CAPÍTULO 9

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El domingo por la mañana, se levantó temprano, tomó café y se acercó a las caballerizas, buscó a Valiente que estaba hermosa con su pelaje perfecto y bien cepillado, buscó una silla de montar y la preparó. Thomas la observaba sin que ella lo notara, le parecía exquisita la manera en que levantaba la silla, acariciaba a la yegua y levantaba aquel peso para ponerlo sobre su lomo, hasta en cierto momento la admiró por su determinación de hacer siempre todo sola. Cuando vio que terminaba y apoyaba el pie para subir, se acercó a ella.

—¿Piensa montar? —ella se sobresaltó, había olvidado por completo que debía avisarle, es que sentía una necesidad irresistible de aliviar la pesadez de su mente, de su corazón y hasta de su cuerpo que no había podido dormir en toda la noche pensando en el momento en que tuviera que recorrer todo lo sucedido aquella noche de terror.

—Sí... disculpe... ya iba a avisarle. —mintió.

—Me imagino... —miró hacia el campo que se extendía verde frente a ellos. — Así que sabe montar...

—Claro que sí... —lo dijo mirándolo, con total certeza, convencimiento y orgullo. —Por cierto lamento haberlo preocupado ayer...

Thomas la miraba incrédulo y extrañado por las disculpas que jamás creyó escuchar.

— ¿Y se puede saber dónde ha montado antes?

—En mi casa, cuando era pequeña. Hace mucho que no lo hacía, pero son cosas que uno nunca olvida. —Él asintió.

—Muy bien, veremos que tan bien monta Julia Chase.

Terminó de decirlo, subió a su caballo que estaba al costado y golpeó dos veces para que emprendiera galope invitándola a seguirlo. Ella lo hizo y corrió tras él. Pasaron debajo de una arboleda de arces y abedules, galoparon por las chacras de pasturas y llegaron al río donde finalmente lo alcanzó.

—Lo hizo muy bien... —sonrió mirándola, y ella también sonreía agitada. Se quedó así unos segundos hasta darse cuenta que no había dejado de mirarla e inmediatamente desvió sus ojos.

—Es muy bella, Valiente y también sus tierras.

Él miró a su alrededor.

—Sí, es así. No me canso de verlas, de recorrerlas. Tengo planes y cosas que quiero hacer, cumplir los sueños de mi padre.

— ¿Por ejemplo?

—Quiero implementar la clonación de ejemplares. Es algo que se hace mucho y si bien tiene sus elevados costos, las retribuciones son también muy altas...

Julia asintió.

— ¿Y sus sueños cuáles son? —El la miró pero no respondió nada, pocas veces se preguntaba cuáles eran sus deseos, sus gustos, sus intereses.

— ¿Ha visto los potrillos? —ella movió la cabeza en negativa. —Sígame.

Volvieron hacia los corrales, donde estaban las yeguas con las crías. Eran hermosos. Tenían la cabeza bien proporcionada, sus ojos claros y brillantes; su cuello largo y elegante; los lomos musculosos, cortos y anchos; sus brazos largos y bien marcados; y las cañas cortas, con tendones finos y bien formados. Se quedó admirándolos un buen rato. Thomas la miraba atentamente, sus ojos eran hermosos, parecían un trozo de cielo y su rostro se veía perfecto con su melena castaña, despeinada por el viento y aquella sonrisa que iluminaba todo.

Al notar su pensamiento, se alejó un poco y se acercó a una de las yeguas acariciándole el hocico.

—Será mejor que volvamos, el sol se pondrá peor...

Asintió, tomó sus riendas para subir a Valiente y sonriéndole a Thomas, emprendió el camino de vuelta a galope, él sonrió también, subió a su caballo y corrió tras ella. Cuando llegaron a las caballerizas de la casa, él llegó primero y se volvió a esperarla que venía tras él, él sonrió por la corrida y porque le había ganado una vez más y ella se deleitó con aquella muestra de disfrute en su rostro.

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