Temo que mi cabeza explotará en cualquier momento. Pasar un día completo sin lentes no ha sido bueno para mí. Sobreviví y no fui el peor jugador de los torneos que hicimos anoche —Víctor nos destruyó—, me divertí y pude disfrutar de la cercanía de Matías. Creo que el sacrificio valió la pena.
Las aspirinas que me trajo mi madre hace ya casi dos horas no surten efecto. Incluso la luz de la pantalla de mi teléfono me lastima en estos momentos. Pero ya no tengo sueño, dormir no es una opción —en especial porque me desperté pasado el mediodía—.
Ruedo en la cama, cubro mi cabeza con una almohada y pienso en las posibilidades. No quisiera desperdiciar el día. Tal vez una ducha me ayude a despejarme.
Pero no estoy sucio ni sudado, y peinar mis rulos es un trabajo agotador.
¡No sé qué hacer!
En eso, escucho que Tobías araña la puerta de mi habitación desde el pasillo, quiere ingresar.
—¡Ahora no! —le digo aunque sé que no me entiende—. Vete a molestar a mis hermanos —ruego; el sonido de mi voz se ahoga contra la almohada.
—Miau —escucho que el gato se queja—. Miau, miau, miaaaaaaaaaau.
—¡Ya voy! —murmuro, resignado.
Me pongo de pie con lentitud. Froto mis ojos con ambas manos y suelto un bostezo. Las cortinas de la ventana están cerradas, la luz apagada. Apenas si pueden distinguirse las siluetas de los muebles.
Me arrastro descalzo hasta la puerta. No sé cómo ni por qué, pero en las noches siempre me quito los calcetines sin querer. A veces solo pierdo uno, otras mañanas ambos. Incluso cuando hace mucho frío me despierto con los pies destapados y desnudos. Supongo que esto es algo común y que no me ocurre solo a mí; no es un tema de conversación normal que pueda tener con otros así que tal vez nunca sepa la respuesta.
Abro la puerta de un solo tirón porque a veces se traba. La claridad del pasillo me incomoda, me siento como un vampiro.
Tobías se enreda entre mis piernas, ronronea en busca de atención por algunos segundos y luego se sube a la silla del escritorio.
Ahora que estoy levantado, volver a mi cama ya no me resulta atractivo. Y tengo hambre, muero de hambre.
Busco mis lentes de sol y me los coloco, ¡me veo ridículo porque estoy en pijama! Por suerte, solo mi familia me verá. Al menos así la luz no será tan molesta.
Dejo al gato en mi habitación y bajo a la cocina para prepararme el desayuno/almuerzo. Desde el pasillo se oye el televisor en volumen alto y las risas de mis hermanos menores en su propio cuarto. Será difícil hallar paz cuando toda la familia está en la casa.
Reviso la heladera, las alacenas, las bolsas del supermercado que todavía descansan sobre la mesa y hasta los cajones. Casi todas las posibilidades requieren de mucho esfuerzo y yo no tengo ganas de cocinar.
Opto por conformarme con poner las sobras de anoche en el microondas aunque mucho no me agrade la comida recalentada. Es mejor que nada.
Camino alrededor de la mesa mientras aguardo por el "bip, bip, bip" y recuerdo de repente que tengo cosas por hacer... demasiadas cosas por hacer, de hecho.
Maldigo una y otra vez, me siento como un idiota por haber olvidado mis obligaciones. Apresuro mis pasos, impaciente. Tengo que comer rápido para poner manos al a obra.
Suelto otro bostezo, me encantaría tener un té o un café para despabilarme, pero no puedo permitirme perder tiempo.
Escucho por fin el pitido del microondas. Abro la diminuta puerta y toco el plato con miedo a quemarme la punta de los dedos.
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El chico de las mil gorras (COMPLETA)
Novela Juvenil☆(-ESTA NOVELA transcurre varios meses después de ECDLMG, pero no es una secuela directa y puede leerse por separado-)☆ La mejor parte de cada lunes es que por la tarde voy al gimnasio. Sí, ya sé, cualquier persona en su sano juicio detestaría los...