Perdida

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Al poco el recital empezó y recibió un codazo de Gilerion para que prestara atención. Dio un respingo y se giró hacia la guardia que la miraba interrogadora. Esbozó una sonrisa destinada a despistar y centró su interés en el esbelto elfo rubio que se sentó en el escalón del atrio, con las piernas cruzadas sobre el césped mientras con una voz dulce y armoniosa cantaba un poema sobre la creación de las estrellas con el rocío de los árboles de los Valar. Pero ya no pudo concentrarse y constante desvió la vista hacia donde se hallaba Thranduil durante toda la velada, aunque se esforzaba en hacerlo de forma disimulada, para no llamar su atención. De forma baladí ya que él no miró en su dirección ni una sola vez y al finalizar el recital se despidió de Legolas y avanzó entre el gentío saludando a todos hasta que se perdió de vista. Solo entonces el aire regresó a los pulmones de Eldrïel, como si la presencia del rey empequeñeciera cualquier otra necesidad básica de su cuerpo. Inhaló con fuerza una honda bocanada de aire y se levantó, medio mareada.

—¿Vamos junto a las cascadas? Allí van a reunirse todos —declaró Tauriel, levantándose con suma agilidad.

—Oh, sí —convino Gilerion—. ¡Vamos! —instó al tiempo que echaba a correr y empezaba a cantar. Hanofel la siguió y se unió a sus cánticos.

—Por favor, discúlpame ante los demás, Tauriel. Estoy muy cansada y me retiro ya —excusó Eldrïel, algo pálida.

—¿Estás bien? —Se preocupó la bella elfa pelirroja.

—Sí, sí. No te preocupes. Ve con ellos y divertíos. Mañana me lo contáis todo —pidió mientras empezaba a andar hasta la entrada, seguida de Tauriel.

La terraza se había ido vaciando y ahora ya solo quedaban unos pocos rezagados.

—Está bien, creo que estás empezando a acusar lo cruento de la tarea que te encomendaron. —Se compadeció Tauriel, con una mirada conmiserativa.

Eldrïel no respondió, pero asintió como dándole la razón. Tauriel traspasó los arcos y se despidió, encaminándose hacia el otro lado al tiempo que ella se dirigía hacia las galerías que descendían. Todo el mundo había ido hacia las cascadas de la corriente subterránea que bajaba hacia el subsuelo por el lado sureste y las galerías permanecían vacías y silenciosas, cosa que agradeció, ya que se sentía demasiado alterada y necesitaba algo de paz con el que apaciguar su atribulado espíritu.

Mientras descendía, se limitó a seguir el sendero, sin prestar excesiva atención, ya que sus pensamientos regresaban una y otra vez a Thranduil y a la relajada cordialidad con la que departía con su hijo y sus amigos. Se le veía contento y por unos segundos Eldrïel fantaseó con esa sonrisa, como si estuviera dirigida a ella, aunque de inmediato sacudió la cabeza. Debía alejar esos pensamientos, eran contraproducentes. Thranduil era un rey sindar, una leyenda entre los suyos, un grande entre grandes y ella era solo una avari peregrina sin hogar propio ni linaje.

De improviso se encontró al borde de un abismo y se detuvo, desorientada. El sendero de piedra colgante se interrumpía, abriéndose sobre las diferentes galerías que se veían arriba y abajo, jalonadas por las grandes formaciones rocosas que sustentaban el techo de la caverna, esculpidas con gran arte por los maestros artesanos para que parecieran gruesos troncos y copas de inmensos árboles. Admirada de la grandiosidad que se extendía a sus pies y por encima de su cabeza admiró embelesada los tenues rayos de luz de estrella que se filtraban por el techo de la caverna, hábilmente abiertos por los ingenieros para iluminar de noche y de día el oculto reino del bosque.

Al fin reaccionó y se giró para encontrar otra vez el camino que descendía, pero al poco tiempo comprendió que había errado la dirección y se hallaba en un lugar de la caverna en la que no había estado nunca

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Al fin reaccionó y se giró para encontrar otra vez el camino que descendía, pero al poco tiempo comprendió que había errado la dirección y se hallaba en un lugar de la caverna en la que no había estado nunca. Emitió un suspiro y meneó la cabeza, enojada consigo misma por no poder dejar de pensar en un elfo que le robaba la serenidad.

A lo largo de su vida había conocido a otros varones con los que entabló intimidad, con los que disfrutó de compañía y de compartir conocimientos y vivencias, pero por alguna razón sus sentimientos nunca se vieron comprometidos y al final las relaciones se acababan de común acuerdo. Pero durante esos meses en los que prestó oídos a todas las historias sobre el rey, al pensar en él su corazón se estremecía y su ser anhelaba algo incógnito, algo que pugnaba en su alma por ser correspondido y se estaba aterrorizando.

¿Y si no era una simple ilusión pasajera, un encandile inocente?

¿Y si se estaba enamorando de verdad?

¡Pero sí no lo conocía! ¿Cómo podía enamorarse de alguien con el que solo había hablado una vez?

¡Era una tontería! Seguro que solo estaba enceguecida por el aura de poder que emanaba del rey, por la belleza viril que deslumbraba como una constelación de Varda. En unos días se le pasaría, seguro; y si no, cuando regresara a Rivendel en unas semanas estaría a salvo y podría olvidarlo. 

Eryn GalenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora