06. Los sillones no muerden.

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———Olivia———

—Jack, estoy helada.— le miré reprochándole su acción.

—Olivia, te lo has ganado a pulso—sonrió—. Yo te hubiera traído de vuelta, pero te daba miedo volar—apoyó su palo en su hombro y metió las manos en el bolsillo de su sudadera.

Pasé de él olímpicamente y subí las escaleras para cambiarme de ropa y ponerme algo de invierno. Tanteando a ver qué encontraba en el armario, me topé con algo de madera. ¿Pero qué? Pensé. ¿Qué hacía allí un bate de béisbol? Me pregunté una vez lo tenía entre mis manos.

Lo coloqué temporalmente encima de la cama y me puse un pijama de invierno.

—¿Se puede?—preguntó Jack entrando a mi cuarto.

—Llegas a entrar medio minuto antes y te vuelo la cabeza con el bate de béisbol—él me miró aguantándose la risa—. Bueno, tal vez no tanto, pero no te confíes. Aún ni creo que existas.

—¿Cómo quieres que te demuestre que si existo?—cerró la puerta tras de sí.

—Estoy soñando, no puedes—él chasqueó los dedos y empezó a nevar dentro de mi cuarto. —.¿Pero qué?—pregunté para mi y le miré. Un copo de nieve cayó en mi nariz y yo me estremecí.—. Para, para, ¡que me mojas el cuarto!—él rió e hizo que parase.

¿Era de verdad? Era impresionante.

—¿Crees ya en mi?—preguntó. No respondí.—. Me lo tomaré como un si— sonreí cayendo en su tontería. Él abrió los ojos y la boca sorprendido, con una sonrisa de lado.—. Vaya... sabes sonreír.

—Claro—respondí.

—Deberías hacerlo más a menudo, te queda bien.—respondió mirándome. Yo me quedé en silencio. Sentí mis mejillas arder. Disimulé guardando el bate bajo mi cama y acto seguido salí del cuarto sin decir nada y bajé a hacerme la comida con una sonrisa en mi rostro.

—¿A mi no me das de comer?—dijo sentándose en frente. Yo le miré divertida.

—Eres un espíritu, los espíritus no comen—le miré desafiante mientras comía de mi plato—.¿Algún problema, señor de la diversión?—el rió y se levantó de la silla. Con un solo movimiento congeló mi plato, impidiéndome seguir comiendo.

—Total, ya había terminado.—dije para poner el plato en el fregadero.

Me fui al salón y me senté en el sofá. Jack me miraba desde la puerta, sin pasar.

—Puedes sentarte—dije—, los sillones no muerden.

—Lo sé, pero tú a lo mejor si puedes hacerlo—dijo para acto seguido guiñarme un ojo y sentarse a mi lado en el sofá. Yo me giré completamente hasta quedar cara a cara con él.

—¿Cuál crees que es la relación entre todo esto?—pregunté.

—¿Entre nosotros?—dijo divertido.

—No—sonreí mientras ponía los ojos en blanco—. Bruno, mi abuela, ya sabes...—mi expresión cambió a preocupada, buscando respuesta en sus ojos.

Si que eran bonitos realmente. Apreté los labios y miré mis manos, enredadas en mi regazo.

—Sólo se que a Amelia la puede tener Pitch. Por eso la silla sigue arriba. No se ha ido, se la han llevado. Solo ha podido ser él.

—¿Pitch?—pregunté mirándole.

—Sombra—dijo en un intento por hacerme comprender. Yo le miré aún más extrañada—.¿El coco?

—El coco...espera...—me levanté y miré detrás del reloj, donde estaba el dibujo de Bruno. Lo cogí y se lo enseñe a Jack.—¿Este es el coco?—él cogió el dibujo.

—Si—dijo. Me acordé de Bruno y quise subir para comprobar que realmente estaba dormido. Jack me siguió.

Al entrar al cuarto vi que Bruno estaba dormido. En el fondo no esperaba otra cosa. Agarraba su peluche favorito. Me apoyé en el borde de la cuna mirándolo tiernamente. Sentí la presencia fría de Jack a mi lado.

—Críos, ¿eh?—dijo con su sonrisa daleada, con voz tranquila.

—No sabes cómo se le echa de menos—dije acariciando el pelo de mi hermano. Jack me giró la cara con su mano.

—¿Estás triste?— preguntó. Yo no me moví—. Tranquila. Te voy a ayudar a recuperarlos. Amelia quería que creyeras en nosotros, y en mí ya crees. Haré algo para que conozcas al resto de guardianes. Mañana, o esta noche.

—¿Hay más?— ignoré su última propuesta y pregunté agarrando su muñeca. Su tacto era frío, pero suave.

—¡Claro que hay más! Santa Claus, el canguro de pascua, el hada de los dientes y Sandy.

—¿Canguro?— dije riendo suavemente. Él me devolvió una sonrisa; había conseguido alegrarme mínimamente. Tenía bien ganado el mote de Guardián de la diversión.

El tacto frío de su mano me abandonó.

—Que simpático eres—ironicé e hice una pausa—. Sigo dudando sobre tu existencia, Jack. ¿Como sé que no eres un producto que ha originado mi cerebro para no sentirme tan sola? —Jack dejó de sonreír. Internamente había asociado su llegada a todos los problemas—. ¿Y si ahora te pido que te vayas?

—Bueno, no me iría. En realidad no quieres que me vaya.—dijo confiado, echándose el bastón al hombro.

—¿Y si te digo que quiero que te vayas?—dije. No sabía muy bien lo que estaba diciendo.

—Olivia...—dijo acercándose a mí y poniendo sus manos en mis hombros, acercándome a él. —. Hazme caso, sé que no quieres que me vaya. —su tacto frío en mis hombros me daba escalofríos, pero no era desagradable.

Suprimí una sonrisa. Él estaba realmente cerca.

—¿Qué te hace estar tan seguro?— entré inconscientemente a su juego, aun con el ceño fruncido. Sin embargo, algo me decía que era un juego menos inocente.

—Mírate. No te has apartado, y en vez de quitarme como habrías hecho unos días estás jugando mentalmente conmigo—Jack sostuvo la mirada unos segundos y acto seguido empezó a bajar lentamente las escaleras. Yo le seguí.

—Espera...me has distraído del tema principal—él, a un escalón de distancia de mí, se paró y se giró quedando a mi misma altura.

—Yo no te he distraído. Te has distraído tu sola—dijo sonriendo apoyándose en el bastón—. Si de verdad quisieras que me fuera, no te habrías distraído tan fácilmente.

Jack terminó de bajar las escaleras. Yo me quedé ahí. ¿Acababa de manipularme tan fácilmente? No, no era así.

El resto de la tarde estuve en mi cuarto, sin visitas heladas, viendo como nevaba fuera. Realmente era muy gratificante ya que hacía mucho tiempo que no veía nevar. Antes de que me diese cuenta se hizo de noche, y esperando que Jack diera señales de vida acabé durmiéndome.

No se quien es Jack Frost.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora