Tengo que hablar con Matías. Ayer quise llamarlo por teléfono en la noche para preguntarle una tontería sobre nuestras clases —y para saber si vio a mis amigos—, pero no me atendió. ¡Me ignoró por completo!
Apenas si pude dormir por el miedo, ¿y si alguno de los chicos habló demás? ¿Y si le dijeron todo lo que siento? ¿Y si le aseguraron que yo quería invitarlo al baile de graduación? ¿Y si...?
La cadena de preguntas se corta cuando alcanzo por fin el ingreso al gimnasio. Está cerrado. Las puertas no abren cuando me aproximo y en el interior las luces están apagadas, no logro ver bien el otro lado del vidrio, pero se nota que allí no hay nadie. Un cartel improvisado en cartulina naranja dice que el establecimiento no abrirá sus puertas hasta la próxima semana y que por favor disculpemos las molestias.
¿¡Qué demonios ocurre!? Estoy preocupado. ¿Le habrá pasado algo a Matías? No, no cerrarían el edificio completo solo por un empleado. ¿Y si el dueño debe tanto dinero que le clausuraron la sucursal?
Mi respiración se agita. Trago saliva y marco el número de Julián; creo que hoy no trabaja, así que espero no molestarlo. Nuestros caminos no se cruzaron durante el horario escolar así que me he quedado con la intriga atragantada desde ayer. No tengo suficiente confianza con Tristán o con Totto y por ello ni siquiera intenté hablar con ellos durante el almuerzo.
—¿Hola? —saludo apenas noto que el tono ha terminado.
—Usted se ha comunicado con el... —anuncia la voz del contestador automático de Julián.
Maldigo y cancelo la llamada. Detesto dejar mensajes porque casi nadie los escucha. También detesto sentirme ignorado. Primero fue Matías el que no cogió mi llamado, ahora es uno de mis amigos. Bufo, exasperado.
No estoy enfadado, solo un poco irritado por la preocupación. ¡Y ni siquiera sé qué es exactamente lo que me preocupa!
Pruebo con el número de Mila.
—Hola, angelito —responde ella casi al instante, de seguro la pesqué con el teléfono en la mano.
—¡Mi! Dime que estás con tu novio, tengo que preguntarle algo —suelto.
—¡Qué maleducado! —bromea ella—. Y yo que pensé que me extrañabas y que querías conversar un rato conmigo, me decepcionas. —Ella intenta ahogar su risa, pero no puede—. Ya te paso con él —me avisa y luego grita—. ¡JULIÁN! Te llama Gaby.
Oigo pasos a lo lejos, espero.
—¿Qué ocurre? —pregunta el chico de inmediato sin siquiera saludar.
—Disculpa si interrumpo, es que llamé primero a tu número y no me atendiste —explico.
—Perdona, me quedé sin batería. ¿Está todo bien? Es extraño que quieras hablar conmigo.
—¿Fueron ayer al gimnasio con los chicos? —comienzo con el interrogatorio.
—Sí.
—¿Y estaba abierto y normal? —insisto.
—Sí.
—¿Y hablaron con Matías? —mis manos sudan; el teléfono se me va a caer en cualquier instante.
—Sí, obvio —asegura Julián—. ¿Por? ¿Te dijo algo?
—No, el problema es justamente que no me dijo nada. No me atiende y el gimnasio está cerrado... ¿qué le dijeron? —Alzo un poco el tono de voz, no puedo evitarlo.
—Nada. Nos anotamos para la clase gratis en el mostrador. Tuvimos que llenar un formulario de visitantes y cuando pusimos la escuela él nos preguntó si te conocíamos porque tenía un alumno que asistía al mismo lugar —relata Julián como restándole importancia al asunto—. Le dijimos que sí, que tú nos habías recomendado la clase de natación de hecho.
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El chico de las mil gorras (COMPLETA)
Jugendliteratur☆(-ESTA NOVELA transcurre varios meses después de ECDLMG, pero no es una secuela directa y puede leerse por separado-)☆ La mejor parte de cada lunes es que por la tarde voy al gimnasio. Sí, ya sé, cualquier persona en su sano juicio detestaría los...