Capítulo 13.

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Estar dentro del parque de atracciones tenía dos cosas malas:

1-     Ethan me estaba siguiendo.

2-     No había cita.

Así que estaba sola, pero a la vez acompañada por mi vecino, el cual me seguía sin llamar demasiado la atención. Pero sí que destacaba por encima de los demás; no mantenía mucho la distancia, y ocultaba su rostro con un viejo periódico que estaba casi destrozado.

Aguanté las ganas de reír.  Era gracioso ver a Ethan de reojo, asomando la cabeza y moviéndose lo más rápido posible para no perderme de vista.

La amenaza me sorprendió bastante, pero seguía siendo el chico bueno que a veces era. Pocas veces, pero en ocasiones me hizo temblar ante tanta delicadeza.

Pasé por delante de la noria, con las manos refugiadas en los bolsillos, y mirando a todas las parejas que pasaban por mi lado sonriendo y besuqueándose sin darse cuenta que me estaban haciendo daño.

Tenía que ser una bonita sensación ir con alguien; reír juntos, y pasear cogidos de la mano.

Yo conseguí una cita con Ethan, y la rechacé.

¿Por qué?

Porque él tenía novia, y de alguna forma se estaba riendo de mí. Incluso cuando a veces demostraba lo contrario.

El cansancio de caminar sola y sin encontrar al chico que me inventé, quedé sentada en una especie de banco payaso siniestro. Acomodé la espalda en el respaldo, y agité las piernas mientras que rebuscaba en mi bolso. Unas cuantas monedas resonaron entre mis dedos, y un chicle (más que derretido) se me enganchó en la mano.

Nerviosa por no liberarme de la masa verdosa que parecía que estaba a punto de tragarme, corrí en busca de alguna fuente para quitarme la goma de mascar.

—    Esto es asqueroso —moví violentamente la mano.

Detrás de mí habían unos cuantos niños con sus padres esperando a que me apartara de la pequeña fuente que estaba delante de la casa del terror.

—    Toma —escuché una voz masculina—, con un pañuelo es mejor.

Sin mirarle a los ojos lo cogí.

Error, porque el pañuelo era de papel, y se me quedó entre los dedos junto al chicle.

Mis dedos estaban cada vez más sucios.

—    No me has ayudado demasiado —volví a ser desagradable con otra persona, pero cuando lo miré a los ojos, me callé inmediatamente.

Él solo sonrió, y yo seguí embobada con sus enormes ojos oscuros.

—    ¿Por qué no me acompañas? —retrocedí mis pasos, y él entendió mi huida. —Soy de mantenimiento —golpeó la chapita donde estaba su nombre. —Tenemos un cuarto de baño con jabón.

—    Jabón —susurré—. Quiero un poco de jabón.

Byron el chico de mantenimiento señaló detrás de la montaña rusa para que lo siguiera. Dejé mi mano detrás de mi espalda, y me decidí en seguir sus pasos.

El chico que estaba a punto de ayudarme, era alto, delgado y con el cabello muy rubio; casi le rozaba el cuello. Era muy diferente a Ethan, ya que él no parecía preocuparse por su físico y estar más fuerte que los demás.

El tono de su piel era muy blanco, y por ello destacaban sus enrojecidas mejillas. Trabajar horas y horas bajo el sol no le estaba afectando, o Byron se ponía demasiada protección solar.

—    ¿Siempre estás dispuesto a ayudar a una chica que tiene un lío con un chicle?

—    ¿A ti no te han dicho que los chicles unen a parejas? —respondió con otra pregunta. Giró el cuello y me dedicó una enorme sonrisa. —No sé, te he visto nerviosa y algo me ha impulsado a ayudarte —ambos miramos el papel que me dio entre mis dedos—. Aunque no ha servido de mucho.

—    Por naturaleza soy un desastre, no te preocupes.

—    Me gustan los desastres —guiñó un ojo—. Yo a veces también soy muy torpe...

Y claro que lo era. Estaba tan concentrado en mirarme por encima del hombro, que no vio el enorme cable que había en el suelo. El hombre que estaba haciendo algodón de azúcar rosa, se carcajeó junto a una pareja y sus hijos. Byron acabó en el suelo, casi gimiendo por el dolor.

Me incliné con la intención de ayudarle. Estiré la mano esperando a que la cogiera, pero estaba sucia, así que no lo haría.

¡Mec! Error, lo hizo.

Sus dedos quedaron tan pegajosos como los míos.

Byron se rió al sentir la masa verdosa en su piel.

—    Quien me iba a decir que un chicle me uniría con una chica.

—    Y literalmente —solté yo riendo.

Ambos nos levantamos, y no sé por qué, miré por encima del hombro en busca de Ethan. No estaba, lo había perdido.

¿O acaso el verme con un chico hizo que desapareciera?

Era un misterio que no estaba a punto de descubrir, porque no me importaba.

 *

La pequeña habitación de mantenimiento no destacaba demasiado; acogedora, blanca, y con un par de sillones delante de una mesa empotrada de pared a pared.

Byron llegó con una toalla y un bote de jabón, y me lo tendió con la misma sonrisa de cuando se levantó del suelo. Limpié mis manos librándome de la asquerosa goma verde de mascar, y me fijé en la ensangrentada rodilla de él.

—    Estás sangrando.

Él no dijo nada porque me vio arrodillada de repente. Mi cabeza casi podía rozar su abdomen. Alcé un poco la visión, encontrándome con las acaloradas mejillas del chico de mantenimiento.

—    Necesito tiritas. Alcohol o algo para desinfectar.

Byron llevó las manos a sus bolsillos, parecía nervioso.

—    ¡Rápido! —grité. —Una vez mi padre me dijo que le tuvo que amputar una pierna a un chico por una herida como esta.

—    ¿¡Qué!? —se asustó.

—    Solo bromeaba.

Le saqué la lengua en signo de que me estaba riendo un poco de él. Giró sobre las deportivas blancas y volvió al cuarto de baño que tenían en la sala de mantenimiento.

Dejé el bolso en el suelo, y me acomodé una vez más en el sillón, moviendo de delante hacia atrás mis piernas mientras que pensaba en Ethan.

¿Dónde estaría?

Minutos atrás no me importaba si había cambiado de idea, y en ese momento, solo necesitaba al menos saber que estaba bien, y que el cambio de marcharse era la mejor decisión del día.

El chico que encontré en el parque volvió a estar delante de mí. En esa ocasión llevaba entre las manos una cajita de tiritas, y un bote blanco con la etiqueta de "agua oxigenada". Se acercó sin mirar el suelo de nuevo, con la mala suerte de tropezar con la toalla que había traído anteriormente.

Todo pasó tan rápido, que ni siquiera vi la caída.

Sus rodillas impactaron contra el suelo. Las manos de Byron pasaron a estar de mis brazos, hasta más abajo de mi cintura. Y su cabeza...su cabeza cayó entre mis piernas.

Solo la puerta de la sala me despertó de aquel mal susto que me llevé.

Ethan estaba delante de nosotros, con los labios apretados al igual que los puños. Su respiración agitada hinchaba su fuerte pecho, y sus enormes ojos azules volaron desde las manos del chico que conocí, hasta mi mirada que estaba terriblemente asustada.

—    ¿T- te está t-tocando el culo? —es lo que entendí antes de que lo alzara del suelo y lo estampara contra la pared.

¡Mi vecino es stripper!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora