Mae Govannen, Legolas

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Una legión* de elfos, armados con arcos y flechas penetraron en la caverna. Sin detenerse formaron al instante y lanzaron una primera andanada de muerte afilada sobre las dos centurias de desprevenidos orcos que había en la inmensa gruta.

Fue como si se armara de nuevo la guerra de la Cólera, con los Valar contra el ejército de Morgoth

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Fue como si se armara de nuevo la guerra de la Cólera, con los Valar contra el ejército de Morgoth. Las flechas silbaban y caían certeras sobre sus presas.

Berazog tardó unos segundos en reaccionar, pero pronto chilló impartiendo órdenes de ataque, en su afán de sobrevivir.

Las espadas orcas chocaron contra el acero élfico. La estancia se llenó de gritos, impactos, gemidos, estertores de muerte y voces en lengua negra, llenas de odio.

Thranduil en un primer momento desconcertado, lanzó un clamor en élfico con inmensa alegría:

Mae govannen, Legolas*! —Al reconocer a su hijo entre los recién llegados. Se había dado la vuelta ante el estruendo que se formó con la entrada de los elfos, pero ahora se ladeó para mirar hacia atrás. De inmediato se apartó con un quiebro de espalda y una espada cruzó el aire donde un segundo antes había estado su cabeza.

—¡Maldito! ¡Yo mismo te mataré, estúpido engreído de orejas picudas! —bramó el orco deforme, poseído por la rabia al ver que estaba en clara desventaja y que los suyos caían como moscas en una telaraña. Avanzó hacia Thranduil con odio demente en la mirada.

El rey sonrió

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El rey sonrió. Una sonrisa arrogante, suficiente, destinada a enloquecer a Berazog, tan llena de desprecio que desbordaba el alma élfica.

—¿Tú y cuántos más, deformado deshecho abortivo? —inquirió, provocador, decidido a acabar de una vez por todas. Se lanzó hacia delante, con las manos esposadas y los tobillos amarrados, pero aun así saltó, temerario, a escasos centímetros de la hoja de Berazog, mientras oía el grito de advertencia de Legolas, no muy lejos de allí, y aterrizó sobre la rueda donde anteriormente estuvo amarrado boca abajo. Un artefacto en forma de rueda, en horizontal, con cuatro radios que permitían atar a la víctima de las manos y los pies, dejando libre el cuerpo para poder disponer de él en las formas más perversas que se le pudieran ocurrir al que ostentara el poder, y llamó a Berazog con los dedos en un ademán burlón—. Vamos, ven. Sé que me tienes ganas. Ven aquí y demuéstramelo, pústula purulenta —incitaba, provocador.

Berazog no se lo pensó y corrió hacia él como un toro enloquecido, los ojos inyectados en sangre y la espada en alto, dispuesto a ensartar a ese rey elfo tan finolis que le daban arcadas solo de verlo.

—¡Te voy a empalar! ¡Te voy a arrojar a los huargos! ¡Rajaré esa boquita de piñón que tienes y te abriré en canal, asqueroso alfeñique! —bramaba mientras cargaba sin reparar a su alrededor.

—¡Adar! —chilló Legolas al ver a su padre desarmado, esperando el ataque de ese orco jorobado con una sonrisa desdeñosa. Renegó una ordinariez y con un fluido movimiento sacó una flecha del carcaj y apuntó al orco que corría hacia su padre con ansia asesina. Disparó certero en pleno torso, pero el orco no se detuvo.

Dio un traspiés, pero al segundo siguiente continuaba corriendo

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Dio un traspiés, pero al segundo siguiente continuaba corriendo. Estaba a solo unos metros del rey, blandía una espada enorme y su padre estaba encadenado. Volvió a apuntar y dio en la joroba, pero ni aun así se detuvo Berazog. Legolas saltó hacia delante, echando a correr hacia ellos, a unos centenares de metros de donde se hallaba, mientras apuntaba y disparaba sin cesar sobre la bestia.

El orco portaba una ristra de flechas clavadas por todo el cuerpo, pero saltó a la rueda apoyando un pie sobre la espalda de un orco agonizante para impulsarse. Blandió la espada y sonrió, sádico, ya seguro de su victoria sobre el rey elfo.

Thranduil amplió la sonrisa al verlo botar por encima suyo, se dejó caer de lado, se tumbó boca arriba y levantó las piernas abiertas con la cadena de los tobillos bien tirante. El orco estaba tan concentrado en él que no vio el obstáculo que había aparecido justo enfrente. Blandió la espada hacia la carótida élfica sin llegar a alcanzarla y de improviso impactó con el cuello contra un objeto metálico que se enrolló con dureza implacable en torno a su garganta. Thranduil aprovechó la inercia que Berazog llevaba en el aire, tiró con los pies hacia abajo y los volteó hacia arriba con demoledora fuerza. Se oyó un tremendo crujido de huesos y el cuerpo de Berazog salió despedido por el aire hasta impactar contra una de las columnas talladas a quinientos metros, donde rebotó varias veces para acabar estampándose contra el suelo con un sonoro ¡plomf!, del que ya no se volvería a levantar jamás.

Legolas llegó junto a la rueda, y contempló el cuerpo tendido con estupor. Se volvió hacia su padre y meneó la cabeza.

—No podías esperar, ¿no? —reprochó, irónico. Paseó la mirada sobre Thranduil y elevó la cejas, fingiendo espanto al ver la sangre reseca en la espalda, el torso desnudo y los pantalones de seda gris rotos y deshilachados—. Estás horrible.

—Llegas tarde —respondió Thranduil al tiempo que se incorporaba, con una mirada dura

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—Llegas tarde —respondió Thranduil al tiempo que se incorporaba, con una mirada dura.

Legolas irguió la cabeza, resuelto.

—¿Tienes la más remota idea de dónde estás? —increpó, mordaz.


*De 4.200 a 6000 soldados.

*Bienvenidos

Eryn GalenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora