Capítulo III

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Las dos horas que faltaban para que se dieran la una de la tarde han transcurrido rápidamente. Laura y yo almorzamos juntas en la oficina, luego cuando vi la hora, salí de la oficina directo a la del jefe. Ahora me encuentro subiendo por las escaleras para llegar a planta baja y tomar el ascensor hacia el piso doce, donde se encuentra presidencia.

Pienso en el querido jefe, bombón como lo llama Laura, me pregunto si estará usando un traje azul como el de ayer.

Me bajo del elevador en el piso presidencial, una asistente le avisa de mi presencia, confirman mi asistencia y entonces me dejan entrar a su oficina.

—Buenos días, señor Butler —saludo, mientras me posiciono en frente de su escritorio.

Me doy cuenta que hoy lleva puesto solamente una americana de color beige, unos pantalones negros y camisa blanca, se ve realmente apuesto.

—Buenos días, señorita... —Intenta suponer mi nombre, pero de igual forma, no se acuerda cómo me llamo.

—Lola Walts.

—Cierto, nos conocimos ayer ¿no? —pregunta, mirándome de arriba debajo de nuevo como lo hizo ayer en la tarde, ¿qué tiene este hombre en verme? Es descortés.

—Sí señor, vine porque el gerente Donovan nos dijo que necesitaba a una de nosotras para explicar el balance contable de la semana.

—Así es, quiero información sobre unos movimientos importantes. —Él lleva sus manos hacia sus labios, el día anterior lo vi hacer lo mismo.

Muevo mis pies, me encamino por la habitación para colocar la presentación en el ordenador, éste se encuentra situado en otra mesa. Abro la presentación de PowerPoint; arreglo una pelusa invisible de mi blusa, lo miro y empiezo con mi exposición sobre el balance.

—La semana comenzó con un movimiento de cuentas grande para la empresa, entró una cantidad de quince millones de dólares —explico las inversiones de la semana, las ganancias que entraron a la empresa y las pocas pérdidas que se tuvieron.

A veces, miro hacia sus ojos, pero me intimidan un poco, él está allí observándome con sus manos entrelazadas apoyadas sobre su mesa, detallo que lleva sus dedos hacia sus labios, parpadeo varias veces para no perderme en mi exposición del balance.

—Señorita Walts, la inversión de treinta millones se hizo el jueves, no el viernes —me explica mientras ve su Tablet corroborando cada palabra que digo.

—Se acordó el jueves, pero la firma fue el viernes a primera hora, allí fue cuando hicieron el depósito del dinero —replico, muestro el depósito en el cuadro de la presentación, explico con mis manos la entrada del dinero.

—Cierto, disculpe mi interrupción, prosiga.

Dice eso apoyando su espalda a su silla giratoria.

—En total fueron: cincuenta millones de dólares que ingresaron a la empresa como ganancias esta semana —concluyo mostrando el gráfico de ingresos.

Él asiente y me mira expectante.

—Muy buena su presentación, impecable —me felicita.

—Muchas gracias, señor. —Sonrío gratamente.

Camino hasta donde está el ordenador para las presentaciones, saco el pendrive, vuelvo a su escritorio y le entrego otra carpeta con el balance en gráficos, cuadros y cada cuenta hecha; al entregarle la carpeta, sus dedos rozan con los míos y se siente como corriente que sube por todo mi cuerpo.

Aclara su garganta y vuelve a hablar.

—Buen trabajo, señorita Walts, la felicito de nuevo. —Con sus labios cerrados, esboza una sonrisa.

—Gracias, señor Butler. —Miro sus hermosos ojos, Laura tiene razón, él es todo un bombón.

Tomo la carpeta sobrante con los datos de las finanzas y me dispongo a salir de su oficina.

—Espere... —dice mientras sostengo con mi mano la manija de la puerta.

—Dígame. —Volteo para mirarle.

— ¿Dónde queda su oficina? —pregunta con sigilo.

—Disculpe, pero... ¿no lo sabe?

Él no dice nada esperando mi respuesta.

—En el sótano señor, allí queda la oficina de contabilidad.

—No lo creo.

Alzo mis cejas y hago una mueca.

—Ahí queda nuestra oficina desde hace dos años y medio, desde cuando comenzamos a trabajar —le explico.

Roger Butler se queda pensando por unos segundos, luego da un asentimiento.

—Hablaré con recursos humanos, también con el ingeniero de la empresa para que reubiquen su oficina.

Mis ojos se abrieron con sorpresa, pero frunzo el ceño.

— ¿Por qué?

— ¿Por qué, señorita? Ustedes no pueden estar trabajando allí —responde con sencillez.

—Lo hemos hecho bastante tiempo, pero como usted diga.

Frunce el ceño, no hay más nada que decir y salgo de la oficina presidencial de la empresa.



Espero te guste esta nueva historia de amor entre el jefe y la empleada

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Espero te guste esta nueva historia de amor entre el jefe y la empleada.

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Saludos,

Karola.

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