alumno escolar, no existe nada que quiera más que escuchar un: "Es mentira Gaby, te queda otro año más".

Esto es contradictorio.

Casi por pura inercia, sonrío a la cámara una y otra vez. No presto mucha atención, es como si mi mente hubiera apagado el interruptor de la atención y no comprendiera lo que me rodea. Todo es un poco borroso y sé que no lo recordaré luego.

Escucho un aplauso de esos que son para llamar la atención de la gente.

—¡Chicos! ¡Chicas! Sus amigos y familiares ya están en el auditorio. En unos minutos comenzará la ceremonia. Fórmense por favor que ya es hora —pide una profesora. Supongo que el director estará ya ocupado con los últimos detalles.

El murmullo generalizado crece por algunos instantes. La emoción es palpable en el ambiente. Por un motivo o por otro, cada uno de los alumnos de seguro siente ansiedad.

El chico de las mil gorras (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora