CAPÍTULO 27 - SÁBADO

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El día transcurre lento, más que de costumbre. No tengo ganas de hacer nada en particular; intento distraerme con algunos videojuegos, pero me resulta imposible concentrarme. Creo que el tedio es tan grande que hasta me agradaría tener obligaciones, tareas escolares que me forzaran a ocupar la mente. Ni eso me queda.

Tengo miedo de encender el teléfono o de revisar las redes sociales. Pedí a mis amigos que llamaran directo a mi casa, al número fijo, si tienen que comunicarme algo.

Después de almorzar opto por darme un baño de inmersión solo para pasar el rato. Sentado sobre el retrete, observo cómo la tina se llena poco a poco; cada tanto mojo los dedos de mis pies para revisar la temperatura. Luego, arrojo sales aromáticas que se supone que son de manzanilla y que me ayudarán a relajarme.

Una vez todo está listo, me sumerjo y suspiro. Me agrada sentir el agua tan caliente que mi piel se torna rojiza. No sé por qué, pero siempre amé bañarme con tanto calor como sea posible.

Cada varios minutos, sumerjo la cabeza bajo el agua. Disfruto de tener el cabello mojado porque los rulos se desarman. Se siente raro notar qué tan largo es mi pelo cuando no está seco, me llega casi a la cintura. Siempre me avergüenzo cuando la gente me ve así. Estoy seguro de que más de una chica en mi escuela desearía tener mis rulos, y con gusto se los entregaría. Verme bien y peinado es una labor agotadora. Y no, llevar el cabello corto no es una posibilidad. No me gusta.

De hecho, no recuerdo cuándo fue la última vez que fui a una peluquería, ¿en la primaria? Da igual.

Pareciera que el tiempo pasa a buen ritmo. Cuando tengo los dedos de las manos completamente arrugados, decido que es hora de secarme y de vestirme. Asumo que no ha pasado siquiera una hora, pero me siento mejor. Todavía tengo que ir a comprar las verduras para la ensalada, regresar, prepararla y luego alistarme para salir.

Sobreviviré al fin de semana desconectado hasta el lunes. Ya me preocuparé luego por... no, mejor ni pensar en eso ahora.

Llego a la casa de Elena casi una hora antes de lo previsto

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Llego a la casa de Elena casi una hora antes de lo previsto. Esto es extraño, suelo ir siempre con mucho atraso. Supongo que el aburrimiento y la falta de tecnología me han cambiado los horarios.

Al ingresar, ahogo una carcajada. Encuentro a Tristán con un paño en la cabeza —como los que usa mi abuela— y guantes de hule. Está aseando la sala de estar, lo noto enseguida porque sobre la mesa hay una decena de productos de limpieza. El cabello rojo de Elena asoma desde la cocina, el aroma me indica que ella está cocinando. Huelo sin disimulo, no estoy seguro de qué será lo que prepara. Por momentos pareciera un pastel de chocolates, pero de fondo también percibo ajo. ¿Será salsa?

—¡Disculpen que llegue tan temprano! —afirmo desde el umbral.

—Deja tu comida de conejos en la cocina y busca algo con lo que limpiar la pantalla del televisor —responde Tristán de inmediato—. Se nos hizo tarde, ayuda este desastre por favor.

El chico de las mil gorras (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora