CAPÍTULO 17

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—Narel ¿Puedo dormir contigo? —le preguntó desde la puerta, sosteniendo a su conejo.

—S-Sí cariño, ven.

La castaña la ayudó  a subirse a la cama, y la niña la olfateó, incomodándola.

—¿Qué pas, Luna?

—¿Por qué hueles a Dar por todo tu cuerpo?

—A-Ah, es que... —balbuceó nerviosa.

—¿Qué?

—Luna, duérmete, o te vas de vuelta al sofá —le dijo Dariem, apareciéndose en la habitación.

—¿Y tú dónde dormirás?

—En el sofá —gruñó, antes de volver a irse.

Narel abrazó a la niña a ella, y besó su frente, acariciando suavemente sus orejitas para que se durmiera.

—Narel, ¿tú también besas a Dar?

—¿Por q-qué me preguntas e-eso?

—¿Se estaban dando besos?

—Cariño, ¿por qué mejor no dormimos? Tengo sueño ¿tú no?

—Un poquito —bostezó.

—Descansa entonces, hermosa.

***

Salió de la cama, dejando dormir a Luna un poco más, mientras ella preparaba el desayuno. Fue al baño, y luego a la cocina, viendo que Dariem también dormía.

Bostezó, mientras abría el refrigerado y sacaba un botellón de leche, y uno jugo de naranja. Y no hizo más que dejar ambas botellas en la mesada, que sintió unos fuertes brazos rodeándola por la cintura.

—Dariem —pronunció sorprendida, estremeciéndose al sentir sus labios sobre su cuello.

—No pude casi dormir en la noche —pronunció ronco, apretándola contra su cuerpo, lamiendo su cuello y oreja.

—N-No, no podemos.

—Me prometiste volver a hacerlo —le recordó descendiendo sus manos por su vientre.

—Sí, p-pero está Luna —pronunció débilmente, cerrando los ojos.

—Ella duerme —le dijo metiendo una de sus manos por debajo de su camisón.

—Dar, espera, e-ella...

Un suave jadeo se escapó de su boca, al sentir uno de sus dedos acariciando lentamente entre los pliegues de sus labios.

—Seremos muy silenciosos —ronroneó penetrándola suavemente—. ¿Verdad?

Ella negó con la cabeza, aferrándose a sus brazos.

—N-No, e-ella podría e-encontrarnos.

—Cerré la puerta, si la abre, nos detendremos —le aseguró antes de morder su cuello, subiendo su mano libre hacia uno de sus pechos, apretándolo.

Se mordió el labio inferior, intentando no gemir. Pero era imposible con Dariem acariciándola de ese modo.

—Creo que no tenemos mucho tiempo —pronunció ronco—. Arrodíllate.

Sabía que era una locura, que la niña podría despertarse en cualquier momento, que no deberían estar teniendo sexo en la cocina... Pero lo hizo.

Se arrodilló en el suelo, y luego apoyó las palmas de sus manos también, sintiendo como él se acomodaba detrás de ella, y le levantaba el camisón.

DariemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora