CAPÍTULO 22

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Suspiró regresando más de las doce a su casa, luego de hacer una búsqueda incesante en la ciudad, para encontrar una farmacia abierta, y después, esperar más de una hora en la guardia del hospital, a que se la colocaran.

Era agotador a veces ser tan despistada, porque no era la primera vez que Narel olvidaba algo importante, como la colocación de la inyección anticonceptiva. A veces olvidaba las reuniones del trabajo, los cumpleaños de sus padres... Cerrar la ventana de su habitación, para que no se coloran tipos con habilidades especiales, en su departamento.

¿Por qué diablos Dariem estaba en su casa?

Lo miró sorprendida, quitándose los zapatos, mientras dejaba las llaves sobre un estante, y se acercaba a él.

—¿Pasó algo con Luna? ¿Ella está bien?

—Ella está igual.

—Entonces ¿por qué estás aquí? —preguntó curiosa.

—Quería hablar contigo, además, olvidaste la comida en el fuego. Cuando llegué, esto era una nube de humo y olor a quemado.

—Que estúpida —pronunció dándose una palmada en el rostro—. Gracias Dariem, salí apurada de mi casa, y ni cuenta me di.

Sí, eso era otra cosa que también no era la primera vez que olvidaba.

—¿Por qué saliste apurada de tu casa?

—Am... Había olvidado comprar algo importante.

La observó en silencio, ella lucía nerviosa ¿Qué sería tan importante para hacerla salir tan tarde en la noche?

—Entonces ¿de qué quieres hablar?

—Quería disculparme contigo —suspiró—... Actué mal, te traté mal a ti, te culpé por lo que había ocurrido. Me dejé enceguecer por el dolor.

—Está bien, supongo... Que es entendible —murmuró.

—De todos modos estoy arrepentido. Éstas semanas, verte con Luna, ver como le hablas, le lees, me ayudó a comprender que es cierto lo que sientes por ella.

Narel frunció el ceño, molesta.

—¿En serio, Dariem? —le inquirió en tono irónico.

—Al principio creí que sólo lo hacías por culpa.

Negó con la cabeza, y fue hasta la cocina. Era un estúpido, de eso no había dudas, y también lo sabía desde que lo conoció. Seguía siendo el mismo imbécil de siempre.

Sacó un postre de chocolate que había comprado la mañana anterior, y buscó dos platos, cortando dos porciones.

—Estás molesta.

—¿Y tú qué crees? —le dijo llevándose a un trozo a la boca—. ¿Qué me voy a sentir bien cuándo me dices una estupidez como esa? Pues no —negó con la cabeza, comiéndose otro trozo de postre.

Sonrió levemente, observándola comer. Era la primera persona que conocía que comía cuando se enojaba, o estaba nerviosa.

—A veces, haces que sientas unas inmensas ganas de golpearte, Dariem —confesó casi terminando su porción—. No sé ni porqué sigo hablando contigo, o te permito entrar a mi casa.

—Siempre lo hago.

—¿Qué?

—Desde que encontraron a Luna, y tú volviste a tu casa, he venido todas las noches a verte, para saber si estás bien.

Lo miró sorprendida, tragando el último trozo que le quedaba.

—¿E-En serio?

—Sí. Me gusta verte dormir, de cierta forma, me trae tranquilidad. Más aún, sabiendo que estás bien.

Bajó la mirada, y se cortó una segunda porción, sin saber como sentirse.

—Bueno, creo que debería volver, no me gusta estar lejos de Luna.

Asintió con la cabeza, mirándolo una vez más.

—De acuerdo, si hay alguna mejoría, diles que me avisen. De todos modos iré cerca del medio día para verla.

—Ah, sí —recordó sacando un papel de su bolsillo—. También vine para darte esto, es el número que estaré usando.

—¿Un celular?

—Me lo dio Camille, dijo que es importante que esté comunicado de algún modo.

Observó el número, y la molestia se reflejó en su mirada. Ella también le había ofrecido un celular, pero Dariem lo había rechazado.

—¿Estás bien?

—Ajá —pronunció sujetando el papel, junto a uno de los tantos dibujos que Luna le había hecho, y que ella tenía en el refrigerador.

Lo acompañó hasta la puerta, y... Tuvo la intención de pedirle que se quedara, pero sabía que sería una mala idea.

—Ten cuidado cuando regreses.

—Lo haré.

Dariem la observó, ella estaba mirándolo a los ojos también. Tal vez, ambos estaban esperando lo mismo. Bajó su rostro, y rozó suavemente sus labios, pidiéndole permiso.

Narel cerró los ojos, y lo besó, correspondiéndole, tomándolo del rostro con una de sus manos. Pero se sentía mal al hacerlo, culpable.

Estaba cediendo muy rápido a él, luego de que la despreciara de aquel modo, culpándola por lo que le había ocurrido a Luna.

La tomó por la nuca con una de sus manos, y con su brazo libre la abrazó a su cuerpo, apretándola contra él. Quería sentirla, su cuerpo la extrañaba, la necesitaba.

—D-Dariem —respiró agitada, negando con la cabeza—... Debes irte.

—¿En serio quieres eso? —susurró contra sus labios.

—No, pero estoy intentando que la razón hable más fuerte. Vete.

La besó una vez más, un beso corto, pero que expresaba cuanto la necesitaba.

—Te deseo, Narel.

Cerró los ojos, y puso sus manos sobre los hombros de él, alejándolo.

—No, no funciona así —murmuró mirando hacia abajo—. No puedes venir aquí, luego de tratarme como la misma mierda durante semanas, e ignorarme, y pretender que yo quiera estar contigo.

—Tienes razón, y lo siento, en serio lo hago.

—Te creo... Pero no tendré sexo contigo.

Suspiró, y la abrazó, dándole un beso en la cabeza.

—Está bien, descansa —le dijo antes de irse.

Narel cerró la puerta suavemente, y se apoyó contra ella, cerrando los ojos una vez más.

Sí, había hecho lo correcto ¿Pero entonces por qué se sentía mal? Tal vez tendría que haberle dicho que se quedara a dormir. Él iba a estar más cómodo en su cama, que durmiendo en la banca del hospital.

Fue hasta su habitación, y salió al balcón, buscando con la mirada a Dariem por la calle.

Esperó unos segundos, y lo vio salir del edificio. Y sin saber que ella estaba ahí, levantó la cabeza, sorprendiéndose de verla agarrada al barandal del balcón, mirándolo también.

Narel levantó su mano, y saludó, arrepintiéndose rápidamente de haberle pedido que se fuera.

Sí, estaba siendo una estúpida como él.

...

DariemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora