CAPÍTULO 12 - VIERNES

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Hoy llueve otra vez. Las gotas caen con poca intensidad, pero constantes. Internet dice que la suave lluvia que comenzó ayer durará todo maldito fin de semana. Mi cabello será un asco si no tengo suficiente cuidado.

Esta es la peor parte de los cambios de estación. La primavera y el otoño están siempre llenos de agua y de humedad. No es como lo pinta la ficción. En general, se hacen alusiones a la primavera como una estación soleada y llena de flores e insectos. Pero, en realidad, al menos donde yo vivo, el sol apenas si se asoma de vez en cuando. La nieve del invierno termina de derretirse, se evapora, y nos cae otra vez en la cabeza como si se burlara de nosotros y dijera: "¡Ah! ¿Creyeron que podrían librarse de mí?".

Tengo calor, pero de todas formas me niego a quitarme el abrigo que protege a mis rulos con su enorme capucha.

La casa de Victor no queda demasiado lejos de la parada del bus, pero la calle es una pendiente que sube por la colina. Debo caminar bajo la llovizna a paso lento para no resbalarme. Detesto el mal clima. No sé cómo toleraré varias horas con la ropa mojada, con los calcetines todos húmedos y los rulos aplastados.

Supongo que, mientras no permita que me tomen ninguna fotografía, estaré bien.

Dejé la mochila completa en mi casillero para que no se arruinaran los libros, los cuadernos o mi tablet. Solo llevo lo esencial en mis bolsillos.

Cabizbajo, pongo mi atención en la acera y avanzo. Creo que algunos de nuestros amigos ya llegaron porque salían antes de clases; otros se nos unirán más tarde.

El recorrido se me hace interminable porque, para empeorar la situación, tengo el viento cálido en contra. Mi madre dice que soy tan delgado que un día una ráfaga me va a volar, pero yo no lo siento así. A pesar de mi complexión de espantapájaros, tengo huesos muy pesados.

Cuando por fin llego a la casa de Victor, presiono el timbre varias veces porque no siempre funciona bien. Al tratarse de algo eléctrico y antiguo, hay días en los que no suena y me quedo esperando como idiota quince minutos hasta que me decido por volver a intentarlo.

Hoy no tengo esa paciencia. Pulso el botón unas cinco o seis veces por si acaso. Quiero entrar, quiero huirle a la lluvia apenas pueda.

Tristán me abre la puerta unos segundos más tarde, veloz; no tiene puesta ninguna camiseta. Va descalzo y tiene los pantalones muy mojados. Parece como si recién saliera de una piscina.

—¡Gabriel! Pasa que hace frío —invita con un gesto apresurado.

Cuando nos juntamos en casa de Victor, siempre intentamos ser serviciales y ayudar tanto como podemos. No deseamos que él piense que le tenemos lástima, ya se lo dijimos muchas veces, es más bien cuestión de cooperación. Sabemos que hay tareas que a él, con su silla de ruedas, se le complican demasiado.

—Gracias, ¡esta lluvia es un asco! —comento por decir algo; no tengo mucha relación con Tristán y siempre me cuesta entablar conversaciones con él. Lo único que tenemos en común es que nos gustan algunos juegos, pero hasta en eso tenemos intereses diferentes. Es un buen chico, pero si no fuera porque es parte del grupo, jamás me hubiera vuelto su amigo.

Además, algunas de sus actitudes me molestan. Es un tanto violento y se pasa de celoso con Elena. Me resulta demasiado posesivo, como si creyera que su novia es su pertenencia, algo de su propiedad. A ella no parece molestarle, al contrario, se la ve muy a gusto y yo no soy quién para juzgarlos. Si ellos son felices así, es cosa suya.

Me incomoda, pero no voy a meterme donde nadie me llama.

Cruzo el umbral en silencio. Una toalla se estrella contra mi rostro con fuerza y me hace estornudar.

El chico de las mil gorras (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora