CAPÍTULO 22

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Julia no emitió palabra en todo el camino, se limitó a mirar a través del vidrio del coche la ruta, los árboles, el cielo, todo lo que pudiera distraerla de aquella pesadilla. Temblaba por dentro, entendía que era necesario dar ese paso, pero a la vez su cuerpo se resistía ir hacia esa oscuridad. Martha le tomó la mano y la apretó fuerte para hacerle sentir que estaba allí, y mirando a Vincent que conducía, sintió que a pesar de todo lo vivido, había encontrado una familia llena de amor para dar, pensó en Thomas y en lo que necesitaba su presencia allí, pero entendía que su hijo estaba delante y ella después de todo, era apenas un huésped en su casa, en su vida y estaba agradecida por eso.

Llegaron a la comisaría y Vincent las dejó allí sin preguntar demasiado, prometió pasar por ellas. Martha y Julia ingresaron y se presentaron en la dependencia, las hicieron esperar en una salita que tenía solo unas sillas y las paredes color celeste, que se veían más frías que sus propias manos que temblaban. Luego de unos minutos que ella no podía precisar en cantidad, pero que se hacían eternos, un oficial la condujo por un pasillo hasta una salita donde había un cristal espejado por donde podía ver lo que sucedía del otro lado. En la misma sala se encontraba el abogado que Thomas le había anunciado, otro abogado, el inspector de policía y dos personas más que no supo quiénes eran. El inspector la saludo amablemente y le explicó la implicancia que tenía el reconocimiento que ella pudiera hacer, fuese positivo o negativo, lo importante que era para la investigación. Le explicó que la persona culpable podía estar o no en el grupo de individuos. Ella asintió con su cabeza ante todas las explicaciones por lo que el detective procedió a que ingresaran las personas. Un policía abrió la puerta de la sala que estaba del otro lado del cristal e ingresó el primer individuo, se paró frente a ella y luego de perfil. Julia lo observó detenidamente, se focalizó en sus ojos que era lo que más recordaba. Sudaba por completo, estaba pálida como un papel y sentía que el aire estaba denso como la niebla, apenas si podía respirar. Pasó el primero, el segundo y así hasta el octavo. El inspector esperaba su respuesta y ella hasta que vio entrar al noveno es que sintió su corazón detenerse brevemente y su piel erizarse y volverse fría como una piedra. Aquel rostro, esos ojos negros, oscuros como un hueco profundo e insondable, llenos del horror más terrible.

—Él... él es. —Lo dijo con total seguridad, jamás olvidaría esos ojos, los reconocería entre miles.

— ¿Está completamente segura señorita Chase?

—Sí. Completamente —alcanzó a decir mientras sus piernas temblaban y sus rodillas flaqueaban, incluso parecía poder verla a través del cristal y volver a hundirse en esos huecos.

Ingresaron dos individuos más a la sala y se pararon uno al lado de otro.

—Señorita ¿puede decir en voz alta el número del sospechoso que ha reconocido?

—9. Es el 9.

Volvió a mirarlo, su rostro completo, su cuerpo, sus manos, sus piernas, sintió que el asco la invadía y recordar lo que le había hecho, la hizo verlo sobre ella, recostado encima de su cuerpo sobre los costales. Liberó un sollozo mezclado con suspiro.

En el viaje de vuelta a la hacienda todo el coche estaba silencioso, Vincent no preguntó nada, sabía lo que le había sucedido y aunque no era ella quien se lo había comentado, sintió pena por lo que había pasado y por tener que enfrentar todo aquello. La miró por el espejo y la vio frágil, como un castillo de naipes a punto de desmoronarse.

Cuando pasaron por el mirador del rio, le pidió que se detuviera y que si era posible la dejara en aquel lugar un momento. Martha insistió en que no se torturara, que volvieran a la hacienda, pero ella no podía, necesitaba ese tiempo.

La dejaron allí, había turistas y gente en el lugar y ellos siguieron hacia Village prometiendo regresar por ella al poco tiempo.

Cuando llegaron a la hacienda, Thomas estaba parado contra la columna, ansioso por su llegada, por verla bien. Grande fue su sorpresa al notar que ella no estaba y tratando de disimular su ansiedad, esperó que Martha pasara a su lado y Vincent se alejara para preguntar por ella.

—Pidió quedarse en el claro del río... quería estar sola.

—Pero ¡¿cómo es que la dejaron allí sola?!

—Nos rogó que lo hiciéramos Thom.

No pudo escuchar nada más, entró casi a zancadas, buscó la llave de su auto y se subió en una actitud casi desesperada. Martha lo vio salir a toda velocidad y sonrió.

Julia se sentó en el banco del claro, miró el agua que corría y ansió que Dios pudiera limpiar su mente y su corazón de tanto dolor y de esos recuerdos tan pesados y dolorosos que apretaban su corazón y lo estrujaban. Deseaba poder seguir su vida sin tener que volver una y otra vez a esos ojos que parecían devorar todo a su paso, destruir su vida. Sentía un nudo en su garganta atravesado allí.

—Julia... —su voz la hizo volverse y él estaba allí a su lado, no se dijeron nada, pero él se inclinó frente a ella y la abrazó. Al sentirse entre sus brazos, aquel nudo atravesado se soltó en un suspiro atragantado que exhaló y las mil lágrimas contenidas se volcaron sin pedir permiso. Él no la soltó, la rodeó protegiéndola, entendiendo su dolor, sus miedos y lamentando no poder borrar todo eso que le dolía, todo lo que la habían herido. Dejó que llorara en su cuello, acarició su cabello y la apretó contra su pecho. Luego de que su sollozo menguó, le ofreció su pañuelo y se sentó a su lado.

—Gracias... —él la miró con ternura.

—No es nada... —sonrió. El silencio invadió el lugar y sólo se oía el agua correr y unos truenos que alertaron la tormenta que había sobre ellos y que no habían notado.

Las primeras gotas comenzaron a caer y corrieron al auto pero cuando se subieron estaban mojados y su cabello se pegaba a su rostro.

—Parece que no fue buena idea quedarme aquí, finalmente lo hice venir, lo mojé con mi llanto y ahora empapé su auto... Apenas lleguemos se lo limpio. —Thomas sonrió ante aquellas palabras, ya extrañaba aquella verborragia.

—Sí... creo que esto le saldrá caro Julia Chase... ya arreglaremos cuentas... —ella lo miró y su sonrisa se borró.

—Por supuesto, como corresponde, no me gusta que la gente se moleste por mi causa...

—Julia...

—...y mucho menos que estropee sus cosas... de verdad lo lamento profundamente y...

—Julia...

—Si...

—Estoy bromeando... —la interrumpió y ella apenas entendió qué era lo que había dicho, pero al hacerlo sonrió con él.

Aquella noche Thomas se sentó en la galería, en medio de una noche cálida y serena, con una luna imponente que asomaba entre los árboles y que alumbraba el césped y alentaba a los grillos que entonaban una melodía perfecta. Pensó en esos días que habían sucedido, en cómo su vida había dado un vuelco y cómo ella invadía todo. Ese día había dividido su ser en dos, una parte había estado con ella, pendiente de su necesidad, de su temor, de su dolor y la otra andaba sin sentido haciendo todo lo que restaba, pero siempre pensando en ella. Estaba enamorado, ya no había discusión ni dudas, ni nada. Era una realidad más que evidente que había arrasado con todo lo que conocía y entendía del amor. Jamás había pensado en alguien como lo hacía en ella, no le había importado nada tanto como su felicidad incluso por encima de la propia y nada lo había hecho sonreír como su verborragia y esa sonrisa que lo iluminaba todo.

¿Es posible seguir mi vida como lo vengo haciendo?, se preguntó; ¿podré ignorar esto que me consume? La respuesta fue un rotundo no, y entendió que debía hablar con Ann lo antes posible. 

Perseguir El VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora