Me hubiera gustado tomarme otro día libre para descansar, para alejar el estrés y reflexionar sobre todo lo que ocurre a mi alrededor. Sin embargo, tengo clases con Matías luego de la escuela, así que no pierdo nada con asistir, con disfrutar del final de mi vida como estudiante del secundario.
Estoy listo.
¿Estoy listo?
No, definitivamente no lo estoy.
Pero ¿para qué?
No estoy listo para enfrentarme a la realidad de que pronto acabarán mis mañanas con amigos, los almuerzos entre bromas y chismes. No estoy listo para decidir si quiero mudarme a una universidad en otro lado o si prefiero quedarme aquí. No estoy listo para comenzar a preocuparme por mi carrera futura. No estoy listo tampoco para admitir lo que siento por Matías, para decirle que jamás lo lastimaría. No estoy listo para los cambios de ningún tipo. Llevo varios años en la comodidad de la secundaria, de los pasillos con aroma a humedad, de los baños sucios y de la goma de mascar bajo las mesas; creo que extrañaré incluso los vestidores junto al gimnasio con la peste a sudor masculino, la pésima comida de la cafetería, las tareas que nunca realicé por pura vagancia y los constantes rumores sobre otros alumnos —y sobre mí— que van y vienen con el viento.
La melancolía me embarga, es una nostalgia prematura de lo que sé que pronto perderé. Me pregunto si en el futuro recordaré algo de esto o si los años borrarán los detalles y le restarán importancia a mi adolescencia.
Mi madre me ha dicho alguna vez que ella no puede rememorar siquiera el nombre de su mejor amiga. Que su vida comienza el día en el que comenzó a trabajar en una oficina de la ciudad pocos meses después de su graduación. Que para ella, los años previos a su adultez pasaron desapercibidos y que los pocos eventos importantes en su vida —la boda con mi padre, el nacimiento de sus hijos y el divorcio— ocurrieron mucho después de la época escolar.
Yo no quiero olvidar. No deseo que nuevos amigos en la universidad reemplacen a los de ahora. Me niego a pensar en la posibilidad de olvidar a Matías y lo que siento por él.
Nos pasamos las primeras décadas de nuestra vida con unidad y compañerismo. Vemos a las mismas personas todos los días —padres y compañeros—, convivimos con ellos, forjamos lazos hasta que, un día, cuando el sistema educativo lo cree conveniente, nos separa de nuestras raíces. Nos arranca de la comunidad que se ha convertido en nuestro hogar y nos dice: "Estás listo, ve y enfrenta al mundo por tu cuenta". Todos los cimientos se derrumban. Las cadenas se rompen, algunas más rápido que otras. Incluso las amistades más sólidas pierden fuerza. Solo sobreviven algunos romances que se niegan a romper con la rutina de un encuentro diario.
Me aterra pensar en los cambios que se aproximan. No es solo el temor a un rechazo, lo que siento va más allá de un simple enamoramiento. Me asusta no reconocerme a mí mismo una vez que el verano llegue a su fin.
El chico de las mil gorras es un eslabón más en la cadena de elementos que no quiero perder. Por ello, admitir mi cariño me incomoda: podría acelerar la separación.
Los pasillos están casi desiertos. En las clases quedan apenas algunos alumnos que todavía tienen que entregar trabajos y rendir exámenes, otros que ya han faltado tantas veces durante el año que no pueden permitirse comenzar con sus vacaciones. Están también los deportistas que entrenan para sus últimos partidos amistosos con escuelas de la zona y, entre el montón, se camuflan los que solo siguen asistiendo para pasar el rato con sus amigos.
El murmullo usual es apenas un susurro en momentos claves del día: cinco minutos antes de que suene el primer timbre y durante el almuerzo.
Cabizbajo, ingreso a la última clase del día. Me alegra poder compartirla con Mila y con Julián. Él todavía no la ha aprobado y su novia pretende ayudarlo hasta último momento.
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El chico de las mil gorras (COMPLETA)
Roman pour Adolescents☆(-ESTA NOVELA transcurre varios meses después de ECDLMG, pero no es una secuela directa y puede leerse por separado-)☆ La mejor parte de cada lunes es que por la tarde voy al gimnasio. Sí, ya sé, cualquier persona en su sano juicio detestaría los...