EPÍLOGO

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Odio empacar. Detesto que haya una limitación de espacio para cargar con mis pertenencias. Mudarse no es fácil.

El cuarto que tendré que ocupar en el campus de la universidad es extremadamente pequeño, en el ropero no cabe ni una quinta parte de mi ropa. Tuve la fortuna de que al menos no me tocara compartir el sitio con nadie, me asustaría convivir con un desconocido por los próximos dos años.

También odio las políticas de la universidad, pero tendré que amoldarme a ellas. Todos los alumnos deben vivir dentro del campus por un mínimo de dos años obligatorios para asegurar su asistencia a las clases y no sé qué otras tonterías. ¡Es absurdo! Me queda el consuelo de que la cuota que paga mi madre incluye al menos tres comidas diarias.

Suspiro. No quiero irme. Al mismo tiempo, sí quiero irme.

La idea de poder estudiar la carrera que me apasiona y en la universidad que yo quería es increíble aunque eso signifique que debo hacer ciertos sacrificios.

Tobías no puede venir conmigo, las mascotas no están permitidas en el campus. La conexión a internet será mucho más lenta que en mi casa fuera del laboratorio de estudios, jugar online resultará casi imposible. Ya no tendré la comida casera de mi abuela, aunque quizás eso sea un elemento positivo que me permita bajar de peso. No tendré a mis amigos cerca, solo podré verlos cuando haya feriados o vacaciones.

¡AHHG! Esto es desesperante. Ya no sé cómo hacer que mis cosas quepan. Mamá me dijo que para no llevar más de lo que necesitaré, solo puedo llenar tres maletas grandes, la mochila con mis aparatos electrónicos y objetos personales —como la taza de Star Wars que me obsequió mi abuelo cuando yo era chico—, una caja con elementos de estudio —libros, cuadernos y demás—, dos mantas extra para la cama, tres almohadas de las casi veinte que tengo y muebles pequeños que pueda llegar a necesitar —una silla cómoda, un organizador de archivos y papeles y mi mesita de noche—. ¡Ah! Y mi bolso deportivo con toallas y los productos para mi cabello.

¿Cómo se supone que alguien pueda mudarse con tan pocas cosas? Sé que no estoy lejos de mi hogar y que en vacaciones puedo tomar más pertenencias. Pero aun así esto es absurdo. ¡Solo caben unos ocho pantalones en las maletas!

Estoy a punto de perder la cordura arrojar todo por la ventana. Son ya las tres de la madrugada, me marcho a las siete. Y NO TERMINÉ DE EMPACAR.

Me encuentro al borde del llanto. Necesito llevar más cosas... Solo he puesto cuatro pares de zapatillas, ¿y si un día necesito las que son verde musco? ¿O las azules?

Tengo la respiración agitada. Esto no va para nada bien. Para peor, quería ducharme y arreglarme el cabello antes de partir, ya no tendré tiempo para eso...

¡CASI OLVIDO EL SECADOR!

Maldición, maldición, ¡maldición!

Matías será quien me lleve a la universidad. Mamá se ofreció a viajar en tren conmigo, pero como esto es una mudanza, preferí ir con mi novio.

"Mi novio", repito en mi mente con un suspiro. Ya han pasado unos tres meses desde que lo oficializamos y todavía no me acostumbro a la palabra. Se siente rara.

Destrabo la pantalla del teléfono y observo la foto de ambos que puse como fondo de pantalla, él tiene la misma. Nos la tomaron los fotógrafos de la graduación durante los bailes lentos, es una imagen de ambos besándonos entre el humo y las tenues luces púrpuras del gimnasio. Es tan hermosa que parece la escena de una película porque no se ve a las otras parejas a nuestro alrededor y los contrastes son tan perfectos que hasta la iría a imprimir en una gigantografía para colgar en mi cuarto si pudiera. Es la mejor foto con cámara ajena que me han tomado.

El chico de las mil gorras (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora