CAPÍTULO 13

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Ann llegó a la noche para recibir a los invitados, en su gran mayoría, hacendados, jugadores de polo, amigos de la familia y de Vincent.

Se había puesto un vestido largo con un escote muy sugerente, se acercó a Thomas y lo besó en los labios, dejándolos marcados con rush y haciendo que se sintiera un tanto incómodo, en ese instante su hermano se acercó a ellos y se dispusieron a recibir a los concurrentes. El frente de la casa estaba hermoso, las luces tenues iluminaban los senderos desde el sector de estacionamiento hasta el frente de la galería, la cancha de polo estaba perfecta con el césped iluminado y regado, que le daba ese aspecto de alfombra y habían puesto mesas con manteles blancos dispersos por el frente con delicatessen. Era una costumbre de la familia hacer una vez al año esa cena formal que sumaba a la llegada de su hermano de aquel viaje, esa calidez y cordialidad con los vecinos y colegas.

Julia llevaba un vestido de dos piezas de encaje rojo, con forro negro, mangas largas y un bello detalle azul. La falda era larga, hasta arriba de sus rodillas y el top continuaba con una pequeña separación y un escote delicado que contrastaba perfecto con su piel blanca y su cabello castaño, el cual caía suelto sobre su espalda. Apareció en la entrada y Vincent, ni bien la vio dejó a Thomas y Ann y se volvió a saludarla admirado por su hermosura y su sonrisa. Cuando Thom se giró, sus ojos quedaron fijos en ella, estaba espléndida y su belleza sobresalía en medio de las demás personas; cuando sonrió, su rostro parecía iluminarse y cautivarlo de la manera más dulce. No sabía bien que tenía aquella sonrisa, pero le bastaba con verla para que él también se alegrara, todo cambió al percatarse de que le sonreía precisamente a su hermano, y la suya se desvaneció al tiempo que sus ojos se llenaron de disgusto.

— ¡¿Qué hace ella aquí?! —dijo Ann enojada y casi en un susurro. —Es que no puedo creerlo... ¿Quién es esta, ahora? —resopló y cruzó sus brazos. —debería estar ayudando a la Laura y Bárbara con las mesas y la cocina, no aquí en medio de gente que ni conoce y que son nuestros invitados. —clavó sus ojos en Thomas, que no decía nada, pero tenía claro rostro de fastidio. — ¿No vas a decir nada?

— ¿Qué quieres que diga Ann?, Vincent la habrá invitado, los vi conversar y reír esta mañana. —más tenso se puso al recordar aquella escena.

—Pues, me parece de muy mal gusto que nos imponga la presencia de una desconocida en una reunión que es claramente familiar y de amigos.

— ¡Basta ya! Deja de volverme loco...

—Es que debes decirle algo... no puede quedarse para la comida.

—No voy a decirle nada... no pienso meterme en eso. —Antes que ella pudiera decir nada más, se alejó a saludar a los vecinos y a conversar con ellos. En ese momento, sólo ansiaba subir a su caballo y galopar lejos, quitarse ese malestar, las constantes quejas de su mujer y alejarse de esa sonrisa que lo transformaba en otra persona.

Julia se percató inmediatamente del rostro de Thomas, del malestar que le había generado verla allí, y a pesar de que su hermano se había mostrado muy agradable y atento con ella, deseaba volver a su habitación y desaparecer de ese lugar. A pesar de que al principio estaba emocionada por estar presente en una cena tan hermosa y elegante, había sabido desde el primer instante, que no sería bienvenida y ahora que estaba allí en medio de tanta gente se sintió extraña, no lo deseaba, todavía no estaba lista para reuniones sociales de ese tipo. Martha la había convencido, pero es su interior al ver esos ojos azul verdoso mirarla con tanto desprecio, sintió ganas de llorar. Es que ese hombre le transmitía todos sus sentimientos de una manera tan clara que no debía esforzarse por interpretarlos. Casi siempre la hacía sentir en falta o fuera de lugar, sólo recordaba desde que había llegado a esa casa un par de momentos donde lo había visto sonreír y eso cambiaba sus facciones rígidas y hasta tristes, por un rostro especial y dulce. Estaba muy guapo, al igual que su hermano, pero Thomas tenía ese algo que le atraía, no entendía que era, porque siempre eran situaciones dolorosas o incómodas las que había vivido a su lado, pero esa tarde en el campo cabalgando, o aquella madrugada de sonrisas, habían clavado en su corazón la necesidad de sentirse aceptada por él. Era algo extraño, pero claramente necesitaba tener de él aprobación en todo lo que hiciera.

Se sentaron a la mesa, tenía un mantel color champagne con hermosos floreros llenos de rosas rojas que resaltaban con la tenue luz de las pequeñas velas que había sobre ella y la sutil luz del salón. Julia estaba callada, tímida por momentos y sentía los ojos de Ann clavados constantemente en ella, supo que apenas tuviera la oportunidad le haría saber lo disgustada que estaba, pero tampoco podía desconocer lo extraño que se sentía al notar la mirada de él que de momentos sentía sobre su espalda, en su cuello, en su rostro o incluso en sus ojos que aunque sean breves momentos, la incomodaban y la hacían temblar.

Cuando terminó la comida y todos se distraían paseando por el jardín, sentados en los sillones o escuchando la música de la orquesta que sonaba de fondo, aprovechó para acercarse a la cocina y tener al menos una charla amigable con las muchachas, pero tomando el pasillo, alguien se cruzó en medio y chocaron, Thomas.

—Oh, discúlpeme por favor... estaba distraída. —El la miró indescifrable, no alcanzaba a ver en sus ojos qué le diría, pero su expresión era temeraria. La tensión de ese momento de intimidad y cercanía entre los dos la perturbó, su aroma la invadió, incomodándola aún más por la cercanía entre ambos, tragó saliva y cuando él abrió su boca para al fin decirle algo, los interrumpieron.

—¡Thom! Al fin puedo encontrarte, quería recordarte de los papeles que tienes que firmar, ¿puedes pasar por la oficina? Sino los envío...

—Eduard... —le sonrió amablemente. —te presento a Julia Chase. Julia él es Eduard Clarks.

Ella extendió su mano para saludarle y sintió una corriente extraña ante la presencia de ese hombre y la manera en que la miraba, era joven, un poco mayor a Thomas, unos 40 tal vez, con facciones angulosas, barba corta y ojos celestes. La saludó amablemente y se retiraron más allá para tener una conversación privada, pero ella se quedó unos segundos más observando a ese tipo que no le dejó la mejor de las impresiones, y ni siquiera sabía por qué.

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