CAPÍTULO 24 - MIÉRCOLES

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Segundo día libre. Hoy sí me dedicaré a los videojuegos. Nada ni nadie hará que yo me quite mi pijama y salga de la casa.

Preparo un café, tomo una manzana que descansa en un canasto sobre la mesada de la cocina y me adueño del sillón en la sala de estar. Mi madre se encuentra en su trabajo y mis hermanos en la escuela. Mi nana se fue al cumpleaños de una vecina y yo tengo la casa para mí solo por un rato.

Enciendo el televisor y la PS4. Casi todos mis juegos son digitales; tengo la mala costumbre de obsesionarme cuando hay ofertas. Compro cosas que quizá jamás siquiera pruebe solo porque están a buen precio y tengo dinero en mi cuenta de Paypal.

Reviso qué tengo en la biblioteca durante algunos minutos y opto por algo más moderno que lo que suelo preferir: Uncharted. No sé bien de qué se trata, se ve como Indiana Jones y estaba a menos de la mitad del precio original.

Subo el volumen casi al máximo para disfrutar de la experiencia. Tenemos un sistema de sonido de esos que envuelven toda la habitación, pero casi nunca puedo aprovecharlo.

Agradezco que mi madre fue a recoger mis lentes arreglados por mí ayer en la tarde. Estoy cómodo y no me veo tan mal.

Mis dedos se mueven sobre el controlador con prisa, me cuesta bastante amoldarme a la dinámica en 3D, no es lo mío. Estoy demasiado acostumbrado a los clásicos.

Sin embargo, pronto pierdo la noción del tiempo. La historia me atrapa, aunque soy pésimo para seguirla y muero una y otra vez por tonterías. A veces debo jugar la misma escena ocho o nueve veces; sé que no es difícil, solo que yo soy un desastre. Dudo poder llegar al final de la aventura.

En algún momento el café se enfría, la manzana no tiene ni un mordisco y ya es mediodía según el reloj que cuelga de la pared lateral.

Me rindo.

Regreso al menú principal y apago todo. En el repentino silencio, escucho que mi teléfono suena desde la cocina, ¿lo dejé ahí? Ups.

No me apresuro. Asumo que es Mila. En el peor de los casos el llamado irá al contestador.

Dejo escapar un bostezo que no me molesto en cubrir con las manos, nadie puede verme después de todo. Mis rulos están enredados y con frizz, mi pijama tiene una mancha de dentífrico en el cuello y la parte baja de los calcetines se ha llenado de polvo. Soy un asco.

Ingreso a la cocina, el sonido ya se desvaneció. Desde el umbral busco el aparato con la mirada. ¿Dónde lo puse? No sé.

El teléfono no está sobre la mesa o las sillas. No lo veo dentro del canasto con frutos ni entre las bolsas de compras. No está junto al refrigerador ni...

Vuelvo a escuchar la melodía. Bien, debe ser algo medianamente importante. Quizá se trata de mi madre. Cierro los ojos e intento reconocer desde dónde llega la música... ¿es posible?

Cruzo hasta el extremo opuesto de la cocina y abro el microondas, mi teléfono descansa sobre la bandeja de vidrio como si fuese un plato de comida. Supongo que lo puse ahí cuando tomé la taza de café con ambas manos porque estaba muy caliente, ¡podría haber sido un desastre!

Atiendo sin llegar a ver el número porque sé que en cualquier momento el llamado volverá a ir al contestador.

—¿Hola? —saludo, curioso.

—¿¡OH, POR DIOS, GABRIEL, DÓNDE ESTÁS!? ¡LLEVO UNA HORA INTENTANDO DAR CONTIGO! —grita Elena del otro lado.

—En mi casa...

El chico de las mil gorras (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora