CAPÍTULO 34 - SÁBADO

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Por fin llegó el gran día. Nunca creí que iba a emocionarme por el baile de graduación, no tenía forma de sospechar que asistiría, o que lo haría con una persona a la que realmente amo. Siempre supuse que invitaría a una chica cualquiera para no ser el único idiota en perderse de la diversión, para no quedar mal y que nadie me tachara de ser una persona aburrida.

Cuando salí con Bárbara hace dos años, supuse que iríamos juntos a su graduación —que fue el año pasado— y luego a la mía Nuestra relación duró apenas un par de meses, no sé con quién habrá ido a su propia fiesta, nunca se lo pregunté.

Para muchos adolescentes hoy es uno de los días más importantes de sus vidas, una noche inolvidable sobre la que se han hecho libros, películas y canciones. Todo aquel que va a su propio baile de graduación con la persona a la que ama tiene siempre buenos recuerdos. Mamá y papá no fueron juntos, por ejemplo; ambos asistieron con otras personas y por casualidad se cruzaron en la pista de baile. La de ellos fue de seguro una noche casi que sacada de la ficción.

Suspiro. Estoy nervioso. Nervioso y feliz.

Matías y yo no somos nada. Aunque ambos hablamos sobre nuestros sentimientos, jamás debatimos qué clase de relación es la que queremos tener. Yo no lo he presionado porque sé que él tiene un corazón roto por superar. Él tampoco ha querido mencionar el asunto, tal vez porque teme que yo quiera marcharme a otra ciudad y que no valga la pena iniciar algo que pronto acabará.

Una corazonada me dice que sea lo que sea que decidamos, se va a definir esta noche. Y ello me tiene con los nervios de punta. ¿O con los rulos de punta?

Tengo que calmarme. La ansiedad me va a volver loco en cualquier momento. Al menos, esta es la clase de ansiedad que —creo— apunta al a felicidad.

He comenzado a alistarme poco después del mediodía. Matías pasara a recogerme en alrededor de seis horas y me preocupa no estar preparado cuando llegue.

Almorcé temprano y me di un baño extenso. Ahora lucho con mi cabello. El clima no es ideal, pero no llueve y eso ayuda mucho a la consistencia de mis rulos. Les pongo varias cremas y productos con cuidado, les doy forma bucle por bucle hasta quedar conforme. Si todo sale conforme a lo que estimo, tendré el peinado decente en no más de dos horas y media.

¿Debería colocarme fijador como hice un par de días atrás? Eso definitivamente ayudaría a que los rulos se mantuvieran en su sitio por varias horas, pero también es contraproducente porque endurecen el cabello y lo hacen menos natural al tacto. Si Matías quisiera tocar mis rulos, no le agradaría la sensación.

No, no me pondré el fijador todavía. Lo dejaré para último momento si fuese de extrema necesidad.

Mamá se ha ofrecido a planchar mi vestuario y a revisar que no haya ni un solo pelo de Tobías sobre la tela. Ella sabe qué tan importante es este día para mí —porque también lo fue para ella en su momento— y desea ayudarme a que todo salga perfecto. Incluso se ha asegurado de que mi abuela esté invitada a cenar con una de sus amigas para que no haga preguntas cuando Matías llegue por mí.

Sospecho que, además, quiere tomar una fotografía de ambos antes de que nos marchemos.

Sonrío, siento vergüenza al saber que mi mamá está al tanto de mis sentimientos y de todo esto que ocurre en mi vida. Pero no me molesta, solo es extraño.

Comienzo a tararear una canción mientras trabajo en los rulos que caen a mi derecha, esos son los más rebeldes porque los aplasto siempre contra las almohadas —suelo dormir de lado—. Cada tanto, reviso el reloj en la pantalla de mi teléfono. Si no me apresuro, no estaré listo a tiempo.

El chico de las mil gorras (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora