CAPÍTULO 11

4.7K 709 9
                                    


El móvil sonó, estiró la mano y cuando pudo enfocar sus ojos en él, era un mensaje de Caroline, respondió brevemente por el sueño que cargaba, estiró la mano y lo dejó en la mesita de noche. Se quedó apoyada en la almohada y con la claridad de las primeras horas del día que entraba por la ventana miró su mano cubierta hasta los nudillos por el sweater, no pudo evitar sonreír, lo acercó e inspiró, tenía su olor. Un perfume masculino mezclado con sol y un dejo a tierra mojada, cerró sus ojos y aquel aroma la llevó al campo, al caballo y a los recuerdos más hermosos que atesoraba. Estaba feliz, las risas cómplices vividas la noche anterior le habían sentado perfecto, se sentía alegre y hasta feliz.

Se levantó, se vistió y fue a la cocina en busca de un café negro bien cargado para sobreponerse a la noche de pesados recuerdos y de carcajadas contagiosas. A través del ventanal, vio los caballos entrenar, comenzaban su rutina muy temprano en la mañana. En general, hacían seis días de trabajo con ellos, y uno de descanso, con ejercicios de fuerza y flexibilidad, comenzaba con movimientos más básicos y luego iban progresando a movimientos más complejos como retrocesos, los sprints, los wind sprints y las paradas abruptas, entre otros.

Tomó su taza, y salió caminando hacia los lugares de entrenamiento. Se apoyó en la cerca y desde allí vio a Thomas. Llevaba su pantalón de montar blanco, su camiseta, unas botas hasta la rodilla y la fusta, se veía imponente y atractivo. Montaba un ejemplar alazán hermoso, llevaba las vendas en sus cañas y Thomas lo vareaba por la hierba verde, primero a un trote lento, constante, dando vueltas en la misma dirección, luego comenzó un trote más ligero y lo hacía ir de un lado a otro, frenaba abruptamente y volvía a cambiar. Todos aquellos movimientos eran casi hipnóticos, y se respiraba paz y tranquilidad en ese instante, en ese lugar. Volvía a frenar y con muchísima destreza, hacía que el caballo hiciera los retrocesos y que luego volviera a salir a trote. Terminó su café disfrutando ese momento, sólo se escuchaba el canto de las aves, el ladrido de algún perro y el ruido casi melodioso de los cascos en el piso.

Se volvió hacia la casa y se sentó en la hamaca de la galería, tomó el libro de Oliver Twist y se dispuso a comenzar. Al tiempo de estar allí, la sorprendió el ruido de un vehículo que se acercaba, un móvil de la policía. Bajó el libro y su mirada se volvió apagada y sus manos temblorosas, sabía que la buscaban a ella.

Suspiró quedándose quieta un breve momento y cuando los oficiales se acercaron, dejó el libro al costado y se puso de pie, como esperando que le dijeran lo peor.

—Señorita Chase.

—Buenos días.

—El motivo de nuestra visita es para informarle de la necesidad de que nos acompañe a CerealTruck para hacer el recorrido y la reconstrucción del hecho. ¿Recibió la citación no es así?

—No quiero... por favor no. Ya les relaté todo lo que recuerdo...

—Lo siento señorita, pero es necesario. —Julia los miró suplicante, a pesar de que entendía que era necesario y que tarde o temprano debía hacerlo, su cuerpo y su mente se negaban a avanzar un solo paso en aquella dirección.

— ¿Y cuándo?

—Ahora mismo de ser posible...

Al ver Thomas a los oficiales, dejó el caballo y apuró el paso hacia allí.

—Oficiales...

—Señor Gibson, venimos a buscar a la señorita Chase para hacer el recorrido y aclarar algunos puntos de la declaración.

Él miró a Julia e inmediatamente supo el terror que corría dentro de ella, sintió pena, de aquellas carcajadas contagiosas y de ese rostro feliz no quedaba nada, sólo la expresión de unos ojos apagados y suplicantes por no vivenciar nada de esa noche.

—Muy bien, vamos. —Julia lo miró, no entendió si agradecida, suplicante, o conmovida, sus ojos eran confusos, pero sin decir nada, se acercó a él buscando algún tipo de protección.

Subieron a su Mercedes y siguieron al móvil policial hasta las dependencias de CerealTruck. En el camino, ella no emitió palabra, estaba rígida en el asiento, concentrada en un punto distante de su mente del que no quería desviar su atención ni un mínimo segundo para no desmoronarse.

Bajaron y él la esperó, descendió lentamente, su rostro estaba pálido y sus ojos vidriosos, Thomas tragó saliva no sabiendo que hacer, entendía su dolor y su pesar. Se acercó a ella, tomó su mano y le dio un pequeño tirón empujándola a pasar por aquel momento lo más rápido posible y haciéndole sentir su compañía. Ella se aferró con fuerza a su mano, caminaron por el sendero entre los almacenes hasta su oficina, o la que solía ser. Fue explicando sus movimientos con palabras escuetas y atragantadas. Les mostró la escalera, el tocador, el pasillo entre los almacenes, y el lugar donde sintió las manos empujarla. Abrieron la puerta de la habitación, y aquella oscuridad parecía querer atraparla. Entró apretando la mano de él de una forma desesperada y Thomas percibía en ellas horror, sintió furia dentro de sí por lo que le habían hecho. Cuando Julia vio la pequeña luz que entraba por la persiana, sintió el aliento de aquel ser horroroso sobre su cuello, sus movimientos brutos y salvajes y la opresión que sintió la dejó sin respiración, se quedó inmóvil, como si pudiera verse a sí misma tendida sobre los costales y sus ojos volcaron un torrente de lágrimas agrias. Sintió que se desvanecía, sus piernas se aflojaron y cuando despertó, estaba en brazos de él que la llevaba cargando hasta el auto. Cuando la pudo recostar en él, ella se acurrucó como una niña que busca protección y él se quedó inmóvil, pensando en la impotencia que le provocaba su sufrimiento. La sostuvo en un abrazo que le nació naturalmente y sin pensar lo cercanos que se encontraban,  su cuerpo reaccionó solo sin su consentimiento previo, acomodando su rostro al lado de su cuello y sosteniéndola allí la abrazó fuerte, sintió sus lágrimas húmedas en su piel y no le importó, ese momento de protegerla y de cuidarla lo conmovió y deseó quedarse allí, abrazándola. Luego de unos segundos, se apartó y acomodándole el cabello la dejó para hablar con los oficiales. Ella no podía oír lo que decían, pero tampoco quería. Su cuerpo y su mente sólo veían el camino entre los árboles y ansiaban salir de allí huyendo. Cerró los ojos y agradeció a Dios por haber tenido la posibilidad de estar en esa casa, por no tener que volver a trabajar allí y sobretodo, por no dejarla sola.

Perseguir El VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora