Capítulo XXV

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Me he despertado por el dolor de cabeza, estoy un poco desorientada, me doy cuenta que esta no es mi habitación, no es mi casa y definitivamente aquel cuadro abstracto simbolizando a una mujer, tampoco es mío. Me levanto de golpe, ¿dónde estoy?, me asusto porque no puedo recordar lo que ha pasado anoche.

El dolor de cabeza me está matando, noto que estoy en ropa interior, suspiro pero aun así tengo pánico. Porque eso no significa que no me haya acostado con alguien.

¿Dónde está Raymond?, ¿Me acosté con él?, ¿Qué pasó después del beso que le di?

Busco mi vestido de anoche por el lugar y no lo encuentro, reviso en el baño y sólo observo que hay una bata de baño blanca colgada en un perchero. Aprovecho para ver mi aspecto en el espejo y pego un grito ahogado.

Me veo ojerosa, con el cabello vuelto una maraña, el maquillaje corrido y mi aliento apesta. ¡Dios mío!, ¿por qué bebí tanto anoche? Ahora no recuerdo nada, estoy en una casa que no es la mía y de paso, semidesnuda.

Lo que falta es que aparezca Roger.

Ahí sí termino de desfallecer.

Hago mis necesidades fisiológicas, lavo mis dientes con el dentífrico que se encuentra cerca del lavabo y arreglo un poco mi cabello, ahora luce con las hebras rubias por todos lados pero no tanto a como me desperté.

Tomo la bata de baño, la amarro a mi cuerpo y me dispongo a salir de la habitación, descalza y sin una pista de Raymond.

Camino por un pasillo largo, veo que hay varias habitaciones, es un apartamento lujoso, espero que sea de Ray. Llego a una sala muy bien decorada, un gran ventanal que da con la ciudad, veo que es temprano, quizás las nueve de la mañana. Sigo caminando y llego a la cocina, ahí se encuentra un hombre con un pantalón de chándal y sin camisa.

Trago con nerviosismo.

— ¿Raymond? —inquiero dudosa.

— ¡Despertaste! —Habla con voz gruesa mañanera.

Boto el aire que tenía contenido desde que me desperté, ¡Gracias al cielo es Raymond!, pero ahora, ¿me acosté con él?

— ¿Por qué estoy aquí? —le pregunto haciendo una mueca.

Oh señor, mi cabeza duele demasiado.

Él arruga su frente.

— ¿No te acuerdas?

—Si me acordara, no estuviese preguntándote, Raymond.

—Sí, perdona. —Esboza una mueca—. Lo poco que recuerdo es que nos besamos mucho, te traje a mi apartamento...

Que no lo diga, por favor.

Contengo el aire esperando su respuesta.

—Casi nos acostamos, pero vomitaste y te quedaste dormida en mi cama.

Se comienza a reír, colocando sus manos sobre sus caderas. Luego me da una sonrisa, pero entrecierra sus ojos.

Sé que lo estoy mirando petrificada, elevo mis manos hacia mi rostro, para así cubrir mi vergüenza. ¡No puede ser, casi me iba a acostar con otro Butler!

Siento mi rostro caliente, estoy ruborizada al cien por ciento. ¡Qué pena!

—No tengas vergüenza —dice riéndose—. Esas cosas suceden, a veces.

Me sonríe, voltea y me sirve una taza de café. No emito ninguna palabra, no sé qué decir. Esto no iba a hacer así.

¡Mírame donde estoy! ¡En su jodido apartamento!

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