Capítulo XXXIV

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Respiro hondo, me siento más calmada que hace unos momentos. Sigo enojada con Roger. No puedo creer que piense que soy una interesada ¡Por todo lo santo, ni su hermano cree eso!

Sé que puede desconfiar, quizás le ha sucedido lo mismo que a Raymond, pero ya tenemos un tiempo conociéndonos, supongo que era hora de que confiara en mí, que me creyera cuando le digo que me gusta por lo que es.

Gruño y tiro mi bolso en la cama, observo la habitación y es preciosa, el piso era de madera, en el centro de la habitación había una cama King con almohadones grandes, veo a derredor, cerca de la cama está una mesa tipo escritorio pequeña con una silla a juego, más allá cerca del ventanal, estaba otra mesa redonda y dos sillas más, haciendo la especie de una sala de estar. Me acerco al ventanal y éste da una vista hermosa de la playa. Puedo ver como las olas del mar chocan contra unas piedras, veo gaviotas volando y personas caminando sobre la arena. Sonrío porque es un paisaje muy hermoso, y que a mi madre le hubiese gustado estar aquí y conocer la playa también. Así como a Leslie, ella tampoco ha salido de Seattle ni conocido la playa. Estoy emocionada de ir, sentir la arena entre mis pies y adentrarme al mar, sentir las olas, y sentir esa paz que muchos dicen que sienten cuando están en la playa.

De pronto escucho el sonido de mi teléfono, busco en mi bolso y lo saco. Nuevamente el abogado Louis Pons llama, esta vez sí debo atender.

—Señorita Lola, por fin me atiende —dice con voz áspera el abogado canoso que atiende el caso de mi hermana.

—Disculpe que no le haya atendido antes, estaba ocupada en el momento en que llamaba —me disculpo—. Dígame, ¿Qué sabe sobre la audiencia?

—La llamo para eso y para otra cosa que la perturbará un poco —dice sigilosamente. Trago en seco, ¿Qué está mal?

—¿Qué está mal, señor Pons? —inquiero nerviosa.

—Señorita Walts, sabe que me tomé la molestia de contactar con un detective amigo mío, se llama Sebastián Fox, es de San Francisco pero desde allá me está ayudando. Me dejó muy intrigado lo del robo y asesinato de sus padres, algo no está bien allí —me explica y mi respiración es escasa en estos momentos—. Le comenté su caso, hizo algunas averiguaciones, él viajó hasta acá e investigamos.

—¿Y que encontraron? —pregunto en un hilo de voz, no me gusta para nada esto.

—Creemos que la señora Cecilia y George Hamilton fueron autores intelectuales del robo a su familia.

Mi mundo se detiene, caigo lentamente al suelo, mis rodillas se flexionan hasta tocar la alfombra del suelo. Creo que no estoy ni siquiera respirando. Todos estos años han estado ante mis ojos los causantes de la muerte de mis padres. De paso, que han estado cuidando a mi hermana en los últimos tres años. ¡Oh señor! ¿Qué está pasando?!

—¿Bueno? ¿Señorita Walts, me escucha? —pregunta Pons del otro lado de la línea. Emito un sonido de confirmación.

No sé qué decir, esto es demasiado. Quiero correr y tomar el primer vuelo para buscar a mi hermana y tenerla a salvo conmigo. Abrazarla y nunca despegarme de ella.

—Estamos aún en averiguaciones, esto es parte mía, señorita Walts —informa—, usted pagará solo mis honorarios.

Eso me tranquiliza oír, no podía costear otro servicio. Si ahorro tanto para poderle pagar a él.

—¿Está seguro de lo que me dijo? —pregunto en susurro. Mi voz se ha ido, el nudo en mi garganta no me deja hablar claro.

—Señorita, como le digo, es una suposición. No podemos ir al juzgado y decirle al juez esto sin pruebas. Es por eso, que necesito que usted me informe de lo que piense Leslie, me cuente cómo era la relación de los Hamilton con sus padres, si tuvieron problemas antes del robo. Algo que nos deje buscar trasfondo a eso y que el Detective Fox pueda hacer mejor su trabajo.

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