CAPÍTULO 13 - SÁBADO

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Falta tan solo una hora para que Matías pase por mí, y todavía no estoy listo. Salí de la ducha hace un rato, pero no logro que mis rulos se vean formaditos y perfectos; algunos parecen querer desarmarse por la humedad, otros tienen un frizz terrible. Ya probé de bañarme tres veces en lo que va del día y también usé cinco productos diferentes para el cabello. Ninguno me da resultado hoy. Funcionan en otros días menos importantes, pero se rebelan contra mí en un momento crucial. No importa cuánta cantidad me ponga de cada uno. También probé de usar el secador de pelo sin obtener resultados positivos. Ahora recurro a uno de mis grandes enemigos: el rizador. Lo odio porque deja un efecto artificial y porque me quema los rulos. A largo plazo, es peor.

Tengo que hacer el sacrificio solo por hoy.

Faltan apenas cuarenta minutos para que Matías llegue a mi casa. Todavía no le dije a mi madre qué saldré, tampoco con quién. No sé cómo se tomará que un chico mayor que yo pase por mí. Lo mejor será contarle de dónde lo conozco y para qué nos juntamos.

Al menos, mis rulos ya se ven medianamente decentes.

Falta media hora para ver al chico de las mil gorras. Todavía no encuentro el atuendo ideal, entre casual y formal. Busco algo lindo que denote que me preocupo por mi apariencia pero que no grite cuánto me importa la cita. Me he probado todo el ropero. Hay cosas que no me entran y otras que me quedan enormes. Hay camisas que tienen las mangas muy largas y otras muy cortas. Me pondré mis zapatillas blancas de la buena suerte y pantalones de jean de buena calidad. ¿Pero con qué camisa? Me gustaría usar algo naranja. ¡Debería haber ido de compras en la mañana!

Faltan veinte minutos para que Matías toque el timbre de mi casa. Necesito empacar dos de mis consolas viejas y unos cuantos juegos, envueltos en bolsas plásticas para que no se arruinen con la lluvia. Tobías volvió a entretenerse con el cargador de mi teléfono, así que tiene poca batería, necesito empacarlo también. Mi abuela preparó muffins de arándanos para el fin de semana, llevaré algunos conmigo. No pude comprarles nada a los gatos de mi personal trainer, pero tengo un paquete de golosinas para felinos sin abrir que son para Tobías. La llevaré conmigo y compraré otra en el camino de regreso, o mañana. ¿Podré preparar todo en tan poco tiempo?

Faltan quince minutos para que Matías estacione frente a mi hogar. Mamá salió con una amiga, así que debo escribirle una nota veloz para contarle sobre mis planes. ¡No tengo tiempo!

Faltan apenas diez minutos más. Estoy listo, creo. Me detengo frente al espejo. Los rulos se ven decentes. Mis dientes están bien limpios. La camisa no tiene arrugas ni manchas. Mi rostro no muestra acné —el maquillaje que no se nota es la mejor invención humana— ni ojeras.

Faltan solo cinco minutos más. Estoy de pie junto a la ventana que comunica con el exterior, espío por una hendija para no ser tan obvio. Escribo la nota para mi madre con el papel contra el muro, no le presto mucha atención.

Matías llega casi media hora tarde. Mis piernas comienzan a temblar. Su vehículo se detiene con lentitud. No puedo verle el rostro, pero sé que es él. Con una mano, enciende su teléfono, o lo desbloquea más bien. El brillo de la pantalla ilumina el interior y me permite delimitar su gorra deportiva. Sonrío.

Mi teléfono comienza a vibrar. Si salgo directamente, sabrá que estoy viendo por la ventana. Lo mejor será atender.

—¡Hola! —saludo, animado.

—¡Estoy en la puerta de tu casa! ¿Estás listo? —consulta él, risueño.

—Sí, ya salgo —anuncio. Muevo mis pies en su sitio para que en el teléfono crea que bajo las escaleras o algo así— ¿Todavía llueve?

El chico de las mil gorras (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora