Ni siquiera la música era sensual, salvo el bailarín.
Las luces siguieron apagándose y encendiéndose en cada movimiento que daba Ethan con su cuerpo. Bailó alrededor de una pequeña silla, donde Ginger lo estaba pasando demasiado bien por el día de su cumpleaños. Un grupo de mujeres –que eran más o menos de la edad de mi madre- se alzaron de sus asientos para aplaudir más fuerte y gritar un par de cosas.
— ¡Quítatelo todo!
No solo gritaban cerca del escenario, también en la parte trasera del local, justo donde yo estaba.
Mis dedos golpearon una y otra vez la mesa. No me estaba divirtiendo, ni siquiera sonreía, y mucho menos disfruté del baile de mi vecino. Solo seguí mirándolo a los ojos, al igual que él, que siguió en cada momento buscándome con sus azulados ojos.
Algo me molestó. No podía moverme, necesitaba salir del lugar sin llamar la atención de Ginger. Pero aquella acción me etiquetaría como la peor amiga del año.
El camarero que nos frenó en la calle para repartir uno de los flyers, se acercó sonriente y alegre por captar la atención de dos futuras clientes.
— ¿Qué quieres tomar?
Su pajarita era llamativa.
— Nada —respondí.
Seguí mirando el número.
— A la primera copa invita la casa —no se dio cuenta que no quería hablar con él. — ¿Algo con vodka? ¿Quizás algo más dulce?
— Te he dicho que no quiero nada —apreté los labios para finalizar la conversación.
El chico silbó y con una risa abandonó la mesa.
Los gritos siguieron aumentando, y todo porque Ethan quedó en ropa interior.
"Que novedad"... Pensé..."Yo vi más".
Ginger siguió en la silla, con sus manos a cada lado de la cintura del bailarín, y de repente pasó. Lo que él me advirtió, lo hizo.
Sus labios sostuvieron una fresa, se inclinó hacia delante y se la pasó con un beso a la chica del cumpleaños. Lentamente la saboreó junto a él, besándose sin darse cuenta que las mujeres que estaban de pie reclamando un poco de la atención de mi vecino, la odiarían por tener aquel privilegio.
Bajó con una estúpida sonrisa, y se limpió los labios con el dedo.
— ¡Oh dios mío! —gritó cuando se sentó a mi lado. —Nunca lo había pasado tan bien.
Nerviosa cogí el único vaso de agua que había en la mesa.
— Genial —cogí algo de aire—, ¿nos podemos ir?
— ¿Ahora?
— Sí —respondí. Era lógico.
No estaba cómoda en aquel "club".
— ¿Por qué no me has dicho que es tu vecino?
— ¿¡Qué!? —alcé un poco más la voz cuando la música retumbó en mis oídos. —No te he escuchado.
— ¿Qué por qué no me has dicho que es tu vecino? —silencio. —Él me lo acaba de decir. Me ha dicho: —cuida de mi vecina, es un poco tímida.
— ¿Ha hecho una rima? —era estúpido.
Ginger rió.
— Quiere que te cuide.
— ¡Que le den! —dije buscándolo con la mirada.
— Tengo la sensación de que te gusta.
— No me gusta —gruñí.
La cumpleañera alzó el brazo, chasqueó los dedos y en unos segundos de nada un sexy camarero con un pantalón negro ceñido a sus piernas, se acercó para atenderla.
— ¿Qué te sirvo?
— Un beso ardiente, pero con doble vodka.
Quedé anonadada.
— Este lugar te está cambiando —empujé su brazo para llamar su atención.
— Eres tú que está muy nerviosa —intentó ser graciosa pero no lo consiguió. —Entiendo que es por ese chico —lo buscó pero no lo encontró. —Bebemos algo y marchamos, ¿vale?
Asentí con la cabeza.
No era por Ethan, o quizás sí, solo me di cuenta que comenzamos una guerra donde ninguno de los dos ganaría. Primero consiguió a mi padre, y después a mi mejor amiga.
La dejé tomándose su coctel, y con el abrigo en la mano me levanté para dirigirme al baño de mujeres. Los bailes no finalizaron.
Al principio pensé que serían escandalosos, pero todos los chicos terminaban quedándose en ropa interior, no iban más allá.
— Llevas más de dos horas aquí —se carcajeó—, pensé que durarías menos.
Asomó la cabeza de un camerino.
El cuarto de baño quedaba cerca, pero me quedé quieta para escuchar su voz.
— Es Ginger, se lo está pasando muy bien.
— ¿Cuántos años tenéis? —preguntó curioso, ya que en realidad no nos conocíamos bien.
— Ella dieciocho, yo uno menos.
Ethan abrió sus ojos asustado.
— Eres menor de edad —apretó sus dedos alrededor de mi muñeca y me empujó junto a él. — ¿Cómo has entrado aquí?
— El chico que estaba en la entrada...como Ginger le ha dicho que cumplía dieciocho, habrá pensando que yo también era mayor de edad.
La puerta del camerino se cerró cuando yo quedé encerrada en el.
— Me visto y te llevo a casa.
Estaba con un albornoz.
— No puedo dejarla sola aquí —quise abrir la puerta.
Ethan no me dejó.
— ¡Y yo no puedo permitir que tú estés aquí! ¡Tu padre me matará!
Reí mentalmente. Mi padre lo admiraba.
— Que no me voy a ningún sitio contigo, ¿entendido?
Levantó la cabeza cuando empezó a ponerse unos vaqueros rotos a la altura de las rodillas. Caminó en silencio, con su enorme sonrisa que dejaba paso a sus perfectos dientes blancos. Retrocedí mis pasos al tenerlo tan cerca, hasta que choqué con la puerta donde estaba mi libertad.
El desnudo pecho de mi vecino pronto busco el mío para acomodarse sin darse cuenta que podía volver a gritar. Pero no era una estúpida, era lo suficiente mayor para defenderme verbalmente y sin gritar como una pequeña niña.
Y por una extraña razón sus labios cada vez estaban más cerca.
— Ni se te ocurra —intenté levantar el brazo, pero no lo conseguía.
Ethan no pestañeó.
— ¿Crees que te voy a besar? —con Ginger lo hizo. —No quiero que me mal intérpretes, Freya. Eres mi vecina, la que me observa a través de su habitación. Eres graciosa, pero solo tienes diecisiete años, y yo veintidós —no entendía nada. —Además —recogió unos de los mechones de mi cabello que ocultaron mi ojo derecho—, tengo novia.
La palabra novia se repitió en mi cabeza, una y otra vez.
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¡Mi vecino es stripper!
HumorFreya Harrison nunca llegó a pensar que su vida cambiaría por completo al decidir pasar el verano junto a su padre. Un bloque de apartamentos alejados del centro de la ciudad parecía ser la cosa más aburrida para a una adolescente...pero todo cambia...