CAPÍTULO 27

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Thomas se apartó un poco al notar el ruido de la llave en la cerradura, y su rostro apareció frente a él.

—¿Me permite pasar? —Ella asintió y sumamente nerviosa abrió para que pudiera pasar.

—Julia, ¿se encuentra bien?

—Sí, estoy bien, gracias por preocuparse. —Se esforzó en hacer una sonrisa, pero Thomas notó su rostro surcado por la humedad de alguna lágrima derramada, sus ojos azules brillantes, y el rosado de sus pómulos la delataba. Había llorado. Sintió una necesidad incontrolable de abrazarla, de besarla, de decirle que no permitiría que nada la dañara.

—¿Ha estado llorando? —Ella levantó sus cejas al sentirse descubierta pero volvió a sonreír.

—Discúlpeme, es que estoy un poco sensible... pero no es nada.

—Por favor, dígame que le sucede, si puedo ayudarla en algo, me encantaría hacerlo, sepa que puede confiar en mí. —su preocupación y sus palabras sonaban sinceras, y sintió ganas de esconderse en el hueco entre su hombro y su cuello, pero recordó aquella conversación, y supo que debía alejar esos pensamientos y atar sus sentimientos con cadenas.

—No, de verdad, estoy bien. —volvió a sonreír y para evitar que siguiera preguntando, inmediatamente cambió la conversación. —¿Necesitaba ayuda en algo? —lo preguntó para saber exactamente el motivo de su visita a su habitación.

—En realidad, he querido hablar con usted toda la tarde. —Julia temió que le pidiera que se fuera allí mismo y la idea le dolió tanto que se quedó sin respirar esperando las siguientes palabras. —Ha venido el Dr Pauls, me ha traído noticias para usted. —ella frunció el ceño y quedó a la expectativa. — Raul Britt está preso. Ese es su nombre. —supo exactamente a quién se refería y al oír el nombre, sintió un alivio invadirla y las lágrimas volvieron a escurrirse sin avisar, sus piernas se aflojaron y Thomas la sostuvo y le ayudó a sentarse en la cama.

—¿Se encuentra bien? —estaba tan preocupado  por su debilidad y por lo que anhelaba protegerla que no espero respuesta, se puso a su altura y la abrazó. Ella no lo rodeó con sus brazos como otras veces, sino, sólo se dejó abrazar por él escondiendo sus lágrimas y su dolor contra su pecho. Apenas tomó conciencia de donde estaba y de que podía sentir su corazón acompasado debajo de su mejilla, donde sus músculos la acunaban, cerró los ojos,  e inspiró su aroma para recordarla para siempre. Luego se incorporó lentamente lo que hizo que él la soltara y la mirara a los ojos, pero antes de que volviera a cruzar sus pocas defensas, se despidió aunque él lo ignoraba.

—Quiero agradecerle infinitamente todo lo que ha hecho por mí, nunca lo voy a olvidar. Gracias por salvarme, por cuidarme, por darme trabajo, por este tiempo en su casa y por todo el apoyo que me ha dado, hasta este instante en que siento que se ha hecho justicia de alguna manera.

Thomas la miraba anhelante de besarla y de decirle tantas cosas que tenía dentro, pero se sentía incapaz. Lamentó ser tan parco para expresar cosas bonitas y por ser tan temeroso de arriesgarse. No quería sentirse rechazado, pero a la vez, la necesidad de ella era cada vez más apremiante y no sabía cómo contenerla. Antes de que pudiera contestar ella siguió.

—Gracias por todo. —sonrió y se acercó la puerta para que entendiera que prefería que se fuera. Él se percató de aquello. —Ahora si me disculpa quiero darme un baño para poder aparecer en la mesa decente. —sonrió para aliviar sus palabras y él replicó.

—Seguro, la esperamos entonces. —salió de allí y cuando ella cerró,  él se apoyó contra ella y suspiró. Era un tonto, así se sentía. No sabía cómo decirle unas palabras a esa mujer, expresar todo lo que sentía. Todas las noches se sentaba pensando palabra a palabra cómo, de qué forma, en qué lugar decirle... y cuando la veía, todo se le olvidaba, las palabras se le anudaban y no decía nada.

Julia apreció en la mesa donde se sentó Thomas, Vincent, Martha y ella. Sintió su mirada y pensó que la decisión estaba tomada y no soportaría que él le pidiera directamente que lo hiciera, así que antes de que eso sucediera, se iría esa misma madrugada. Vincent por su parte, la miraba extraño, con una mirada distinta. No supo si ya la había visto antes sin entenderla, o es que todo lo que sabía se le hacía presente, pero estaba segura que no podría compartir con él más de unas cortas palabras; y Martha, deseaba agradecerle todo personalmente, pero sabía que ella evitaría que se fuera, que la convencería de lo contrario. Cenaron escuchando la conversación entre Thomas y Vincent sobre los caballos nuevos y se mantuvo en silencio. Apenas pudo, se retiró a su habitación, preparó su maleta que la dejó debajo de su cama por si alguien ingresaba en algún descuido, preparó una nota para Martha y puso el reloj para despertar antes de la hora en  que Thomas lo hacía.

La música del despertador la asaltó aún con los ojos abiertos, es que no había podido dormir nada de los nervios y la tristeza que le pesaban en el corazón. Se apuró en vestirse, llamó un taxi y le pidió que la esperara en la entrada de la hacienda, tomó su maleta y la nota para Martha, la cual dejó apoyada en la cocina en el centro de la mesa. Con gran pesar caminó hacia la entrada donde la esperaba el taxi y cargó la pesada maleta obligándose a no mirar atrás.

Cuando el coche dio la vuelta, miró la casa donde había vivido ese tiempo y que había sentido su hogar, pensó en Martha que era como una madre cariñosa y en Thomas que sin saberlo se había convertido en todo y le dolía más que nada dejarlo en medio de ese tejido de mentiras y engaños que apenas entendía. Tomó el móvil y envió un mensaje a su hermana.

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