¿Por qué no me lo dijiste?

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¡A tomar viento! ¿Y qué importa qué gana?, pensó Thranduil y avanzó ardiente. Lo que realmente deseaba era sentirla.

Abarcó la mandíbula femenina con ímpetu lleno de ternura y descendió sobre esos labios de cereza, hambriento de ella. La besó con ferocidad, con ansia, avasallador. Eldrïel gimió, conmocionada, desconcertada y ese gemido lo hizo enloquecer. La empujó con fuerza contra la pared a sus espaldas y reclamó su boca como parte de su reino, necesitado de su aliento.

Eldrïel sentía el ardiente calor masculino rodearla, las manos de Thranduil en su cuello: posesivas, irrechazables, tiernas. El apasionado beso la hacía delirar. ¿Estaba soñando? Sentirlo de nuevo era tan delicioso que se abandonó a él sin pensar en oponer resistencia. Había deseado tantas veces sentir su piel, sus labios, la vehemencia de su fogosidad que ni por un segundo pensaba interrumpir tan sensual beso salvaje. Respondió gozosa, devolviendo pasión con pasión, dulzura, calidez, ternura. Rodeó el cuello de Thranduil y se colgó de él para besarlo a su vez con todo el amor que la desbordaba.

 Rodeó el cuello de Thranduil y se colgó de él para besarlo a su vez con todo el amor que la desbordaba

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—Eldrïel... —murmuró el rey. No había pretendido arrinconarla de ese modo, pero la respuesta femenina lo estaba inflamando. Apenas podía contener el ardor que rugía en sus genitales—. Eldrïel —repitió, estremecido. Enterró el rostro en la curva de su cuello y aspiró con fruición el adorado aroma a madreselva. Ella le rodeó las caderas con las piernas y se arqueó hacia atrás, ofrendándose.

—Thranduil —musitó, desesperada. ¡Lo amaba tanto! Ahora que él lo había descubierto todo, ya no podría marchar nunca del reino del bosque y si Thranduil solo la quería como desfogue sexual... No sabía si podría pagar el precio, pero al menos, por una vez, disfrutaría de él. Ya pensaría mañana en las consecuencias o los límites de su relación.

—Oh, mi Elenezel, ¡no puedes imaginarte cuánto te deseo!

Eldrïel tremoló, la emoción desbordaba su ser ante la confesión, la piel le ardía y se moría de ganas de sentirlo otra vez: intenso, profundo. Pero su instinto de madre se impuso y se separó unos centímetros.

—... La niña... —farfulló, entrecortada. Estaban a solo unos pasos de la habitación donde jugaba y podría entrar en cualquier momento. La puerta les ofrecía intimidad, pero no se cerraba con llave. No eran necesarias las cerraduras en el reino del bosque. Sintió a Thranduil estremecerse. Despacio, como si le doliera hacerlo, se apartó de su cuello. Eldrïel desenroscó las piernas de las caderas masculinas, el rey la depositó en el suelo, sin soltarla del todo, y apoyó la frente en la de ella.

—¿Cómo se llama? —interrogó, mirándola fijo, con la respiración acelerada.

Eldrïel se sumergió en la luminosa mirada y se mordió el labio.

—Duiliel —respondió, con un hilo de voz.

Thranduil se irguió, una sonrisa naciente iluminó sus facciones, revelando la profunda felicidad que lo embargaba.

Eryn GalenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora