21. Recuerdos de Flame. Reina.

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———Olivia———

Me dejé guiar por la luz, hasta dejar de sentir mi cuerpo físico. Ni esqueletos que me sujetaban, ni guardianes rodeándome. Sin ruidos, Sin cuerdas. Sentí que por fin estaba libre. 

———Flame———

Recuerdo. Estábamos en el año 1712. Todo estaba en silencio. Despertaba de un sueño acogedor. Abrí mis ojos y vi mi cuerpo. Tenía la piel clara, casi pálida, y un vestido naranja que caía hasta mis pies, descansando sobre mi cuerpo relajado. Mi pelo también largo y naranja. 

Recuerdo que mi padre me había dado la noticia el día anterior: iba a ser la reina de Fiery en cuanto cumpliese la mayoría de edad, que no me faltaba mucho. Recuerdo también la responsabilidad que era tener poderes de fuego. Debía controlar mis emociones; si perdía la calma podía perder el control y acabar dañando a alguien. 

Recuerdo que era una especie de espíritu de la naturaleza. El espíritu del fuego. A pesar de que todos en mi familia tuviesen poderes de fuego, yo era la única con los ojos completamente naranjas, lo que significaba que sólo yo estaba hecha completamente de fuego, y eso me hacía especial. 

Bajé al gran salón, donde mi padre, mi madre y mi hermana esperaban en los tronos. 

Mi hermana, otro mundo. Ella era la mayor, y aún así el trono era mío. ¿La razón? Ella había nacido con los ojos verdes, tan verdes que la llamaron Esmeralda. Desde el principio, a mis padres no les agradó saber que tenían una hija con los ojos de un color frío, decían que era inadmisible, algo que no podían permitirse en toda la estirpe de reyes de fuego. En resumen, no podían dejar que unos ojos fríos dirigiesen un reino cálido, eso lo estropearía todo. Y entonces el trono pasó a ser mío. 

Cuando nos dieron la noticia me entristecí por Esmeralda. En todas las reuniones familiares, en todos los grupos de amigos y conocidos, siempre la habían discriminado por su rareza. Y la había visto llorar muchas veces por el mismo motivo. Probé a consolarla y empatizar con ella infinitas veces, pero siempre me huía y me gritaba. Estaba enfadada todo el rato. Nuestros padres la obligaban a llevar guantes, ya que solía perder los nervios y podría causar el peor de los incendios. 

Al llegar al gran salón saludé a mi familia con prisa por salir, pero mi padre me detuvo. 

— Flame, ven hija— me llamó mi padre. Regresé sobre mis pasos y me coloqué enfrente de él.

— ¿Sí, padre?— pregunté, aunque supiera la respuesta.

— ¿Dónde vas con tanta prisa?— preguntó levantándose del trono. Mi madre y mi hermana observaban neutrales la conversación.

— Voy...a dar un paseo— respondí intentando sonar lo más convincente que pude.

— ¿Sabes lo que opino del lago, verdad?— yo asentí.

— No te preocupes papá no tardaré en volver— dije admitiendo mi mentira.

Me despedí y salí por la puerta de atrás del castillo. 

Recuerdo aquel lago. Mi mayor descubrimiento en vida. Iba a él desde que lo descubrí hacía unos cuantos años y nunca me había pasado nada. Era un lago congelado, no veía ningún peligro en él. Iba todos los días, no fallaba ninguno. Mi padre temía que si me descontrolase derritiese el hielo y cayese dentro, haciendo que me apagase; al estar hecha de fuego ni se me ocurriría tocar el agua. Me consumiría poco a poco hasta quedar hecha cenizas. 

Pero el hielo era distinto. Frágilmente posaba mis pies en él y le transmitía el suficiente calor para que resbalase, pero no para que se derritiera. El agua ni si quiera me llegaba a tocar. Estar patinando me liberaba, era como si volase. Me transmitía tanta calma y tranquilidad que era prácticamente imposible que descontrolase mis poderes y derritiera el hielo lo suficiente para que se partiera y cayera dentro. 

No se quien es Jack Frost.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora