CAPÍTULO 7

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Julia se encerró en su cuarto, se tiró en la cama y lloró. No merecía tantas humillaciones y parecía que esas últimas semanas se sucedían una tras otra, tener que soportar todo eso se hacía cuesta arriba. Miró sus valijas a un costado y deseaba con todas sus fuerzas salir huyendo de allí... pero sabía que no podía, entendía que lo que afuera le esperaba era mil veces peor. ¿Qué iba hacer? Estaba sola y si bien tenía algunos ahorros,  le costaría encontrar un empleo lo suficientemente rápido como para poder mantenerse. No quería asustar ni molestar a Caroline y se sintió atada a aquella casa, a aquel trabajo y a ese hombre insostenible. Apretó su rostro contra la almohada y pidió a Dios que le diera las fuerzas para soportar y le mostrara qué camino tomar. Luego de unas horas, salió de allí decidida, buscó a Thomas que estaba en los almacenes de comida. Caminó hacia allí y al llegar a la puerta, notó que su respiración estaba agitada, la empujó  y puso un pie dentro sintiendo aquel olor de los cereales y pasturas que la descompuso. Se puso blanca y temblaba aunque trataba de concentrarse en lo que debía hacer. Él estaba solo, controlaba los suministros y al sentir la presencia de alguien se volvió mirándola con cierta curiosidad pero a la vez, mostrando aquella indiferencia que ella alcanzó a percibir inmediatamente, luego de dirigirle esa corta mirada siguió con su trabajo.

—Señor, no estoy dispuesta a soportar otros malos entendidos. Mi trabajo lo he hecho correctamente y puede constatarlo si revisa el primero de los armarios. Tomé un descanso que consideré necesario y si le molestó que utilizara su sillón, lo siento, no volveré hacerlo. — su voz sonaba firme, aunque por dentro temblaba  al verse rodeada de ese ambiente que le traía todas las sensaciones de aquel día, Thomas se volvió nuevamente ante sus palabras y la miró con una expresión claramente dura. —Créame que me quedo porque no tengo otra alternativa, no porque me encante vivir en una casa que no es la mía, comer lo que no pertenece ni molestar a extraños que definitivamente no disfrutan de mi compañía. —Él la miró sorprendido por su sinceridad, y cuando pensó en interrumpirla, ella continuó. —Para que no haya otros malos entendidos quisiera dejar claras las condiciones de mi trabajo, mi sueldo, mis horarios y que me descuente todo lo que le genere gastos, mi estadía, la comida, y todo lo que considere. Jamás fui mantenida y no lo pienso ser nunca. Apenas junte dinero para mis gastos durante unos meses, me iré para no importunarlo más.

Cuando terminó de decir todo, él tragó saliva indignado en cierta forma por su forma de hablarle y por su orgullo, se acercó a ella con el ceño fruncido y la boca en una recta.

— ¿Usted siempre es tan altanera y orgullosa?

— ¿Y usted siempre es tan desagradable y vanidoso? —su respuesta lo hirió claramente y lo hizo parar frente a ella muy cerca, la miraba fijamente a los ojos que se veían tan azules e insondables. Luego de unos segundos finalmente habló.

—Trabajará de lunes a viernes, por la mañana a partir de las 8 am. Podrá hacer un descanso 10.30 fuera de la casa, en su habitación o en la cocina con las otras muchachas y terminará su horario a las 3 pm. Tendrá libres los fines de semana.

Julia temblaba ante esos ojos que parecía que se hundían en ella como puñales. Pero no bajó su mirada, se la sostuvo, a pesar de lo cerca que estaba de ella y de que notaba el gran disgusto que le generaba.

—Falta decirme lo que me descontará por estar en la casa.

—Muy bien, para que su orgullo no se sienta herido, descontaremos un porcentaje por la estadía y por su manutención. ¿Le parece Julia Chase? —dijo con cierto tono burlón y desafiante.

—Perfecto. —se volvió sobre sus pies y salió de aquella habitación que le generaba opresión. La última vez que había estado en un almacén había sido la peor de las pesadillas. Sudaban sus manos y su corazón latía frenéticamente.

Él se quedó mirando la puerta, sorprendido por su actitud impulsiva, por sus palabras y por sus ojos ya que nunca había conocido una mujer así, desenvuelta, orgullosa, altanera, independiente y confiada en sí misma. Se descubrió sonriendo.

El día siguiente era sábado, Julia se despertó muy temprano, había pasado una noche espantosa, sin poder dormir. Una y otra vez se repetía en su mente y es su cuerpo la desesperación de aquella tarde, el peso de ese cuerpo sobre el suyo, el dolor... Se sentó en el alfeizar de la ventana y contempló como vareaban a los caballos, primero caminatas, luego galope corto y regular. Ansiaba montar. Correr por el campo y sentir el aire golpear su rostro, arrancarle el dolor y la tristeza. Se cambió y luego de tomar un corto café, salió hacia las caballerizas y para su suerte un empleado estaba allí.

—Disculpe, quisiera saber si hay algún caballo que yo pueda montar...

—Señorita... buenos días. En el box de allá está Valiente, ella es de las que pueden ser montadas, si quiere se la preparo.

Julia asintió sonriente y ansiosa por tener esa oportunidad. Salió fuera a esperar que estuviera lista.

Thomas llegaba a lomos de su caballo y la vio a lo lejos y levantó una ceja ante su presencia allí.

Cuando el hombre salió con Valiente ensillada, Julia apoyó el pie en el estribo y apenas divisó el camino libre, salió a todo galope. Al ver Thomas que la yegua salía corriendo a esa velocidad y que Julia iba encima, corrió a su caballo y se montó en él de  un salto saliendo tras ella y  temiendo lo peor.

Ella iba a lomos de la yegua sintiendo los cascos golpear en la tierra, el viento en su cara, el olor del campo, el canto de las aves,  y sonrió al notar la humedad de sus lágrimas cayendo por su rostro. Extrañaba su vida sencilla, el campo y a su padre, quería borrar todo y volver a ese tiempo de flores y sonrisas. Abrió los ojos asustada cuando la yegua frenó al contacto con otro caballo, sintió unas manos arrebatarle las riendas al tiempo que lo vio a su lado.

— ¡Julia! ¿Se encuentra bien?

— Si... ¿Pasó algo?

—¡¿Qué si pasó algo?! Temí por su vida... eso pasó. —dijo en tono recriminatorio y claramente enojado.

Ella enarcó una ceja.

—¡Sé montar y muy bien señor!, pero si le molesta que monte su caballo, pues ahora mismo se lo devuelvo. —dijo con el impulso de la ira que le producían sus palabras y haciendo amague de bajarse. No soportaba su autoritarismo y su forma de hablarle, siempre parecía enojado y afectado por absolutamente todo lo que ella hiciera. Thomas le arrojó las riendas de la yegua.

—Mejor vuelva a la casa y antes de subir a una de mis yeguas, haga el favor de dejarme dicho si no es mucha molestia... Gracias. —dijo aquellas palabras con sarcasmo y sólo eso,  salió a toda velocidad hacia la casa, dejándola con la palabra en la boca y el orgullo nuevamente por el suelo.     

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