Me cuesta concentrarme, esto no es normal. Si bien llevo ya varios meses interesado en Matías, el lazo que forjamos en las últimas semanas me distrae. Desde ayer que no puedo dejar de pensar en él. Mi vida y mi atención se resumen en cuándo fue la última vez que lo vi y cuándo será la próxima —mañana—. No quiero convertirme en una de esas personas que, al enamorarse, dejan de lado a sus amigos. Nunca me gustó la gente así, me aterra notar que comienzo a volverme aquello que detesto.
Sacudo la cabeza para alejar al chico de las mil gorras de mi mente. Necesito recobrar la compostura, el control sobre mi vida. Debo buscar un equilibrio entre mis enormes ganas de pasar tiempo con él y el resto de lo que ocurre a mi alrededor.
Jamás podría perdonarme si luego, por obsesionarme con un chico, perdiera a todos mis amigos.
¡Pero juro que no puedo evitarlo! Cuando cierro los ojos, cuando pierdo la concentración o cuando estoy solo: pienso en él. Lo dibujo como en la mañana de ayer, recostado a mi lado. Sueño despierto con que mi enorme deseo de salir con él se cumple.
Maldita sea.
Vuelvo a sacudir la cabeza. Tomo aire y lo suelto. Me he obligado a mí mismo a apagar el teléfono hasta salir de la escuela porque, de lo contrario, estaría todo el día revisando por si me llega algún mensaje de Matías.
Por momentos no me reconozco a mí mismo.
Me acomodo sobre el escenario, en la última fila. Ya quedan pocos ensayos antes de la graduación real. Y aunque la mayoría de mis compañeros quieren ya acabar con la escuela, a ninguno le importa mucho el acto formal, solo el baile que se organizará esa misma noche.
Aquí es costumbre que los chicos del último curso celebremos con un baile de despedida. Solo podemos asistir nosotros y aquellos invitados que nos acompañen. En general, son hermanos, primos, mejores amigos o novios. Los alumnos de cursos inferiores tienen la mala costumbre de hacer hasta lo imposible por lograr que los que se gradúan les extiendan la invitación. Una estudiante menor con la que viajé en bus varias veces me insinuó ya en tres ocasiones. Muere por ir, pero le he dicho que no.
¿Por qué? No, no es que tenga pensado invitar a Matías. Son demasiados los prejuicios que tendría que tolerar si me vieran bailar con un chico mayor, y encima con uno tan atractivo como él. Y creo que mi personal trainer tampoco aceptaría de todas formas, este tema del a graduación debe ser cosa de niños para él.
No tengo un motivo real para no invitar a la alumna de primer año del secundario. Pero si voy a asistir al baile con alguien, será al menos con quien yo quiera y, si no se me ocurre nadie, posiblemente llame a mi prima, Sabrina, que de seguro estará encantada de poder conocer chicos nuevos. Cambia de novio como yo de ropa. No les tiene paciencia.
—Hey —llama Julián, a mi lado en un susurro.
Me giro apenas para poder verlo de reojo. Espero que la profesora no escuche, porque sus sermones son insoportables.
—¿Qué pasa?
—Ibas a natación los lunes, ¿no? —pregunta—. Antes, digo.
Asiento con un movimiento de cabeza, un poco confundido por su repentino interés. Espero por una explicación, pero no llega. Julián toma su teléfono y escribe algo rápido, no llego a verlo.
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El chico de las mil gorras (COMPLETA)
Teen Fiction☆(-ESTA NOVELA transcurre varios meses después de ECDLMG, pero no es una secuela directa y puede leerse por separado-)☆ La mejor parte de cada lunes es que por la tarde voy al gimnasio. Sí, ya sé, cualquier persona en su sano juicio detestaría los...