CAPÍTULO 15

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Julia entró en su habitación y se quedó allí, se puso su sweater, que no le había devuelto y se mantuvo en silencio, atormentada por todo lo que llegaba su mente, un aluvión de posibilidades que maquinaba su cabeza y no la dejaba descansar. Cuando la casa quedó silenciosa y a oscuras, se puso unas zapatillas y salió hacia la biblioteca. Prendió la luz del móvil y alumbrando en los estantes buscó un libro especial, que sabía le ayudaría en ese momento en que no encontraba paz en nada más, la biblia. Había visto una en alguno de los estantes y recordando a su padre, supo que allí encontraría descanso para su mente y su corazón. Hacía mucho tiempo que no la leía, había sentido a Dios lejos de su vida y de ella cuando se llevó a su padre. No había podido entender que permitiera tanto dolor, que se encontrara sola con su hermana menor y llena de deudas. Luego perder la hacienda, donde los recuerdos de su niñez se habían ido con ella. Sintió que Dios le arrebataba todo, pero en este último mes donde había vivido algo tan terrible, a pesar de tanta oscuridad, sentía que Dios la acompañaba, que todo podría haber sido peor, pero que la había cuidado y puesto en ese lugar. Ahora con todo lo que cargaba en su corazón y en su mente, necesitaba sus palabras, su consuelo y su ayuda.

Detrás del estante más alto, llena de polvo, la encontró.

Salió a la galería, se acercó a la hamaca para recostarse allí un rato en la oscuridad y dejar que el aire fresco de la noche le aclarara el pensamiento. Cuando se acercó para sentarse, Thomas estaba allí.

—Oh, perdón, no sabía que había alguien levantado... —se iba a dar la vuelta para volver dentro de la casa pero él la detuvo.

—Julia...

—Sí... ¿necesita algo? ¿Quiere que le traiga algo de tomar?, si necesita algo por favor dígame...

—Julia... ¿usted siempre habla tanto? —ella lo miró perpleja, pero notó en él aquella mueca que la conmovía, su sonrisa... se tranquilizó.

—Lo lamento. Mi padre solía decirme que hablaba mucho...

—¿Qué hace a esta hora levantada? —Miró su mano que llevaba un libro.

—Eh... no podía dormirme. Por eso vine a buscar algo para entretenerme.

—¿Qué está por leer? —Ella le mostró y él enarcó una ceja. —No me diga que ahora se ha vuelto espiritual...

—La verdad es que hace mucho no la leo, pero sé que voy a encontrar lo que busco, por eso vine por ella.

—¿Y qué busca? —la miró fijamente, lo que despertó en ella aquel nerviosismo que siempre le producían sus ojos.

—En este momento, un poco de quietud, tranquilidad. —Él le sonrió.

—Si lo encuentra, téngame en cuenta, yo también necesito lo mismo. —no aguantaba las ganas de decirle que ella era la causante de esa sensación de inseguridad que lo rodeaba y de la lucha constante por detener el impulso de abrazarla nuevamente, sentirla cerca de su cuello, sentir aquel perfume y que sus brazos la protegieran.

La miró atentamente y frunció el ceño, lo que hizo que ella se mirara a sí misma y descubriera que llevaba su sweater. Se moría de la vergüenza.

—Oh... Señor mil disculpas, enseguida se lo dejo en el perchero, es que el otro día lo olvide... y bueno, ahora me resultó cómodo para salir de la habitación.

—¿Para las noches de insomnio? —ella sonrió y levantó los hombros. —Puede quedárselo...

—No, por favor... ¿cómo cree?... Mañana mismo lo pongo en la lavadora y se lo devuelvo.

—Julia... —puso los ojos en blanco. —dije que se lo puede quedar. Salvo que no desee el regalo... —la miró intrigado.

—Claro que sí... Gracias. —Sonrió, ese regalo simple e impensado para otros, le traía la mayor de las alegrías por lo que significaba, porque él, Thomas Gibson, le había obsequiado algo a ella.

—¿Quiere sentarse y leerme algo de ese libro?

—¿De verdad lo desea? —él asintió y ella prendió una de las luces y miró a su alrededor buscando dónde sentarse, pero él le hizo señas que se acercara y ella lo hizo ubicándose en la hamaca a su lado. Estaban muy cerca y él apoyó su cabeza hacia atrás cerrando sus ojos brevemente. Julia lo miró y sonrió. Tenía el rostro con esas facciones perfectas y aquellos labios que parecían invitarla a acercarse. Tragó saliva tratando de apartar aquel pensamiento, mientras él apretaba los suyos con sus brazos para evitar abrazarla y preguntarle qué significaba todo eso que sentía al tenerla tan cerca. Tomó la Biblia y leyó.

—"Un hombre podría tener cien hijos y llegar a vivir muchos años. Pero si no encuentra satisfacción en la vida y ni siquiera recibe un entierro digno, sería mejor para él haber nacido muerto. Entonces su nacimiento habría sido insignificante, y él habría terminado en la oscuridad. Ni siquiera habría tenido un nombre ni habría visto la luz del sol o sabido que existía. Sin embargo, habría gozado de más paz que si hubiera crecido para convertirse en un hombre infeliz. Podría vivir mil años o el doble, y ni aun así encontrar satisfacción; y si al final de cuentas tiene que morir como todos, ¿de qué le sirve? Toda la gente se pasa la vida trabajando para tener qué comer, pero parece que nunca le alcanza. Entonces, ¿de verdad están los sabios en mejores condiciones que los necios? ¿Ganan algo los pobres con ser sabios y saber comportarse frente a otros? Disfruta de lo que tienes en lugar de desear lo que no tienes; soñar con tener cada vez más no tiene sentido, es como perseguir el viento".

—¿Qué está leyendo? —Thomas frunció el ceño sin abrir sus ojos y ella lo miró, apenas si podía concentrarse en lo que leía, se veía tan atractivo con esa camisa desprendida en el cuello, el moño desatado colgando a los lados y el cabello medio revuelto, suspiró y miró el título.

—Es el libro de Eclesiastés... este libro lo escribió el rey Salomón. ¿Sabía que era el hombre más sabio de la tierra? —el asintió. En algún lugar había oído esa historia.

—Perseguir el viento... realmente es algo sin sentido. —Pensó en cuánto ansiaba la felicidad, quería cumplir la promesa que le había hecho a su madre, ser feliz, pero después de todo, ¿qué era la felicidad en sí misma? —Julia, ¿ha sido feliz alguna vez?—Ella miró a la oscuridad pensativa.

—Sí. Creo que fui feliz cuando vivía en la hacienda donde crecí en Tennessee con mi padre, andando a lomos de Cariño. Siempre ansío esos momentos.

—¿Y qué sucedió?

—Mi padre murió y quedamos tapadas en deudas, tuvimos que vender. —Él notó la tristeza en su voz, y entendió. — ¿Y usted, es feliz?— se hizo un breve silencio

—No lo sé... esa es la verdad. Creo que hice todo lo que se esperó de mí en la vida, podríamos decir que todo a mi alrededor funciona acorde a eso, sin embargo, no puedo afirmar si en algún momento me he sentido pleno, feliz... —Julia se quedó pensando en aquella confesión que la llenaba de pena y tristeza, porque teniendo todo, se sentía tan intranquilo. —Sigue leyendo por favor... —tomó el libro nuevamente y continuó.

Leyó dos capítulos y levantó la vista hacia él, notando que estaba completamente dormido, se quedó observándolo un largo tiempo. Se veía tierno, inofensivo y a la vez sentía ansias de recostarse a su lado debajo de esos brazos que creía capaces de protegerla de todo. Sonrió. Fue hasta la habitación en silencio, buscó un cobertor y con mucho cuidado lo tapó. Se concentró en ese mechón revuelto que caía suavemente por su frente y se percató de que tenía que alejar esos pensamientos de su cabeza antes que anidaran allí, él estaba muy lejos de ella, y sobretodo, estaba comprometido con otra mujer, una que precisamente despertaba toda su desconfianza. Se volvió a su habitación y se recostó en su cama con el sweater puesto, abrazando su aroma e imaginando su abrazo.  

Perseguir El VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora