Por la mañana, Julia se levantó, se vistió para ir a la comisaría y se tomó una taza de café bien negro, miró hacia el verde pasto y trató de concentrarse en el entrenamiento de los caballos para no pensar en esos ojos oscuros. Thomas apareció en la cocina con el móvil en su mano.
— ¿Justo ahora?... ¿No puedes posponerlo para otro día?... Es que ya tengo un compromiso —dirigió su mirada a Julia que estaba contemplando a través de la ventana, tratando de no escuchar. —No Ann, no estoy diciendo que sea más importante que el bebé, estoy diciendo que podemos hacerlo mañana, ya había tomado el compromiso... —estaba claramente fastidiado y Vincent entraba a la cocina, sin dirigirle ni una sola mirada a su hermano, y mucho menos una palabra. Thomas terminó la llamada, contrariado, ofuscado y hasta irascible.
—Julia, vas a tener que disculparme pero no podré acompañarte... —ella se volteó al oírlo y no sabía qué decir, deseaba que la acompañara, si ya de por sí le parecía terrible la idea de ir allí, de enfrentar ese miedo que le nacía desde lo más profundo de su cuerpo y de su alma, terrorífica le parecía la idea de tener que enfrentar eso sola.
—Está bien... no se preocupe... —dijo, pero sus ojos inmediatamente se apagaron en un horror inconfesable.
—Julia, disculpa... no sé qué es lo que tienes que hacer, pero si lo deseas puedo acompañarte yo... —Vincent interrumpió aquella conversación y Thomas inmediatamente clavó sus ojos en él con un odio que le salía como puñales... ¿qué podía ser peor? Anhelaba acompañarla, sabía que era importante para ella, y no sólo debía cambiar sus planes a último momento por caprichos de Ann de ir al doctor justo en ese instante, sino también Vincent, que no se había despegado de las faldas de Julia fuera quien ocupara su lugar. Deseó volver a golpear a su hermano, pero se mantuvo en silencio esperando su respuesta.
—No... por favor, no se moleste... hablaré con Martha y seguro ella podrá acompañarme. —Thomas asintió dentro de sí mismo, de pronto aquella idea le sonaba perfecta.
—No es molestia Julia, ya lo sabes, pero si prefieres que Martha te acompañe, al menos, permíteme que las lleve. —Thomas tragó el sorbo de café que le pareció más amargo que de costumbre mientras Julia asintió agradecida. Salieron ambos de la cocina en busca de Martha y él se quedó allí terminando el café y mirando por la ventana como al poco tiempo le abría la puerta del BMW para que subieran las dos. Apretó sus nudillos y los estrelló contra la mesa, por lo que sumó al orgullo herido de los celos que sentía, el dolor en su mano que le duró gran parte de la mañana.
Tomó sus cosas y se subió a su auto para ir en busca de Ann, había sacado turno con el doctor, y al menos esa mañana aclararía si realmente estaba o no embarazada. Sabría sobre qué terreno realmente estaba parado, luego ya vería. Fue hasta la ciudad, pasó por su departamento y llegaron a la clínica. Estaba nervioso, sumamente. No entendía si deseaba que fuera verdad, o si deseaba que no lo fuera. Un hijo siempre es una bendición, pero las reales circunstancias que lo rodeaban no eran ideales, no eran familiares, y mucho menos de amor. Cada día se convencía más de que todo lo que sentía por Julia superaba en gran manera una amistad, admiración o lo que fuera que quisiera argumentarle a su corazón que no se convencía y cada momento se afianzaba a pensar que estaba enamorado de ella. Otra explicación lógica no había encontrado al hecho de que pensaba todo el tiempo en ella y anhelaba los pocos o insignificantes momentos que se podía permitir estar a su lado, hacerla enojar, escucharla, o simplemente sentirla cerca. Si eso no era amor, entonces no entendía. No recordaba haber sentido nada igual por Ann, tampoco recordaba si quiera haberse esforzado en enamorarla, en conquistarla... ella simplemente había estado siempre, desde que podía recordarlo. Sus padres habían sido amigos de los suyos y cómplices en cierta manera de que estuvieran juntos. Todo había sido extraño, como si desde la primera vez que la viera, ya había asumido que sería su esposa, e incluso se había convencido a si mismo que la amaba; pero luego de ver la sonrisa de Julia y lo que aquel instante le alegraba la vida, supo que el resto era otra cosa, algo distinto.
El doctor los llamó al consultorio, revisó a Ann, le hizo algunas preguntas y la llevó a una salita lateral donde le hizo una ecografía. Le mostró en el monitor un corazoncito que se movía tan rápido, y un ruido que se parecía al galope del mejor de sus caballos. Thomas sonrió, nunca se había sentido tan pequeño, tan insignificante y tan minúsculo ante la creación de Dios.
Quedó en silencio, recibió las felicitaciones del doctor y la programación de las próximas citas, mientras él en lo único que podía pensar era en que ya amaba a ese pequeñito. Se mantuvo en silencio, subieron al coche y Ann hablaba de la boda, del bebé, de todo lo que debía comprarle... Thomas se ofreció a llevarla a la hacienda, pero ella prefirió quedarse en su departamento, y la posibilidad de que ella lo estuviera engañando volvió a hacerse presente. Lo amargaba porque hería su orgullo y a la vez, porque la posibilidad de que ese bebe no fuera suyo lo asaltaba cada momento, sabía que no podría soportar nueve meses de incertidumbre, pero a la vez tampoco sabía cómo le diría a Ann que quería un ADN.
Luego de dejarla, siguió por la ruta de regreso pensando en ese corazoncito diminuto y en el suyo propio que lo sentía angustiado por lo que Julia pudiera estar pasando y por el deseo desmedido de estar con ella y a la vez, sentirse impedido de acercarse.
Desvió por una ruta lateral y se adentró en el bosque de arces hacia el río, estacionó el auto en un claro y se sentó sobre el capó del mismo mirando el agua que se movía arrastrada hacia el mar, como el sentía su vida arrastrada y llevada muy lejos de lo que en ese momento consideraba felicidad.
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Perseguir El Viento
RomanceCOMPLETA La carretera oscura, la música fuerte para ayudar a olvidar y un cuerpo en el medio del pavimento... Así comienza esta hermosa historia de amor.